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Reportaje:ESTAMPAS Y POSTALES

El mar de Sorolla

Miquel Alberola

Como la mayoría de pintores de su tiempo, Joaquín Sorolla se estuvo mirando en el mar como un náufrago. Éste fue el motivo que más lienzo le comió en su obra, y en ese paisaje instaló su industria y su idioma plástico. El agua de mar como modelo rebelde y cambiante en su forma y color siempre ha sido un desafío para todo artista difícil de rehusar. En ella se rompían las formas convencionales y se comprimían todas las tendencias de los museos de arte moderno, pero para hallarlas había que sumergirse en la profundidad.Para él y sus más o menos coetáneos, el mar se convierte en una obsesión que termina por cuajar como una marca que hoy se puede identificar en las escenas de playa de Ignacio Pinazo, o en el punto fecal de los violetas de Muñoz Degraín y en las sombrillas blanquiazules de Cecilio Pla, que tanto entusiasman a los subsecretarios de turismo.

Sorolla encontró su primer lenguaje en el costumbrismo de orilla, en el relato de los asuntos de los pescadores de las playas de Valencia. Fueron los tiempos de la paleta crepitante, la distorsión del color y la deflagración de las luces, que le situaron al borde del expresionismo. Ése es el Sorolla oficial, el que se nos ha inculcado con insistencia. El de los bueyes tirando de las barcas, las velas a merced de las ráfagas de viento y las pescadoras con pañuelos blancos en la cabeza. El mar como fundamento productivo y lúdico, como decorado de su destreza técnica, lo que resulta ideal para decorar la sala de reuniones del consejo de administración de una caja de ahorros.

Sin embargo, existe otro Sorolla que sintetiza en el mar la espiritualidad de los salazones. A partir de su primera visita a Xàbia en 1896, Sorolla empieza a corregir su visión del Mediterráneo e inicia un éxodo interior hacia el abstracto que irá concretando en los años siguientes en algunas de sus obras realizadas en este entorno. Nada más conocer Xàbia envió una carta a su mujer para comunicarle que éste es el sitio que había soñado siempre. Nunca había visto el Mar Mediterráneo con los ojos con los que lo estaba viendo a los pies del cabo de Sant Antoni, puro, brillante, como "una esmeralda colosal".

Durante cuatro veranos pintó numerosos cuadros en los que ha captado la esencia del mar. Entonces, el Mediterráneo abandona en su obra el ámbito de la repostería y se convierte en una religión. Con los efectos de la luna en la playa, los reflejos sobre el agua, las nubes y los diversos estudios de mar, Sorolla abre una vía que convierte su arte en moderno. Lástima que cuando las cosas se habían puesto así fuese a intimar bajo la parra con una de las criadas de Julio Cruañes, su anfitrión, porque el novio, que era carabinero, zanjó el asunto con un tiro. Como consecuencia, Sorolla no regresó jamás a Xàbia y continuó por donde solía. De lo contrario hubiese sido un pintor abstracto.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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