Operación reclamos humanos
Bares del puerto de Alicante emplean a chicas como ganchos para atraer clientela
Negocio redondo
Zona lúdica del puerto de Alicante. Dos de la madrugada de ayer sábado. Una pareja pasa frente a la cristalera de uno de los locales de ocio nocturno. Dentro baila una veintena de personas al son de la Motown. Ella comenta, despectivamente: "este bar siempre esta vacío". Pasan de largo para introducirse en uno de los locales que están a rebosar, que suelen ser aquellos en los que no se permite el acceso en zapatillas. Quizá sea porque aquel local resiste irreductible a las tentaciones de King África y otras bacterias musicales que eclosionan con los calores del estío, quizá por un curioso fenómeno físico-sociológico de rechazo del ser humano al espacio vacío, lo cierto es que la frase pronunciada por la chica es una de las que un hostelero jamás desearía oír referida a su negocio.¿Por qué hay, en una misma zona por la que pululan miles de personas en una noche, bares vacíos y otros en los que apenas se puede respirar? ¿Por qué no se reparte el gentío para bailar sin apreturas? Los comportamientos nocturnos son caprichosos y puede que exista una respuesta para cada caso, pero es muy posible que la noche haya empezado en esos locales en los que ahora no cabe ni un alfiler con un grupo de chicas atractivas bailando y divirtiéndose con una copa en la mano. No es que sean más madrugadoras o lleven las pilas más cargadas que el resto de la humanidad, sino que su diversión está pagada.
Itxaso y Gloria (nombres ficticios) son dos de las chicas que se ganan un jornal actuando como ganchos en uno de los locales de ocio del puerto. Cobran 1.000 pesetas por hora, más todos los refrescos y agua que quieran consumir y un combinado de alcohol por noche. Deben situarse frente a la puerta del local, donde se las vea, y bailar junto a otras dos mujeres. Son reclamos humanos para la gente que pasea. Los chicos picarán el cebo porque en este ambiente allí donde hay un grupo de mujeres bellas, la testosterona se dispara. Otros entrarán porque ven que dentro del local hay gente y lo está pasando bien.
"Nuestra función es animar, que los posibles clientes vean que aquí dentro pueden divertirse", dice Itxaso, que al igual que el resto de chicas que ejercen este trabajo de gancho no están identificadas como tales. Podría ser simplemente un grupo de amigas con muchas ganas de marcha. A mitad de su turno de trabajo, la población del bar ha aumentado. Gloria dirige uno de esos bailes para multitudes que se venden en el mismo paquete que una canción de verano, y buena parte del local sigue, con mayor o menor torpeza, sus movimientos. Quizá alguien pueda intuir que la coreógrafa no es espontánea. "Se trata de que no se note que estamos pagadas, pero si alguien se da cuenta no pasa nada. Supongo que alguien que venga varias noches puede sospechar, porque siempre nos ve a las mismas chicas", comenta Itxaso.
Más disimuladas están Esther (nombre ficticio) y sus compañeras en un bar de la otra zona del puerto. Ellas no hacen coreografías ni animan al personal. Su función es bailar y reír junto a los cristales del local, que está dividido en dos zonas comunicadas por un pasillo estrecho.
"Cuando una parte del local ya está llena, el encargado nos pide que vayamos a la otra, para ver si se anima", cuenta Esther. Ella, que va para psicóloga, reflexiona sobre el hecho de que la mayor parte de los ganchos sean de sexo femenino. "Supongo que los chicos van allí donde hay chicas. Es como las discotecas que no cobran entrada a las chicas, pero sí a los chicos", comenta. "Lo hacen porque saben que las mujeres atraen a los hombres, y además son ellos los que consumen. Por ejemplo, aquí hay veces que se nos acerca un chico y nos invita, con lo cual el local gana", añade. Negocio redondo, pues. Está práctica no es una moda pasajera, sino que comenzó con la apertura al públíco de los locales de la zona, hace tres temporadas.
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