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ACCIDENTE EN EL ÁRTICO

Cadáveres radiactivos en el abismo

Al menos tres graves accidentes, uno de ellos en el golfo de Vizcaya, han echado a pique a submarinos nucleares rusos

El accidente del submarino Kursk no es el único ocurrido en los 45 años de historia que tienen los sumergibles atómicos rusos. En realidad se cuentan por cientos, pero son muy pocos los que terminaron con la pérdida de la nave y con numerosas víctimas mortales.La primera gran catástrofe de un submarino ruso se produjo en abril de 1970 frente a las costas españolas. El K-8 se hundió en el golfo de Vizcaya después de que estallara un incendio a bordo. La nave todavía se encuentra en el Atlántico, a 4.680 metros de profundidad, pero el accidente pudo haber tenido gravísimas consecuencias: millones de españoles, franceses e ingleses muertos, y decenas de miles de europeos enfermos de radiación.

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El segundo hundimiento de un submarino ruso ocurrió en el temido triángulo de las Bermudas, 16 años más tarde. El K-219 regresaba de su misión, cuando se declaró un incendio en la sección donde se encontraban los misiles. El sumergible, que tenía dos reactores atómicos, llevaba a bordo 16 misiles con cabezas nucleares. Hoy está a 5.000 metros de profundidad.

El más famoso de los hundimientos rusos ha sido el del Komsomólets. Sobre este submarino, que se encuentra a 1.685 metros de profundidad en el mar de Noruega, se han hecho estudios especiales con el fin de tratar de sacarlo a la superficie o de desmontar sus misiles nucleares pero, de momento, todo ha sido inútil. El accidente, ocurrido en abril de 1989, estaba pronosticado: pruebas preliminares del Komsomólets mostraron que el estado técnico del sumergible era insatisfactorio y que la tripulación se hallaba mal preparada, pero el mando naval ignoró las advertencias. Cuarenta y dos marinos perecieron en ese accidente después de luchar heroicamente tratando de apagar el fuego que estalló a las 11.03 de la mañana. Había que hermetizar la sección en la que estaba localizado el incendio, y el marino Bujnikashvili se lanzó a cumplir esa tarea. A través de la pared pasaban una serie de tuberías de los sistemas vitales del submarino; se habrían necesitado 20 minutos para poder hermetizar esa pared. Las llamas no dieron esos minutos a Bujnikashvili y sus compañeros. Las juntas de las tuberías de aire de alta presión se quemaron y el aire irrumpió en el sector, convirtiéndolo en un infierno. Las llamas conquistaron todo el submarino en un instante. El único consuelo que queda ahora, al menos para los noruegos, es que las últimas expediciones muestran que no hay fuga radiactiva alguna en los misiles nucleares que están bajo el agua. Oleg Yeroféyev, almirante que estuvo al mando de la Flota del Norte durante siete años, confesó hace poco que su fe en la seguridad de los submarinos rusos "se fue al fondo del océano junto con el Komsomólets. Por desgracia, cada nueva nave la construimos peor y peor", denunció en una entrevista concedida en abril pasado al periódico Trud. También han ocurrido accidentes graves en los reactores nucleares de los submarinos que, aunque no han causado el hundimiento de las naves, han provocado muertes entre la tripulación. El capitán Alexandr Nikitin, en su informe para la organización ecologista noruega Bellona, describió cuatro grandes averías que costaron la vida a 88 personas.

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