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Renovadores y herederos JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

El circo -las elecciones a la presidencia del Barça- y la política -las elecciones a la secretaría general del PSOE- han coincidido en un mismo fin de semana. El circo y la política se han utilizado mutuamente infinidad de veces. No es éste el caso, aunque algunos pensaran el sábado por la tarde que la serie Pérez-Rodríguez Zapatero tenía que completarse, por pura lógica, con Bassat. Pero Cataluña es diferente. Y la serie se interrumpió. ¿Qué tendrá Cataluña que es tan reacia al cambio? De Maragall a Núñez, aquí sólo se va el que dimite y lo deja todo bien atado. De Maragall a Bassat, aquí nadie echa al poder constituido. De Pujol a Gaspart aquí el que manda resiste. En Madrid, los más variados estamentos e instituciones han renovado al personal un montón de veces desde que empezó la transición. Aquí todo sigue igual. ¿Por qué será? El circo y la política tienen cada uno sus claves específicas, pero es notable que en más de veinte años la oposición política no haya sido capaz de desplazar al pujolismo y la sociedad civil blaugrana no haya sido capaz de acabar con el nuñismo. La casualidad quiso que mientras los socios del Barça votaban, Pujol se lamentara ante los suyos de la pésima situación en que se encuentra su partido. La incapacidad de renovarse tiene este castigo: las agonías se hacen interminables.Hace unas semanas, cuando el PSC reordenó sus equilibrios internos con un Congreso en que todo estaba pactado de antemano, los socialistas catalanes eran jaleados como modelo de virtudes ante el guirigay del PSOE, donde cuatro candidatos luchaban por la secretaría general ante los restos de un aparato impotente para imponer pactos. El pasado domingo, al ver el desfile de jóvenes -y no tan jóvenes- diputados del equipo de Rodríguez Zapatero desconocidos por la mayoría que salían del anonimato del Congreso para ocupar sus plazas en la nueva ejecutiva, el pacífico cónclave que semanas antes había reordenado el cardenalato socialista catalán ya no parecía tan ejemplar. La osadía de unos dejaba retrospectivamente a los otros varados en su prudencia. Pero el contraste era todavía mayor cuando las cámaras enfocaban la fila de viejas autoridades y barones. Tantos años viéndoles imperturbables en la tribuna y, de golpe, los González, los Almunia, los Bono, los Guerra y tantos otros se encontraban -por la magia de nueve votos- en el papel de figurantes, envueltos en el celofán de la nostalgia en que la historia había dejado, como dijo el propio Rodríguez Zapatero, la esperanza del 82. Y comparando con la fila de la nostalgia todo el panorama catalán, no sólo el socialista, daba un revelado en papel sepia: Pujol todavía, como Arzalluz en el País Vasco o como Fraga en Galicia. ¿Qué tendrán las nacionalidades históricas que sus élites tienen tantas dificultades para reproducirse? El PSOE, por fin, gozaba del poder de lo nuevo, como el PP a principios de los noventa. Y la autoestima subía un montón de grados. La política, como todo, es cuestión de ritmo. Y nada da mayor seguridad que la sensación de haber recuperado el compás.

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Y sin embargo, el congreso de Madrid ha sido bueno para el PSC. Una vez más un deliberado desliz de Maragall les puso por el buen camino. La orden era no mojarse hasta el último momento. Pero Maragall tuvo el acierto de no obedecer: sembró su camino de pistas favorables a Rodríguez Zapatero. Y aunque el PSC hubiese estado con la mayoría si el Congreso hubiera dado el resultado para el que había sido preparado -la elección de Bono-, los guiños de Maragall permitieron que los socialistas catalanes hicieran suyo el éxito de Rodríguez Zapatero, por otra parte favorito de la mayoría de sus delegados. El resto lo puso el secretario general, que trató con mimo a las gentes del PSC: dos de los suyos en la ejecutiva y Maragall encabezando la lista del comité federal, que orgánicamente no es un honor escaso.

Pero que los socialistas catalanes estén entre los ganadores en Madrid no evita esta sensación de lento remar que ofrece la vida pública catalana. Un alto dirigente convergente me preguntaba por qué no podría salir un Rodríguez Zapatero en el nacionalismo catalán. Porque en Cataluña no hay ningún lugar que tenga la distancia psicológica y real respecto a Barcelona que León tiene respecto de Madrid. El brazo orgánico del nacionalismo es demasiado grande como para que de algún remoto lugar surja un grupo que empiece a crecer y en cuatro meses desafíe la saga pujolista. En un mundo que no reconoce otros signos de lo sagrado, esto sería una transgresión. Y la transgresión no figura en el diccionario de lo políticamente correcto catalán. El campo de juego es demasiado estrecho y al país le cuesta excesivamente ser grande.

Fútbol es fútbol. Pero cuando un candidato como Gaspart consigue ganar la presidencia de un club tan representativo como el Fútbol Club Barcelona con sólo dos argumentos: el continuismo renovado y somos el mejor club del mundo, algo falla. Lo que falla es bastante sencillo. Al propio Pujol le he oído decir muchas veces: "No somos un país cualquiera". Y nadie se ha escandalizado. ¿Es que los demás países son países cualquiera? Es esta cacofonía la que hace que donde los demás encuentran caminos para el cambio aquí sólo haya repetición. Y que todas las transmisiones se hagan por herencia, sin derecho a matar siquiera simbólicamente al padre como hizo Rodríguez Zapatero ya en su primer discurso.

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