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Se honró a Bach, el cerebro más poderoso

El viernes por la noche, el día en que se cumplían exactamente 250 años de la muerte de Johann Sebastian Bach, el Festival de Peralada honró la memoria del cerebro más poderoso que ha habitado la música occidental en los últimos 1.000 años ofreciendo la interpretación de la Misa en si menor, la gran misa católica del ferviente protestante Bach.La Misa en si menor completa, junto con las Pasiones conservadas de san Mateo y san Juan, las tres las grandes obras vocales del compositor. Creada en diversas fases en un periodo que abarca más de 20 años, la obra no presenta la unidad de trazo de las Pasiones ni, globalmente, su intensidad emotiva, pero casi no importa.

Liberada de la severidad del ceremonial religioso luterano, la Misa en si menor goza del beneficio de poder entregarse sin pudor en algunos momentos a la fastuosidad y el boato de la gran la liturgia católica, y es ahí donde Bach aparece como el cerebro más poderoso. Quizá Mozart fuera más genial, quizá Beethoven fuera más titánico y heroico, pero Bach fue sin duda, y esto en la Misa en si menor se muestra de manera diáfana, el gran cerebro de la música occidental, el gran arquitecto constructor de catedrales de sonidos, el único gran titiritero capaz de mover a la vez todos los hilos de un enrevesado contrapunto múltiple que amenaza constantemente con sumirse en el caos y que, sin embargo, alcanza finalmente la belleza perfecta, lamentablemente inhumana, de una ecuación matemática.

El empeño en dar existencia a la partitura no era fácil: esta obra de Bach tiene la fama de ser la más exigente con el coro. El Lieder Càmera de Sabadell estaba tenso, positivamente tenso, concentrado, sabía que se la estaba jugando. Josep Vila, su director, lo había preparado concienzudamente, pero siempre queda un margen de riesgo. El coro jugó y ganó. Ganó con claridad, sin peros, pudo con el galimatías bachiano y lo hizo sin descomponerse, manteniendo la afinación, la homogeneidad tímbrica en cada sección, el equilibrio dinámico entre secciones y la claridad, seguridad y unanimidad en el ataque.

Los cinco solistas vocales, que en esa obra no tienen oportunidades de lucimiento comparables a las del coro, en general cumplieron cabalmente con sus partes. Destacó la contralto Marisa Martins, que pudo con gran suficiencia y hermosa línea con un Agnus Dei escrito en un registro peligrosamente grave; el tenor Lluís Vilamajó quizá no alcanzó la suficiente concentración en Domine Deus, pero compensó largamente con un Benedictus perfectamente trazado. Iñaki Fresán, el bajo, tuvo que vérselas con un Et in Spiritum Sanctum que le obligaba a descender a las profundidades de su registro, pero se defendió.

No es la Misa en si menor la obra que mejor encaja con Marta Almajano: ella brilla más cuando puede estar más suelta y libre, pero se comprometió sin reservas con la parte de la primera soprano, se sometió a disciplina y la sacó bien. Mireia Pintó tuvo que tratar con la ingrata parte de la segunda soprano y en ningún momento estuvo cómoda en ella.

De poner en pie todo el edificio se encargó el director sueco Eric Ericson, un especialista en asuntos de coros bachianos, al frente del Drottningholm Baroque Ensemble. La opción de Ericson es más filológica que espectacular; tolera pecar por defecto, pero no por exceso. De esta forma, la interpretación quedó excesivamente contenida y plana, con tempi muy poco contrastantes, apenas un poco de prudente desmelenamiento en Cum Sancto Spiritu, y un acompañamiento orquestal de buena calidad material, especialmente en la cuerda, pero de carácter apocado, desabrido, soñoliento. La opción Ericson es correcta, es una de las correctas, pero no es la más brillante ni la más atractiva. En cualquier caso sirvió bien para honrar al gran cerebro que se apagó hace 250 años.

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