Renovación, al fin
Al fin, el PSOE ha decidido renovarse. La elección por el 35º Congreso de José Luis Rodríguez Zapatero como secretario general es un paso decisivo hacia un cambio en profundidad del partido socialista, tanto en términos de rostros como de generaciones y de modernización de su mensaje. Rodríguez Zapatero, de 39 años, pese a haber sido diputado en los últimos 14, era hasta ahora un valor desconocido para la mayoría de los españoles. Tras su victoria por una diferencia de nueve votos, le queda casi todo por hacer para ganar la opinión de su partido, su candidatura a la presidencia del Gobierno y a una sociedad de la que el PSOE se había alejado en los últimos tiempos. Su primera tarea consistirá en presentar hoy una Comisión Ejecutiva integradora, eficaz y modernizadora, aunque la voluntad de integración no debe condicionar la prioridad de modernización. Zapatero tiene en sus manos una inmensa oportunidad, similar a la que Aznar tuvo en 1989, sólo que con una base de origen absolutamente distinta, más amplia y más democrática.El PSOE ha dado una lección de democracia interna. Zapatero ha ganado a Bono por un margen muy exiguo, pero en un sistema a una sola vuelta con cuatro candidatos. Pese a lo reñido del resultado, del 35º Congreso no sale un PSOE dividido, pues Zapatero, Bono o Rosa Díez no representaban familias distintas, sino generaciones, estilos y enfoques diferentes desde los valores tradicionales de la izquierda socialdemócrata. Los delegados han votado libremente, sin componendas, sin condicionamientos de las baronías ni caciquismos. A este limpio resultado ha contribuido, sin duda, la labor de la Comisión Política que ha dirigido el PSOE en estos meses de vacío tras la dimisión de Joaquín Almunia a raíz de los desastrosos resultados electorales. El presidente de esta gestora, Manuel Chaves, ha gestionado con habilidad una situación sin duda enredada. En cuanto a Almunia, hoy cabe señalar que su repentina dimisión, tan criticada, ha facilitado esta renovación del PSOE, de la que Bono sale como un perdedor digno. Era quien más arriesgaba en términos de su carrera política personal al presentarse a esta elección. Su participación, no exenta de mérito, constituye su aportación personal al cambio. El resultado se ha visto facilitado también por la voluntad de discreción de ese referente básico del PSOE que es Felipe González, que no ha apoyado explícitamente a ninguno de los candidatos, ni les ha robado protagonismo al declinar la invitación de presidir el partido.
Las ganas de cambio estaban ahí, y quienes han intentado condicionar los resultados en términos de cuotas de poder no lo han conseguido. Tres de cada cuatro delegados eran nuevos en un congreso que, finalmente, se ha decantado a favor de un dirigente surgido de un movimiento espontáneo en torno al proyecto de Nueva Vía, inexistente hace tan sólo unos meses, pero basado en un equipo joven, dinámico y, en principio, capaz. Para empezar, Zapatero ha demostrado en este breve periodo que sabe formar y trabajar en equipo. El resultado otorga una amplia legitimidad al nuevo secretario general. Ahora, ha de transformarla en autoridad y eficacia. El PSOE debe generar constantes debates de ideas en su seno y abrirse a la sociedad, pero no puede permitirse volver a luchas internas fratricidas si quiere transformarse en alternativa de gobierno en las próximas elecciones generales. Lo logrará en la medida en que se presente cohesionado y con un programa a la altura de los tiempos.
A este respecto, el contraste en los discursos de ayer entre Zapatero y Bono fue notable. El del presidente castellano-manchego fue más tradicional y previsible, mientras que las ideas del nuevo secretario general parecen más acordes con los cambios de la sociedad de la información y con la exigencia de incorporar a las mujeres a la vida política y económica. Es ésta la dirección en la que tendrá que profundizar la nueva dirección del PSOE si quiere tener oportunidades de ganar al PP. Debe mostrar la ilusión y la visión de futuro que ponga de relieve no sólo que quiere llegar al Gobierno, sino para qué quiere gobernar.
Entretanto, el PSOE debe constituirse en una oposición efectiva en lo que queda de legislatura, lo que no ha hecho desde que perdiera el poder en 1996. El equilibrio democrático español lo requiere. La condición de diputado de Zapatero favorece que el centro de esta oposición se sitúe en el Parlamento y no fuera de él, como hubiera ocurrido de haber salido elegido Bono. Zapatero ha sugerido un estilo de oposición razonable, que reconozca los aciertos del Gobierno cuando se produzcan, pero sea implacable en caso contrario, presentando no sólo críticas, sino alternativas. Ayer mismo empezó aportando al Gobierno la lealtad en la lucha antiterrorista, pero exigiéndole explicaciones urgentes sobre la ola de atentados de ETA, e iniciativas para que el País Vasco salga de su actual situación crítica. Previsiblemente, el nuevo líder del PSOE le va a resultar muy incómodo al Gobierno de Aznar. Por eso, el nuevo PSOE no puede permitirse nuevos fiascos como los vividos en las primarias y debe aprovechar la oportunidad que representa un líder nuevo y joven, que tiene todo por hacer, pero también todo lo que hace falta para ganar.
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