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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'subcomandante' tiene la palabra

La derrota del PRI en las elecciones del Estado mexicano de Chiapas, poco después de la sufrida por ese mismo partido en las presidenciales nacionales, cuestiona uno de los argumentos principales del levantamiento zapatista encabezado por el subcomandante Marcos: la mentira de la democracia mexicana, la imposibilidad de cambio pacífico. Ello abre posibilidades de un acuerdo en las negociaciones que el vencedor ha prometido. Para alcanzarlo, también Marcos tendrá que reconocer que la situación ha cambiado. Seis semanas después del histórico resultado de las presidenciales, una coalición de ocho partidos de oposición ha logrado en Chiapas el triunfo para el senador Pablo Salazar, un hombre de 45 años, de religión protestante, que ha prometido impulsar las conversaciones de paz con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), estancadas desde hace cuatro años, y tratar así de reducir la intensidad de un conflicto que con espantosa frecuencia tiñe de sangre los altos chiapanecos. El triunfo de Salazar es un golpe para el PRI, su antiguo partido, con el que oportunamente rompió el año pasado. Pero, de forma paradójica, también representa un importante revés para el EZLN.

Los zapatistas siempre han justificado su recurso a las armas con el argumento de que el inmenso control que el PRI ejercía sobre el sistema político mexicano hacía imposible el cambio político por vía electoral. Ese argumento ya no es válido. El opositor Vicente Fox derrotó el pasado 2 de julio al PRI en las elecciones presidenciales, y el domingo, Salazar acabó con la hegemonía priísta en Chiapas al lograr un 54% de los votos. El cambio en México es posible en las urnas, y la mayoría de sus ciudadanos está viviendo con entusiasmo esta explosión de democracia en su país. Nunca el recurso a las armas y a la violencia estuvo justificado, pero hoy menos todavía.

La desorientación del EZLN es evidente. El subcomandante Marcos, que ya en el pasado guardó prolongados periodos de silencio a pesar de sus aficiones mediáticas, no ha considerado oportuno dar a conocer su punto de vista sobre el hecho histórico de que el PRI haya sido desalojado democráticamente del poder tras 71 años de monopolio del mismo y sin necesidad de disparar un solo tiro. Tampoco ha emitido comunicado alguno sobre el proceso electoral que culminó el domingo en Chiapas. Podrá decir que su movimiento ha sido decisivo para poner en marcha dinámicas de cambio, pero no negar que éste se ha producido. El hecho de que en algunas zonas controladas por los zapatistas se impidiera la instalación de urnas el domingo pasado no resulta un buen augurio. Lo peor que podría pasar es que Marcos se empeñase ahora en tratar de crear las condiciones objetivas para que la revolución volviese a ser inevitable.

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El camino hacia la paz está abierto. Salazar, que, como miembro del PRI, formó parte de la comisión que redactó los acuerdos de paz de 1996 (rechazados posteriormente por el Gobierno federal), está en buena posición para cerrar esta herida. Ha prometido integrar a los zapatistas en la resolución de los conflictos de este atormentado Estado, se ha comprometido a interceder ante el Gobierno central para que se reduzca la presencia del Ejército y a poner punto final a la impunidad de grupos paramilitares afines al PRI en defensa de la oligarquía chiapaneca. Salazar necesita ahora cierta habilidad política y encontrar en Marcos un interlocutor sincero, dispuesto a dejar las armas y trabajar por el futuro de los indígenas de Chiapas. Resultaría dramático que el EZLN se encastillara en sus planteamientos de hace seis años y el conflicto chiapaneco, enquistado, sembrase de muertos de uno y otro lado el camino hacia el futuro.

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