El 'flash' de Johan Cruyff
El ex técnico provocó que la fractura social azulgrana se reflejara mientras votaba en un santiamén
"¿Quién ganará? ¡Ah, no lo sé!", alcanzó a decir, casi llevado en volandas, Johan Cruyff cuando acudió ayer al mediodía al Miniestadi a ejercer su derecho al voto. "Yo he venido a votar, pero esto es una fiesta y es lo más importante". Nadie lo diría. Fue la única frase que pronunció el ex entrenador del Barcelona en medio de una marea humana de empujones, gritos, aplausos e insultos. La imagen de una fractura casi irreparable. La cristalización de la ruptura de un club que se sabe partido en dos. Un par de minutos bastaron para que la presencia de Cruyff, el gurú de la candidatura de Lluís Bassat, reavivara la profunda herida y despertara la bestia indomable incubada en la ficción desde que Josep Lluís Núñez despidió al holandés en 1996. La fotografía del pasado, del presente y, como temen muchos, del futuro del Barcelona.Cruyff llegó de su casa del Montanyà, en Seva (Osona) sobre las 12.30 horas. Solo, conduciendo su Mercedes. Una multitud de socios, atraída por una colmena de cámaras y micrófonos, aguardó curiosa la llegada del personaje. La calma matinal, festiva hasta entonces, desapareció. Cuando el holandés descendió del vehículo, la explanada del Miniestadi revivió la guerra de muchos partidos, vista tantos días en el Camp Nou. Aplausos e insultos. Gritos de "¡Johan, Johan!" O de "eres el mejor" frente a los de "¡pesetero!", "¡quieres quedarte la llave de la caja del club!" y "¡vete a Holanda!".
Alguien, como un socio más, como un seguidor anónimo, le agarró del brazo en medio del caos provocado por nuñistas y cruyffistas. Era Joan Gaspart. No le soltó hasta que Cruyff, sin ni siquiera mirarlo -le acusó de Judas cuando le comunicó su despido en 1996- se libró de él.
Tras votar en la mesa 109, el holandés desapareció tan rápido como llegó, o tanto como pudo, porque primero quedó casi atrapado en una avalancha humana y luego fue engullido por un atasco en la calle de Arístides Mallol. Tras la verja que rodea el Miniestadi, se oyó y se vio entonces de todo. Cosas como que una pareja mayor de apariencia impecable obsequiara con un aparatoso corte de mangas a un grupo de cruyffistas, que les respondió tildándoles de "¡fascistas!".
Visto y no visto. Como un rápido vendaval que sembró una tensa resaca. "Y luego dirán que no hay fractura", comentó Txiki Begiristain, director deportivo de la candidatura de Bassat, que, pese a gozar del respeto mayoritario de los nuñistas -firmó innumerables autógrafos- no se libró, sin inmutarse, del reproche de una socia: "¡Eres un traidor! Sales en la tele porque hablas catalán. ¡Vendido! Ya me he desahogado".
Jaume Llauradó, ex precandidato y presidente del Forum Samitier, condenó la escena al igual que Carles Rexach, ex ayudante de Cruyff, que ha apostado por Gaspart. Las dos patas del dream team también divididas. Guardiola y Sergi, los dos únicos jugadores de aquel equipo que siguen en el Barça, optaron por votar con discreción, procurando evitar cualquier partidismo.
"Esto no ha sido bonito, hay que respetar todas las filosofías y a quien no piensa como tú", dijo Charly Rexach, buscando una paz casi imposible. O si no, que se lo pregunten al propio Johan Cruyff. Nada más abandonar el Miniestadi, sin imaginar que la noche acabaría con brotes de violencia, no pudo por menos que recurrir a la ironía y decir: "Mis seguidores eran de verdad. Los suyos [los de Gaspart o los aficionados que le abuchearon] estaban pagados". El flash de Johan Cruyff resultó, como de costumbre, tan repulsivo como seductor. Nadie como el entrenador resume el sentir de la gente blaugrana.
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