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CÉSAR ALIERTA

Un hombre de consenso en las antípodas de Villalonga

Financiero reconvertido en empresario, César Alierta (Zaragoza, 1945) está engrosando una biografía de gestor que a él mismo puede que le sorprenda, dado su carácter tímido, casi huidizo. Licenciado en Derecho por la Universidad de su ciudad natal, cuenta con un master por la Universidad de Columbia de Nueva York. Comenzó a trabajar como analista financiero en 1970 en el Banco Urquijo, el banco de moda entonces y la entidad que en aquella época contaba con más titulados universitarios por metro cuadrado.Se curtió como analista financiero y buceó en las entretelas del mercado bursátil, mundo que conoce como pocos. En plena ebullición de la Bolsa, creó Beta Capital en 1985, un proyecto que le reportó beneficios económicos y buenas relaciones con el poder financiero. Se hizo socio de la entonces todopoderosa Kuwait Investment Office (KIO) de Javier de la Rosa, etapa de la no quiere hablar ni a tiros. El proyecto de Beta lo dejó en 1991 cuando fue llamado a presidir la Asociación Española del Mercado de Valores.

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Tras la llegada del PP al Gobierno en el año 1996, su nombre entró en el ramillete de hombres escogidos para presidir empresas públicas. Fue nominado para Tabacalera, en la que se encargó como tarea inemdiata de completar su privatización.

Alierta, que no sabía nada del mercado tabaquero, aterriza en el vetusto caserón de la calle Alcalá dispuesto a modernizar una empresa que sufría una arteriosclerosis aguda, según los informes que le sirven sus asesores. Alierta sabe escuchar, almacena información y la procesa con una gran rapidez. Destaca, según sus colaboradores directos, por su inteligencia y su agilidad mental más que por su palabra atrancada.

En dos años, tras sacar a bolsa el 52% del capital aplicando un manual pragmático, comenzó a buscar un socio extranjero para Tabacalera. Sabía que en el mundo de la globalización "o te mueves o te comen" y el mercado del tabaco hace años que tocó techo. Se agarró a las posibilidades de desarrollo que daba el sector de puros y a través de compras de empresas convirtió a Tabacalera en el líder mundial en este segmento. Antes había sufrido el amargo sabor de perder en la privatización de la portuguesa Tabaqueira.

Al comenzar 1999 se enfrenta a la necesidad de un Plan Industrial para Tabacalera que consiste en cerrar ocho de las 14 fábricas abiertas en territorio español. Alierta lo explica con toda crudeza: O la empresa aplica una cirugía de caballo o se hunde. Con los sindicatos en pie de guerra y varios Gobiernos autónomos apretando, Alierta se saca de la chistera una operación que resuelve todos los problemas de un plumazo: fusión con la francesa Seita. Con ello cumple uno de sus sueños que es pilotar una fusión transnacional para formar Altadis.

Es la primera fusión de una compañía española y una francesa en la historia y tuvo que proponerla precisamente un aragonés. Tozudo y desconfiado, sabe que la discreción forma parte de los manuales de la gestión actual (con los mercados siempre abiertos) aunque para ello tenga que negar las evidencias antes los medios de comunicación.

Tenía 19 años cuando su padre fue nombrado alcalde de Zaragoza y sólo unos pocos más cuando su cuñado Ramón Sainz de Vicuña fue elegido para el mismo puesto por el PSOE. Durante sus milicias universitarias fue degradado por sus veleidades democráticas en el primer sindicato de estudiantes que sustituyó al SEU en el año 1968. Ahora recuerda que se quedaba dormido en muchas ocasiones en el periodo militar.

Apasionado de las telecomunicaciones, Alierta, que es consejero de Telefónica desde 1997, no es partidario de asumir cargos si no es para ser plenamente ejecutivo. Ha formado parte de la Comisión de Retribuciones que diseñó las opciones sobre acciones de Telefónica.

Alierta, lector empedernido, domina el francés y el inglés, se imbuyó muy pronto de las ideas de Adam Smith y el liberalismo económico y considera que la dimensión del Estado debe ser cada vez más pequeña. Se ofende cuando le dicen que es una persona cercana al Gobierno, aunque eso parece que es evidente. Valorado por Rato, con el que guarda una estrecha relación, se ha convertido en un hombre de consenso, listo para lo que haga falta. Y, en todo caso, Alierta está en las antípodas de los modos de dirigir de Villalonga. Ahora llega su verdadero examen al tomar un barco de un gran tonelaje.

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