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Reportaje:

La cruz de Mirandaola

El temporal respetó la conmemoración del milagro de la Cruz de Legazpi y la representación al aire libre se pudo llevar a cabo ayer por la mañana. Siguiendo el estilo de las pastorales suletinas, cincuenta vecinos de la localidad guipuzcoana revivieron los hechos que rodearon el origen de su festividad, ocurridos a finales del siglo XVI.Era una recreación compleja y bien preparada, con un vestuario muy cuidado, y el tiempo no podía fallar a los distintos grupos de Legazpi que habían preparado una representación en la que se entremezclan versos, bailes, canciones y música. Poco a poco, según avanzaba la narración de aquellos hechos, el sol se abría paso entre las nubes, verdadero milagro después de la lluvia y el viento de la noche anterior.

Los figurantes, miembros de distintos grupos culturales de Legazpi, Urretxu, Zumarraga y Andoain, comenzaron recreando sobre un escenario colocado entre la iglesia y la ferrería de Mirandaola la vida en aquel tiempo, con especial atención a las tensiones que se vivían en el valle entre ferrones y agricultores, dos comunidades más que divididas por el uso que había que dar a las tierras y a los bosques.

En principio, no habían tenido graves problemas, pero ya en aquellos primeros meses de 1580 en los que se sitúa la acción, la tirantez estaba alcanzado niveles preocupantes para la comunidad, por la ambición de los que se dedicaban al hierro. En la celebración de ayer, dos grupos de bertsolaris parodiaron este enfrentamiento, que concluyeron con un makil dantza y un ezpata dantza, tras los que llegó un intermedio que, como en las obras de teatro de la época, estuvo animado por unos cantos de boda a modo de entremés.

La pieza continuó con la presentación del milagro. Según narran los testimonios que ayer presentaron los figurantes de Mirandaola, los ferrones trabajaban hasta los domingos, después de misa. Y esto fue lo que desencadenó toda la historia que ayer se presentó en Legazpi. El 3 de mayo de ese año, cuando los herreros acudieron a la fragua de Mirandaola, y tras trabajar durante todo el día, sólo obtuvieron una pequeña pieza de hierro en forma de cruz de 12 libras de peso.

Por supuesto, en este momento, la acción se trasladó a la ferrería, restaurada en 1952, y que estuvo funcionando entre los siglos XV y XVI. Los espectadores que seguían la acción desde el exterior pudieron escuchar el ruido que se realizaba en el interior del edificio, mientras que un bertsolari iba relatando lo que ocurría.

Esto se interpretó como un milagro y así lo confirmó el obispo de Pamplona Pedro Fernández Zorrilla, 55 años más tarde, cuando, estando de visita en el cercano pueblo de Urretxu, escuchó a unos testigos de aquel suceso.

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La representación llegaba a su fin. El complejo de Mirandaola, una iniciativa de la Fundación Lenbur, que ha dado empleo a unas setenta personas, volvió de nuevo al verano de 2000, mientras un grupo de Harley-Davidson seguían con una excursión interrumpida para disfrutar del evento.

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