Tras una forma de vida alejada del consumismo
Cuando Laia Franco acabó Sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona, en 1998, se propuso empezar un curso de posgrado. No miró hacia Estados Unidos, como hacen muchos, sino a La Habana, a pesar de que los títulos de las universidades cubanas cotizan a la baja en el mercado de trabajo para sociólogos. Pero Laia no buscaba rellenar su currículo, sino sumergirse en una realidad tan compleja como apasionante. Lo hizo durante 11 meses, en los que participó como voluntaria en un taller para mujeres en el barrio habanero del Cerro.Laia, nacida en Barcelona hace 25 años, pisó la isla por primera vez en 1996. Fueron tres semanas intensas colaborando en la construcción de un hospital y le pasó lo que a tantos: se enamoró de Cuba y de su gente. "Siempre había tenido ganas de conocer Cuba", explica Laia, quien se muestra inquieta por descubrir "otras formas de vivir, en las que el consumo no sea el centro de todo".
El hospital le supo a poco: quería más Cuba. En agosto de 1998 partió hacia La Habana para seguir en la universidad un curso sobre La mujer cubana desde una perspectiva de género. Eso le permitió ponerse en contacto con una veintena de mujeres y conocer cómo viven más allá de la propaganda del Granma y de Miami. Le sirvió, además, para obtener el carnet de residente, sin el cual la estancia prolongada en la isla es imposible. Empezó a buscar actividades de voluntariado. No fue fácil. En Cuba lo que hay, básicamente, no son ONG, sino las llamadas organizaciones de masas; es decir, muy gubernamentales. "Llegué con muchas ganas, pero hay poca gente haciendo cooperación sobre el terreno", lamenta.
Además, en Cuba todo transcurre a otro ritmo. El tiempo parece avanzar más lentamente. La guagua y los camellos (autobuses urbanos) pueden pasar con dos horas de retraso, si es que pasan. La visita del vecino fácilmente se convierte en un café que se prolonga durante horas. Parar cinco minutos en el trabajo para descansar -hacer un cinco, lo llaman- suele derivar en una larga charla en la sombra. Y, claro, encontrar una entidad en Cuba con la que una extranjera pueda implicarse lleva meses. "Al principio me levantaba a las siete de la mañana y salía a la calle con el mismo chip de Barcelona; pero me desesperaba", cuenta.
Cuando llevaba cuatro meses buscando a tientas, se le abrió una puerta: la posibilidad de colaborar con el Taller de Transformación Integral (TTI) del barrio del Cerro. Los TTI, creados por iniciativa del Gobierno, son un intento de mejorar las condiciones de vida en los barrios. Laia se integró en un grupo formado por una socióloga, una trabajadora social y una arquitecta. La experiencia fue "apasionante", pero al mismo tiempo llena de frustraciones al topar con las continuas dificultades cotidianas. La sede del TTI al que se incorporó es "una maravillosa casa colonial", pero se encuentra en un estado "precario". Una de sus tareas era ayudar a rehabilitar el edificio, lo que a menudo significaba tratar de resolver sinsentidos. Ejemplo: "Teníamos asignado material de construcción, pero se hallaba en otro barrio y no teníamos ningún coche para irlo a buscar".
Laia tiene un gran recuerdo de su paso por el Cerro, especialmente por los "talleres de autoestima para mujeres". "Nuestro objetivo era que se sintieran el motor del barrio". "Fue muy bonito, todas dejábamos a un lado los agobios del día a día y compartíamos nuestras experiencias".
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