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Oposición

Mi amigo Manolo acaba de aprobar la oposición para profesor de Secundaria, y mira retrospectivamente el recorrido con las piernas flaqueantes del escalador que acaba de remontar el Himalaya. Frente a dos cervezas, desvaído y feliz, desgrana para mí los hitos de su ascenso y yo recuerdo una alegría y unos esfuerzos semejantes, en otro verano no muy remoto en que era yo quien avanzaba por los riscos, yo quien comenzaba esta aventura alucinante de ser funcionario de la Junta. Puestos en común con los de Manolo, con los del montón de amigos opositores triunfantes y vencidos con los que cuento y he compartido cervezas en estos días, mis recuerdos se amplifican, se contaminan, crecen teratológicamente como los apéndices mutilados de una estrella de mar o de un pulpo, y se convierten en los recuerdos comunes de todo opositor: un largo año de incertidumbre confinado en la soledad de las bibliotecas, repasando temarios de saldo subrayados tres veces y donde hasta la sintaxis es mala, copiando bibliografías con la falsa intención de compulsar los títulos, hojear al azar y corriendo algunos de los manuales imprescindibles, desvelarse. El alma del opositor está egoístamente acaparada por el futuro, por ese día fatal en que pondrán un papel con preguntas delante de un bolígrafo que tiembla, en que un tribunal de rostros hieráticos asistirá al inicio de una conferencia titubeante; el opositor barrunta una y otra vez ese día, lo calcula al milímetro, lo dibuja en el cuaderno torturado de su imaginación, lo corrige y lo aumenta, invierte en esa prefiguración del infierno las horas que debería dedicar al sueño, a la diversión, a la novia que está cansada y está lejos.Cuando todo termina, la alegría de haber concluido las pruebas es mayor que la de haberlo logrado con éxito: seguramente nuestro cuerpo no habría soportado más esta disciplina espartana, esta sucesión de torneos postergados al mejor estilo de las escuelas de gladiadores. Las Administraciones y los Estados, que de todo saben, deben conocer los méritos de esta forma de separar el trigo de la paja que al común de los mortales nos están vedados; los defectos, por contra, son visibles democráticamente para todo hijo de vecino: correlato burocrático del proceso de selección natural, el concurso oposición estipula que sólo ha de lograr su puesto de trabajo aquél que mejor sepa merendarse a sus oponentes, lo cual da lugar a la triste fauna de damnificados que pulula por los colegios en que las pruebas se celebran. Padres, hijos, esposas, sobrinas y ahijadas aguardan a la salida del aula comiéndose las uñas, barajando estampas de santos con las esquinas gastadas, aduciendo frente al desconocido de turno el listado de méritos con que el aspirante cuenta para lograr su plaza: parado, con dos niños, cuarta vez que prueba suerte, insomnio, pagando un piso. Uno se encuentra de golpe con la flagrante sensación de que los inútiles, los tullidos, los débiles están de más en la sociedad, y de que el sistema se los aparta con una olímpica sacudida de solapas. Pronto, quién sabe, se convoquen quizá también oposiciones para cubrir camas en los hospitales u otorgar permisos de residencia a inmigrantes. Pero mirada desde arriba, desde el final del camino, la ladera ofrece una satisfactoria panorámica de misión cumplida: ya otro día repararemos en lo que significa alcanzar la cumbre. De momento felicidades, Manolo.

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