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Excesos veraniegos

Hemos pasado buena parte de agosto, mes con dudosa fama entre los madrileños. Una consideración más ponderada del calendario y las circunstancias meteorológicas nos lleva a recapacitar acerca de las rigurosas consecuencias de la canícula. Mucho ha cambiado el tiempo, y errados estuvieron nuestros antecesores, aunque hemos de felicitar a la Real Academia, pues entre la penúltima edición del diccionario (1984) y la última de la que dispongo (1992) ha puesto al día la definición de la palabra "canícula", apostillada como "periodo de fuertes calores que en los países del Mediterráneo suele computarse del 23 de julio al 2 de septiembre". Ese párrafo ha desaparecido. Empiezan bastante antes los sofocos y también concluyen más temprano.Hay quien se queja del número de jornadas feriadas, incrementada con el para muchos venturoso invento de los puentes, pero creo que en épocas anteriores las oportunidades ociosas eran tanto o más amplias. Ya no es festiva la onomástica de los Reyes y, por lo menos, la del príncipe de Asturias. Hoy están en declive los juanes, aunque se maquille la celebración con los esteparios ivanes, que van tomando arraigo, hasta que haya quien caiga en que son la misma cosa. Ni otra vacación que las nuevas generaciones desconocen: las jornadas oficiales de "estero" y "desestero". Eran los días que, en todo ámbito oficial y oficioso, se ponían las esteras -las alfombras en los despachos principales- al llegar el invierno y se quitaban al declararse solemnemente el verano. Quizá su rehabilitación germine entre dirigentes de alguna imaginativa ONG, velando por la tendencia al descanso de los antiguamente conocidos como "mangutas".

Hoy las vacaciones, aparte de coincidir con la pausa escolar, se inician y desarrollan con criterios más prácticos y un denominador común: cuanto más lejos, mejor. En la primera mitad del siglo pasado empezó a poblarse la sierra madrileña de familias, que primero alquilaban habitaciones en las viviendas rurales, luego favorecieron la apertura de pensiones y hoteles, y pronto florecieron las colonias de veraneantes, eso que ahora se llaman urbanizaciones. Sigue habiendo partidarios de los aires del Guadarrama -buenísimos fueron para los tuberculosos, otrora casi una clase social-, que pervive entre quienes realizaron la inversión y están dispuestos a extraer todo el jugo de las verbenas, las giras campestres y la proliferación de discotecas para el elemento joven. Las vacaciones, el turismo, tienen carta de naturaleza y nuestros contemporáneos se sentirían muy desdichados sin la parcela en el pantano o en la provincia de Alicante.

Este año haremos fugaz mención de un personaje, ya desaparecido, el rodríguez, entrañable sujeto que encontraba un singular placer hablando, en la noche capitalina, con las prostitutas -entonces sedentarias y frecuentadoras de los "jardines y terrazas de verano", muy numerosas en esta época- de sus hijos primero y, luego, con leal nostalgia, de las legítimas o santas, que quizá tonteaban con un camarero italiano, igual que si fueran danesas.

Se ha perdido, en algún momento indeterminado, la costumbre refrescante de beber sangría, tan agradable, aunque demasiado insinuante y fácil de trasegar, en nuestro clima. Descartando el innecesario licor, quizá fuera más recomendable que el indeterminado calimocho y los menjunjes que ingieren los adolescentes. Puede decirse que no hay vino malo, el detestable y áspero peleón, y es producto de la tierra, lo que mejoraría la situación de los viticultores de la provincia, que ya han ganado sólida reputación.

Entre los antiguos excesos veraniegos figuraba, aunque con carácter singular, la borrachera de la que se hablaría, con vergüenza y melancolía, durante el invierno. Todos hemos pasado por ese trance, que no dejaba secuelas perdurables y casi siempre seguía una pauta, incorporada al llamado acervo popular sin resentimientos.

En el escaparate de un variopinto comercio de la Gran Vía, figura la oferta de un azulejo de Talavera -o cercanías- donde venían condensados los progresivos estadios del momento etílico: "1º Facilidad de palabra. 2º Exaltación de la amistad. 3º Cantos regionales. 4º Tuteo a la autoridad. 5º Insultos al clero. Y 6º Delirium tremens". No era preciso llegar a la última etapa, aunque uno piensa que cualquiera se dirige confianzudamente a un guardia y a nadie le importa tanto el clero, como para injuriarle. Confieso ignorancia plena en cuanto al desarrollo de una buena pítima. No estoy seguro de que me interese conocerlo, pero nunca se sabe.

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