Un adiós desde Ginebra
Recuerdo hoy con añoranza uno de nuestros encuentros en la OIT, en Ginebra. Siempre admiré en José Ángel Valente su exigencia consigo mismo, su capacidad de se remettre en question, de replantearse con sinceridad cada uno de sus actos. Tenía un profundo anhelo por encontrar su verdad y compartirla. Era el mejor crítico de sí mismo, el más exigente, su propio (psico)analista.Nuestro encuentro en la cafetería se convirtió en lo que, maliciosamente, llamamos en los organismos internacionales un "café de traductor". Hablamos de su infancia, de su colegio, de su hijo Antonio.
Me contó que, cuando le introdujeron un catéter, pudo seguir esa intervención en una pantalla y le había sobrecogido pensar que, tal vez, estaba presenciando en directo su propia muerte.
Le confié las últimas palabras de mi padre antes de morir: "Y ahora, vete a buscar a tu madre, dame un beso y hasta la eternidad", y comentó la belleza de esas palabras y su fuerza casi perturbadora.
Hoy, José Ángel, tú estarás reunido en esa eternidad con Antonio, vibrando con él al unísono, ofreciéndole los geranios y margaritas del más allá.
Nosotros, tus amigos de Ginebra, guardaremos tu recuerdo en nuestro corazón, en nuestra psique.-
traductora de la OIT.