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Elevada sensibilidad

JOSÉ LUIS MERINOEsta vez se ha llevado a las paredes de la sala BBK de Bilbao (Gran Vía, 32) una exposición de pintura de una artista notable. Se trata de la portuguesa, afincada en París desde 1928, Vieira da Silva (1908-1992). Las obras mostradas abarcan un período de sesenta años, con piezas firmadas en las décadas que van de los treinta a los noventa. A esta artista le fascina el signo de la retícula, porque puede hacerla multiplicarse y propagarse por el espacio a través de la perspectiva. La retícula es un pretexto abstracto que servía para tejer sus ideas. La perspectiva viene a ser el vehículo que le permite aferrarse a la realidad de partida, en los primeros planos, y perderse en ensoñaciones, allá por los fondos de los cuadros.

Las piezas clave de la exposición tienen sus títulos. Estos son: La estación de Saint-Lazare, Composición 55, La basílica, Memoria, El eco anterior, El imperio celeste, El pasadizo de los espejos Diálogo de la existencia, Caminos de paz y Ariane. Esas obras poseen la marca personalísima de la artista. En algunas de las restantes aparecen reminiscencias de otros creadores tales como Klee, Bissière, Stäel, entre otros. La manera de trabajar de la pintora lisboeta en esas obras clave consistía en meterse en ellas con paciencia extrema. Toma un tema concreto y con ese tejer suyo va transformándolo en trasunto abstracto. Quiere decirse que el objeto va dejando de existir, para que surja en su lugar el aura o el eco de lo que fue. Queda la ensoñación, que acaba por convertirse en un murmullo visual. Así, no extrañará que su obra se relacione con la música o que se perciba un fuerte componente de lirismo en sus enfoques, y hasta que puedan percibirse resonancias orientalistas. Todo ello encaja dentro de su cosmogonía estética. Algunas de las obras de tonos sutilmente claros se hallan cerca del espíritu que habita en algunos poemas chinos del siglo III, como aquel de pureza minúscula tan sugerente: "El crujir de los bambúes me dice que está nevando".

Con la irrupción de lo matérico a mediados del siglo XX en el arte contemporáneo, Vieira se interesó por ello. Pero lo hizo de un modo peculiar. Cuando quiere pintar una obra con apariencia de mucho espesor matérico, lo que hace es utilizar unos tonos oscuros y una mayor porción de pinceladas. Esas pinceladas las junta la artista a través de una red pobladísima de signos. Concebido el cuadro como un torrente de pinceladas, la imagen resultante es el de una obra matérica de altos vuelos. Sin embargo, el espesor físico real es el mismo para una obra luminosa que en otra oscura. Sólo ha sido cuestión de tono y de sobreabundancia de pinceladas. De nuevo la artista vuelve a jugar con las apariencias visuales, gracias al talento de sus pinceladas, que son los motores fabulosos de su altísima sensibilidad.

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