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CULTURA Y ESPECTÁCULOS

ROSSINI, DE FERIA CON CARLES SANTOS

Rossini bailó. Bailó literalmente, en la noche del viernes en el escenario del auditorio del Festival de Peralada transmutado en cabezudo de fiesta; la fiesta rossiniana en la que fue el invitado de honor de Carles Santos en su montaje de la ópera El barbero de Sevilla, en el que humor y sexo se dan mano en el debut del valenciano como director de escena en el mundo de la lírica.Pocos compositores operísticos como Rossini están tan en sintonía con el singular y personal mundo del músico valenciano. Les une un sentido lúdico de la vida, el placer por la comida y el humor en la música, llena de repeticiones, simetrías y onomatopeyas, una constante en la obra de Santos. Esperar que una personalidad artística tan fuerte como la del valenciano asuma dócilmente su nuevo papel de director de escena sin meterle mano a la ópera es desconocer quién es Santos. Los que lo conocían disfrutaron y lo aplaudieron, los que no, se sorprendieron ante su desbordante imaginación, sólo una minoría de operófilos de la facción integrista, que no admite ni la modificación de una nota de la partitura ni el cambio de una coma del libreto, junto con los que fueron incapaces de dejarse llevar en el viaje lúdico que Santos propone sufrieron y se indignaron iniciando, al final de la representación, un conato de abucheo que no prosperó.

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El control total del director de escena

Es infrecuente que un músico que no procede del mundo de la lírica asuma la dirección de escena de una ópera e inédito que en lugar de llevar a escena el libreto traduzca en imágenes la partitura. Pero es lo que hace Carles Santos. A golpe de impulso musical traduce escénicamente El barbero de Sevilla y se lleva a partitura de feria y la hace bailar. Rota la convención sería absurdo recrear de forma realista decorados y escenas descritas en el libreto de la ópera por Cesare Sterbini. Santos lleva a su propio mundo a Rossini, con un resultado global muy bueno, original y refrescante que encuentra en el primer acto, musicalmente más conseguido que el segundo, mayores logros escénicos que se agotan en la primera parte para repertirse en la segunda.

Sitúa la acción en un escenario vacío del que cuelgan cinco cortinas de tiras, una de ellas llena de luces que alude al portal encendido de la Feria de Sevilla. Allí se suceden las escenas en las que los cantantes, en un capacitado equipo que en general ha conectado con Santos, traducen la música con movimientos de manos, de cabeza -exagerando los tópicos tics de los bajos bufos- y pasos de baile. Un grupo de bailarines, con coreografía estilo programa de variedades de televisión, se encarga de no dejar apenas nota musical sin movimiento. Por la escena deambulan cantantes y coro en un constante desfile por la fiesta lúdica y mediterránea llena de colores, humor y sexo con el que el valenciano traduce en imágenes las ensoñaciones de un lascivo Don Bartolo con su ahijada Rosina, las insinuaciones de ésta al Conde de Almaviava o apacigua con una batalla de sifones, en genial escena, los picores de la criada Berta.

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