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Tribuna:DEBATE
Tribuna
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La izquierda posible

Fernando Vallespín

Qué debe hacer un partido de izquierdas para resultar atractivo electoralmente? La respuesta hasta ahora había sido bien sencilla: primero, pegarse al centro para tratar de abarcar al mayor número de votantes posibles; segundo, ofrecer un proyecto renovador con capacidad de ilusionar a una ciudadanía cada vez más escéptica, y, por último, atender a las nuevas demandas de la democracia mediática: personalización de la política, eslogans breves y eficaces y un largo etcétera de trucos de mercadotecnia. A este menú general se añadía luego en cada país el condimento preciso para ajustarse a sus peculiaridades y condicionamientos propios. Así se explica la bicefalia inicial de Schröder y Lafontaine en la socialdemocracia alemana o los pactos de izquierda franceses, que en gran medida responden a los constreñimientos del sistema electoral a dos vueltas.Sin embargo, a la vista de lo ocurrido durante los últimos años, el problema fundamental sigue siendo la imposibilidad de combinar eficazmente el viaje al centro con un discurso de izquierdas. En un juego digno del mejor trilero, la tercera vía lo intentó poniendo el énfasis sobre el tercer elemento. El resultado fue un producto mediático que resultó estupendo para acceder al poder, pero que ahora se ha convertido en su mayor enemigo cara a las próximas elecciones. Han sido tantas las expectativas levantadas que, a pesar de su eficacia, el Gobierno de Blair se las ve y se las desea para renovar su discurso. Con la consecuencia de una seria amenaza de perder votos por el centro y por la izquierda. ¿Durante cuánto tiempo se puede sobrevivir con la alquimia de las reconciliaciones, entre competitividad y justicia social, por ejemplo?

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Una cuestión de democracia

No hay izquierda sin un proyecto coherente con capacidad de ilusionar. Su superioridad sobre la derecha estaba siempre en el campo del pensamiento, en su fuste teórico. Pero ¿puede nombrar alguien a algún teórico de la izquierda capaz de servir de orientación bajo las condiciones de la nueva política; alguien que pueda jugar un papel similar al que en su día cumplieron, por ejemplo, Berstein y Kautski? Lo que esto nos dice es que el mundo ha devenido lo suficientemente complejo como para poder ser abarcado por la mirada de un gran maître penseur. Y los partidos deben confeccionar sus programas a partir de fragmentos elaborados por think-tanks u otras instituciones o grupos y están al albur de mil contingencias. Basta mirar la agenda temática de la reciente Conferencia de Berlín, que reunió a representantes de Gobiernos y partidos "progresistas" o de "la izquierda del centro" de todo el mundo: los mercados financieros y la nueva economía, los problemas de la emigración, los grupos minoritarios, las nuevas fuentes de marginación creada por la "división digital" de la sociedad, la pobreza, la protección de la diversidad cultural o los límites de la sociedad civil, además de muchos otros.

Esta nueva Internacional Progresista ha servido al menos para detenerse a pensar sobre los nuevos desafíos, reaccionar frente al entreguismo ante el "orden espontáneo" de los mercados mundiales y sacudirse un poco la caspa del conservadurismo ideológico de la izquierda tradicional. Tardará todavía algún tiempo en verse algún resultado concreto de la prolongación de dichos debates -ahora ya en red, claro-, pero hay avances. El primero y fundamental es la recuperación del espíritu internacionalista o cosmopolita y el consiguiente abandono de las soluciones locales. Sólo habrá posibilidades de gobernar la sociedad global desde una colaboración internacional y a partir de un claro diagnóstico sobre lo que está pasando.

La izquierda siempre se había apoyado sobre un fuerte Estado jerárquico conformador de un orden desde un centro y sobre un discurso universalista abstracto. Éstos son los elementos de los que hoy ya no podemos disponer. Y no basta con reaccionar entregándose a un optimismo pragmático que se limita a maquillar la realidad; tampoco sirve de mucho la enmienda a la totalidad que se construye sobre la demonización permanente de todo lo dado o exigir a la política lo que quizá ya no está en condiciones de aportar. La izquierda posible es la que se toma la realidad en serio, precisamente porque aspira a su transformación y mayor perfectibilidad. Que en el camino hayamos de fraccionar el discurso hay que interiorizarlo como parte de las nuevas condiciones con las que hay que operar; lo importante es que siga habiendo discurso.

Hay cuestiones que a mi juicio no ofrecen muchas dudas: siempre es mejor un debate de ideas que las luchas personalistas; los partidos deben dejar de contemplarse tanto a sí mismos y más a la sociedad. Y, sobre todo, deben tratar de recuperar el espacio público para la política. La amenaza no proviene sólo de la mundialización económica; está también la "mundanización" -de mundano, frívolo- de los nuevos medios. ¿De qué sirven las ideas si luego no pueden ser debatidas?

Fernando Vallespín es catedrático de Ciencia Política de la UAM.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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