OLGA RAMOS: CUPLETISTA
Mirada altiva, gesto de pose y una sonrisa picarona a la par que cariñosa. Es Olga Ramos, una pacense nacida en 1918, que se considera madrileña de adopción. Después de que le cerrasen el año pasado su local de toda la vida, El Último Cuplé, mañana vuelve a cantar en un lugar típico para la clase de música que rescató del olvido a finales de los sesenta. Será en Las Vistillas a las 22.30, dentro de las fiestas de La Paloma. Asegura que este concierto supondrá el recuentro con el público de Madrid, que es "el único que me ha apoyado siempre".Olga Ramos no lo duda y afirma, siempre segura, que es "la única" que sabe cantar bien los cuplés. Sabe darles, a pesar de los 82 años que tiene, la entonación necesaria y con el timbre adecuado para no caer en la ñoñería o en lo obsceno. "Al cuplé hay que darle fuerza, y eso sólo se consigue metiéndose en la canción. Si consigues esto, animas al público y logras que le guste lo que cantas. Eso ahora no lo sabe hacer nadie, por mucho que algunos se empeñen a promocionar a artistas que no saben ni interpretar lo que hacen", explica la cupletista.
Uno de los peores momentos de su vida, según afirma, fue cuando le cerraron el local que tenía en la calle de La Palma, en el barrio de Malasaña. Lo llega a comparar incluso con la muerte de su marido, Enrique Martínez de Gamboa, Cipri. La clausura se efectuó el mes de junio del año pasado. Unas reformas emprendidas por el propietario del edificio obligaron a la cantante y a su hija, Olga María, a cerrar el café. "Nosotros lo habíamos reformado, porque el edificio estaba en ruinas, pero contrataron a un arquitecto que era un chapuzas y un especialista en cerrar locales. Nos bloqueó la salida de incendios y nos llenó todo el local de maquinaria. Así no podíamos trabajar", recuerda Olga con mucha nostalgia.
La cupletista y su hija sacaron todos los recuerdos que había en El Último Cuplé. Pianolas, retratos y numerosos mantones se acumulan ahora en el salón de su chalé, en la urbanización Ciudalcampo, en Algete. "Tengo mucho miedo de la política, y por eso nunca me meto en nada que esté relacionado con ella. Ahora, lo que siempre pienso es que, si hubiera vivido Enrique Tierno Galván [alcalde de Madrid fallecido en enero de 1986], mi local no lo habrían cerrado. Es así de triste", señala. Olga no quiso que los vecinos de Malasaña se pusieran delante del local o que se manifestasen para evitar su cierre. Se marchó "sin dar guerra" y pensando que con ella se había cometido "una gran injusticia". "El trabajar ahora para los mismos que no impidieron el cierre de mi local", advierte la cantante, "sólo lo hago por ellos, por el público. Es mi reencuentro con una de las cosas que más quiero", concluye. Ahora, después de un silencio de un año, ése será su día.
Un museo para sus mantones
Ahora, su hija ha puesto en marcha un proyecto para regentar un local próximo al que le cerraron. Olga María Ramos lo ha encontrado en la calle de La Palma, número 25, pero se ha topado con problemas de financiación. Insonorizarlo y conseguir todas las licencias cuesta más de 35 millones de pesetas. Además, al no ser un teatro, carece de financiación oficial. "El lugar es extraordinario, ya que tiene una fachada isabelina en la calle de La Palma y otra neomudéjar en la contigua calle de San Andrés. Además, tiene una vía interior en la que se podría poner un velador", explica. Ahí se levantaría además el museo de Olga Ramos, donde se mostrarían todos los recuerdos y los objetos más personales de la artista. "Tengo una gran cantidad de mantones, pero ahora sólo utilizo en mis actuaciones seis o siete. El resto los tengo guardados. No me gusta llevarlos a la tintorería, porque la última vez que dejé dos me mataron dos. No se les ocurrió otra cosa que meterlos en la lavadora", se queja. "Ahora prefiero que se caigan de viejos".
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