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Falso duelo entre Carreras y Aragall

La inauguración del Festival de Peralada bordea el fiasco por la amplificación del concierto

Jaume Aragall y José Carreras prometieron una noche de pasión por el canto en su primer duelo artístico en un escenario. Un público entregado de antemano, dispuesto a vibrar viendo en acción a dos tenores que han alcanzado la gloria en la escena operística internacional, les esperaba con los brazos abiertos en el Festival de Peralada (Girona), soportando estoicamente una tramontana capaz de enfriar el alma al más ardiente de sus admiradores. Pero el concierto, que inauguraba el festival, bordeó el fiasco a causa de una amplificación impuesta por Carreras e innecesaria en un escenario por el que han desfilado las mejores voces de la ópera sin micrófonos que falsearan la esencia de su arte.

En el auditorio de los jardines del castillo de Peralada, con capacidad para 1.600 espectadores y técnicamente dotado con una excelente caja escénica, la acústica natural ha sido, hasta la noche del pasado sábado, una tradición y una garantía de pureza artística. Por su escenario han desfilado grandes estrellas de la ópera sin utilizar nunca un sistema de amplificación para aumentar la proyección de las voces. No la han necesitado sopranos como Montserrat Caballé, Eva Marton o Mirella Freni, ni tenores como el desaparecido Alfredo Kraus, Plácido Domingo o los mismos Aragall y Carreras, que han actuado sin micrófonos en Peralada. La tradición se rompió sin ningún tipo de justificación artística en el esperado concierto de los dos famosos tenores catalanes, que compartieron escenario con la soprano valenciana Isabel Rey. Cuando el público acude a un estadio de fútbol o a una plaza de toros a escuchar un concierto sabe que el sonido amplificado está justificado. Nadie lo esperaba en Peralada ni nadie anunció con antelación que en el primer duelo lírico entre los dos tenores quien iba a marcar las reglas del juego era el ingeniero de sonido.

Ni siquiera Carreras, que en conferencia de prensa habló de la sana rivalidad que estimula y añade emoción a un concierto en el que dos tenores miden sus voces en escena. Por respeto al público y a la tradición de Peralada, los responsables artísticos del festival deberían haber anunciado y expuesto las razones de una amplificación innesaria. A la hora de explicar el porqué del cambio, la dirección artística del festival, helada por las inclemencias atmosféricas y la cara de circunstancia de buena parte del público, alegó que la productura ejecutiva del concierto, Concert Studio, organizadora de buena parte de las actuaciones populares de Carreras, impuso la amplificación diciendo que las napolitanas y las canciones populares no se pueden cantar sin micrófono de por medio. Dudosa justificiación.

Tras una insípida lectura de la verdiana obertura de I vespri siciliani, Aragall rompió el hielo con una tierna y técnicamente inofensiva canción de Enric Morera, L'oreneta, dejando bien claro que su experiencia con los micrófonos es mínima. Carreras también optó por el repertorio patriótico catalán en su primera intervención, demostrando con la popular Rosó que en esto de cantar con auxilio técnico ya es un consumado maestro. Las cartas estaban echadas y el público, más embargado por el frío que por la emoción, siguió el concierto con aplausos y bravos sin que la mecha de la pasión prendiera con verdadera fuerza.

El público, que pagó entre 6.500 y 17.000 pesetas para asistir al concierto, no pudo ver juntos a Aragall y Carreras hasta el final de la velada, pasada la medianoche, con un medley que arrancó con El cant del ocells y concluyó con Granada, en un zurcido lírico en el que cantaron con Isabel Rey temas como Mattinatta, de Leoncavallo, El día que me quieras, el tema de la película Orfeo negro y un dúo de El fantasma de la ópera. Al final, tras los bises de rigor, Aragall y Carreras se quedaron solos y cantaron dos canciones juntos: Paraules d'amor, de Joan Manuel Serrat, y L'emigrant.

La zarzuela reinó en la primera parte de un programa bien hilvanado que, en condiciones acústicas normales, podía haber provocado el delirio del público. Una radiante Isabel Rey dio segura réplica a Aragall en un dúo de Doña Francisquita, de Amadeo Vives, y a Carreras en el dúo y jota de El dúo de La Africana, de Fernández Caballero, que cerró la primera parte. Entre las dos páginas, Carreras, Rey y Aragall se entregaron a fondo con diversas romanzas, pero una mala amplificación les pasó factura con desequilibrios y reverberaciones.

La ópera y la cancion napolitana animaron la segunda parte de un concierto en el que Aragall no acertaba a relacionarse armoniosamente con los micrófonos: se los comía, literalmente. Los tenores resolvieron sus arias frente a la frescura mostrada por Isabel Rey en sus interpretaciones.

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