Demasiado explícito
Los anuncios de prostitución son una realidad en casi todos los periódicos españoles, y, desde luego, en todos los de circulación nacional.El posible debate ético sobre ese hecho está fuera de las competencias del Defensor. Pero no el contenido de tales reclamos.
EL PAÍS mantiene algunas barreras ante este fenómeno, del que no deja de sorprender su incremento al tiempo que se consolida una progresiva liberalización de las costumbres.
El periódico no salpica las páginas destinadas a este tipo de reclamos con fotografías de desnudos.
Pero algunos de los anuncios que se publican incluyen textos relativamente largos con armazón literaria digna de cualquier relato pornográfico. No es cuestión de reproducirlos para ejemplificar con la evidencia. Basta con constatarlo.
Últimamente algunos de estos anuncios se insertan de modo destacado fuera del formato del anuncio por palabras; se hacen relevantes y muy visibles en las páginas destinadas a este tipo de publicidad.
Los periódicos son, por definición, productos de distribución indiscriminada. No están reservados para lectores adultos ni incluyen ningún tipo de advertencia, que, por otra parte, sería perfectamente inútil por inoperante.
Willian Campbell, desde Almería, se ha dirigido varias veces al Defensor, aunque con planteamientos que desbordan sus competencias. No se aborda este asunto desde una perspectiva ética ni moral, que está reservada al ámbito personalísimo de cada lector, pero sí desde la necesidad de respetar escrupulosamente los derechos de los niños y de los adolescentes que pudieran resultar lesionados con este tipo de publicidad.
Habría incluso razones puramente profesionales para rechazar esos anuncios. Si en la información general un periódico no debe adentrarse en asuntos especializados con lenguaje técnico, porque resultaría incomprensible para la mayoría, tampoco parece razonable incluir textos tan explícitamente descriptivos sobre el sexo que deberían quedar reservados para adultos que expresamente lo deseen.
Cualquier cadena de televisión que exhibe películas pornográficas les otorga un tratamiento tan especial que incluye un aviso previo, expreso y claro, para que el usuario pueda decidir.
No parece razonable que en una página del periódico cualquier lector que escudriña anuncios se vea sorprendido con literatura que desborda, con mucho, los límites ya fijados por la costumbre para este tipo de avisos, que seguirán publicándose y que resultan perfectamente comprensibles para cualquier adulto sin necesidad de acudir a descripciones procaces para subrayar lo obvio.
El buen gusto, un concepto tan vagaroso como socialmente útil, también podría manejarse como límite para el contenido de esta publicidad.
Imputación faraónica
El periódico, y más concretamente alguno de sus suplementos como el cultural Babelia, incluye textos de contenido complejo, difíciles de encuadrar en cualquiera de los géneros habituales, porque mezclan dosis indudables de información con opiniones. Son híbridos que quizás pudiéramos llamar inforopinativos y que, por tanto, participan de un doble riesgo.El sábado día 15 se publicó en Babelia una columna titulada 'Un movidito fin de curso libresco', que trataba de algunos movimientos en el mundo editorial.
Manuel Rodríguez Rivero, con las iniciales M. R. R., escribió allí sobre el editor Basilio Baltasar, del que dijo que consiguió "rescatar a la vieja editorial de las familias Seix y Barral,pero hay quien le reprocha que lo hizo a base de anticipos faraónicos y no fácilmente recuperables".
Estamos ante un dato puramente informativo: el éxito que se atribuye a Baltasar durante su permanencia en Seix y Barral se explica por los "anticipos faraónicos" a determinados escritores por sus obras.
Y la fuente de ese dato se concreta en un "hay quien le reprocha", algo que se sitúa más allá de cualquier límite sobre la discreción que a veces exigen las fuentes y que el Libro de estilo tolera de mala gana.
Basilio Baltasar escribió al Defensor para protestar por lo que considera una intromisión en su "dignidad profesional", y aduce que no tiene por qué ejercer su derecho a defenderse, porque su "único derecho irrefutable es no ser ofendido".
Manuel Rodríguez Rivero ha explicado al Defensor que la primera parte de la frase referida a Baltasar era abiertamente elogiosa para su labor, hasta el punto de que decía textualmente que consiguió "rescatar de la oscuridad" a Seix y Barral, aunque atribuye a problemas de ajuste en el texto el que desapareciese la mención a la oscuridad.
Después asegura que intentó "reflejar una opinión" que le transmitió "alguien vinculado a la editorial Planeta" (grupo al que pertenece Seix y Barral) y que no hace suya, pero no tiene inconveniente "en reconocer que la expresión 'hay quien dice', sin más, no es la más adecuada", y se disculpa.
La disculpa es muy oportuna: con el latiguillo "hay quien dice" podrían atribuirse las mayores atrocidades a cualquiera con total impunidad. Adelantos faraónicos sólo puede entenderse en castellano como adelantos grandiosos y desmesurados. Esa imputación exigía una fuente responsable y además conceder a su destinatario la oportunidad expresa para que pudiera explicar su versión. Es una exigencia fundamental del Libro de estilo que debe mantenerse como inexcusable.
Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.
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