Mejillón
Linneo llamó a dos de los bivalvos más comunes de nuestras costas Venus y Citerea, algo así como amor y paraíso. El mítico Carolus von Linnaeus, el Nuevo Adán como lo definió Eugenio d'Ors, puso más de 18.000 nombres en su Sistema de la Naturaleza, y en la elección de los mismos no escatimó recursos ni de la mitología ni de su contacto diario con los hombres. El Príncipe de los Botánicos se pasó la vida poniendo nombres, y benefició a sus amigos y castigó a sus enemigos. Como admiraba al botánico Magnol, le dedicó un árbol acabado de llegar de América del Norte (Magnolia), y como el conde de Buffon ponía muchos reparos a su incómoda manía de inventarse nuevas palabras, bautizó una planta feucha y ligeramente maloliente con el significativo epíteto de Buffonia. Son cosas de aquel sabio, que se dejaba influir por la subjetividad de sus apreciaciones... Al mejillón, por ejemplo, lo denominó Mytilus, cuando el nombre latino era muscellus, (diminutivo de músculo, aludiendo a la estructura tan característica de esta especie, y de donde deriva la voz portuguesa mexilhao, que originó la palabra castellana). El sabio de Uppsala podría haber bautizado esta especie con el nombre de Muscellus, o incluso, Musculus, como hizo para un taxón muy próximo. Sin embargo, prefirió ese "mytilus" de origen griego que recuerda a Mitilene, el famoso nombre de la capital de la isla de Lesbos, y a aquellas fiestas mitiléneas celebradas en honor de Apolo... ¡De nuevo el casto Linneo haciendo jueguecitos de nombres!... Claro que para los valencianos la palabra "clotxina", -con la que nombramos al mejillón- es polisémica y algo impúdica, porque su forma también nos hace pensar en el amor.
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