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El arzobispo Cipriani, "teólogo de Fujimori"

Juan José Tamayo

Durante mi reciente viaje a Perú he podido comprobar el rechazo generalizado de la población peruana hacia el presidente Alberto Fujimori, como se ha demostrado en la Marcha de los Cuatro Suyos, que ha tenido lugar del 26 al 28 de julio pasado, a la que se han sumado los diferentes partidos y movimientos políticos de la oposición, organizaciones universitarias, centrales sindicales, colegios profesionales, fuerzas sociales, etcétera. "Fujimori", ha declarado el opositor Toledo, "no conoce la democracia porque tiene el corazón corroído por el autoritarismo". El aislamiento de Fujimori, tanto nacional como internacional, no puede ser mayor. Hasta The New York Times ha pedido a Clinton que intervenga directamente ante el presidente peruano para que destituya a "su jefe de Inteligencia, Viadimiro Montesinos, y reconstruya la democracia".La Iglesia católica tiene una importante influencia en la sociedad peruana y juega un papel relevante en la vida política. ¿Cuál es su actitud en tan trascendental y decisiva coyuntura para el futuro del país? A decir verdad, está muy lejos de ser unánime. En la Conferencia Episcopal se enfrentan dos posiciones cada vez más divergentes: la mayoritaria, crítica con Fujimori, representada por su presidente, monseñor Luis Bambarén, jesuita y obispo de Chimbote, y la del arzobispo de Lima, monseñor Juan-Luis Cipriani, amigo de Fujimori y miembro del Opus Dei, que habla a título personal (y acaso con el consentimiento del Vaticano).

En un documento hecho público a principios de año, la Conferencia Episcopal hizo una severa crítica del Gobierno de Fujimori. Entre las carencias del mismo subrayaba la insatisfactoria convivencia social y política, el mantenimiento de la pobreza, la desigualdad económica, el debilitamiento de las instituciones democráticas y la desigualdad jurídica. Exigía, a su vez, la apertura de los medios de comunicación a todos los candidatos. En nombre de la Conferencia Episcopal católica, monseñor Bambarén mostró su respaldo a los observadores internacionales afirmando que contaban "con la capacidad suficiente para velar por las elecciones" y que resultaba lamentable el mal trato que estaban recibiendo del Gobierno. Consideró que la denuncia de falsificación de firmas de electores para la inscripción del movimiento de Fujimori -Perú 2000- en el Jurado Nacional de Elecciones era indicio de "un fraude finamente calculado".

Recientemente ha criticado la falta de independencia del poder judicial y el elevado número de inculpados -cerca del 70%- que pasan varios años en la cárcel sin ser juzgados, mientras "los peces gordos" están fuera. Ha recordado que él mismo fue encarcelado en 1971 por apoyar el nacimiento del distrito Villa El Salvador, donde colaboraron muy eficazmente el español Michel Azcueta y María Elena Moyano, asesinada por Sendero Luminoso.

Muy otra es la posición del arzobispo de Lima, monseñor Cipriani, uno de los principales valedores del cada vez más aislado Fujimori. Durante mi estancia en Lima, apareció el libro Cipriani, "el teólogo de Fujimori", de Magno Sosa Rojas, que describe el itinerario del prelado hasta lograr encaramarse en la cúspide de la archidiócesis de Lima. En su juventud, Cipriani fue jugador de baloncesto de la selección peruana. Hizo la carrera de ingeniero industrial. Posteriormente estudió teología en el Seminario Internacional, del Opus Dei, en Roma, fue ordenado sacerdote en la basílica de San Miguel de Madrid y se doctoró en teología por la Universidad de Navarra con una tesis sobre la prudencia en santo Tomás, virtud que no parece practicar ni en público ni en privado, si atendemos a sus declaraciones provocativas y a sus actuaciones con frecuencia desafiantes. Ejerció, primero, como obispo auxiliar y, posteriormente, como arzobispo de Ayacucho durante más de 10 años en la época en que la espiral de la violencia era más intensa.

En muy poco tiempo pasó de detective de Fujimori a su más estrecho colaborador y legitimador religioso. Al principio se mostró distante, porque en las elecciones de 1990 Fujimori se alió con los movimientos evangélicos, cuyo apoyo parece que fue decisivo para conseguir la presidencia de la República.

Pero, dos años después, al romper Fujimori con ellos, Cipriani inició con el presidente una colaboración que cada vez se fue haciendo más estrecha. Durante el tiempo que estuvo al frente de la archidiócesis de Ayacucho, Fujimori le consultaba los nombramientos de funcionarios para los principales cargos políticos y militares de la región. La reacción que generaba monseñor en los ciudadanos era una mezcla de respeto y miedo, ya que su residencia estaba fuertemente custodiada por el Ejército y la Policía Nacional, y sus desplazamientos eran protegidos por efectivos armados.

En Perú es muy conocida la actitud de desdén mostrada por Cipriani hacia las organizaciones de derechos humanos, a las que se refiere despectiva y groseramente como "esa cojudez". El 11 de marzo de 1991 declaraba al diario El Comercio: "La mayoría de las instituciones de derechos humanos son tapaderas de rabo de movimientos políticos, casi siempre de tipo marxista y maoísta". En varias ocasiones se ha mostrado partidario de la pena de muerte, como recogía el diario Expreso el 29 de julio de 1993: "No podemos permitir que por el miedo, el temor y la cobardía de unos cuantos el país no apruebe la pena de muerte. No podemos temblar de miedo. El mundo cambia día a día y no a favor de los cobardes. La posición de la Iglesia de Ayacucho respecto a este tema es clara. Nos encontramos en una época de firmeza, claridad y hombría". Un año más tarde, en abril de 1994, llegó a justificar las muertes, desapariciones y abusos cometidos por las Fuerzas Armadas como parte del enfrentamiento de la guerra en un contexto violento como el que se vivía en Ayacucho.

Pero la página más oscura, o al menos más confusa, de la biografía político-religiosa de Cipriani es su mediación en el secuestro llevado a cabo por el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru en la Embajada de Japón, que duró 126 días y terminó en masacre: los 14 emerretistas y 2 militares muertos. Sobre la actuación mediadora de Cipriani siguen planteándose todavía hoy no pocas preguntas: ¿introdujo él los micrófonos y las minúsculas cámaras entre la Biblia y el crucifijo?, ¿intervino sólo como pastor o fue también agente de inteligencia?, ¿actuó sólo como mediador o también como espía?, ¿no sería un instrumento -acaso inocente o ingenuo- de la estrategia mortífera de Fujimori? Al menos, queda la duda, y eso ya es grave.

Su actitud ante el reciente proceso electoral ha desentonado del conjunto de la Conferencia Episcopal. Desde el primer momento se opuso a la presencia de los observadores del Centro Carter, del Instituto Democrático de los Estados Unidos, de la Organización de Estados Americanos y de la Unión Europa, quienes llamaron la atención sobre las graves deficiencias del proceso electoral, como la falta de transparencia y de respeto a las normas democráticas. Los observadores, dijo, "pretenden marcar un modo de vida e imponerlo" al mundo y vienen a Perú "a armar un carnaval". Asimismo, se mostró contrario a que la Iglesia católica mediara entre los candidatos para asegurar la transparencia del proceso democrático en la segunda vuelta. Más aún, escribió a todos los obispos peruanos quejándose de que el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Bambarén, "se había excedido en sus atribuciones" al haber mediado "inconsultamente" entre Toledo y Fujimori.

A la vista de los hechos, creo que el título de "teólogo de Fujimori" es el que mejor define a monseñor Cipriani. Es posible que la afinidad entre ambos no radique sólo en su común profesión de ingenieros, sino en algo más profundo: la sed de poder, que los lleva a actuar conforme al principio "el fin justifica los medios". Pero esto resulta contrario a la ética política y al evangelio, donde leemos: "Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos, los dominan como señores absolutos, y los grandes los oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera llegar a ser grande, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será servidor de todos" (Marcos, 10, 42-44).

Juan-José Tamayo es teólogo y autor de Para comprender la teología de 1a liberación.

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