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Capitalismo... ¿Qué capitalismo? ANTONIO ARGANDOÑA

Los comentaristas de la gran carrera económica están aburridos. Con la retirada de las economías de planificación central (Corea del Norte y Cuba dicen que siguen, pero deben correr en otro estadio), su tarea se limita a constatar, vuelta tras vuelta, que las economías capitalistas no dan muestras de agotamiento. Así que, como aquel periodista que se inventó una guerra que no existía, hemos creado nuestra propia clasificación: dentro del pelotón de los capitalistas, algunos corren mejor que otros.-No hay color -me dice un lector-, el capitalismo americanos lleva clara ventaja. Es eficiente, motivador, agresivo, dinámico, flexible, etcétera. El que no les imite, ya puede ir pensando en abandonar la carrera.

-Sí, es verdad: parece en forma. Pero, ¿a cuántas vueltas es la carrera?.

-¡Oh! No lo sé. Debe ser larguísima.

Pues, si es así, unos cuantos años de buena marcha no garantizan el éxito. De esto ya tenemos experiencia: hemos visto milagros alemanes, japoneses, italianos, españoles, irlandeses... Lo difícil es mantener ese ritmo durante años.

-¿Acaso sugieres que se acerca una recesión en los Estados Unidos?

No. Mejor dicho, no lo sé. Y tampoco es muy relevante. No podemos juzgar la buena marcha de una economía por unos pocos años de crecimiento. La clave está, precisamente, en el largo plazo: en crecer ahora, pero manteniendo los incentivos y los medios para seguir creciendo en el futuro. En términos atléticos: llevar un buen ritmo, una dieta sana, no quedar descolgado, no adelantarse demasiado, evitar los tirones musculares, etcétera. En términos económicos: una buena tasa de ahorro e inversión, evitar los desequilibrios (inflación, déficit público), fomentar la innovación, abrirse a nuevos mercados...

Otros capitalismos -el europeo continental, también llamado germano, alpino y renano, el japonés, el nórdico- hicieron, en su día, un planteamiento muy interesante de la carrera. La victoria -se dijeron- es cuestión de equipo. Lo importante es que toda la economía esté en condiciones de sostener el ritmo. La clave es la solidaridad: "Todos para uno y uno para todos". Que nadie se quede descolgado: ayudemos al parado, al trabajador sin cualificación, al marginado. El Estado de bienestar es nuestro gran aliado.

-Parece una estrategia ganadora.

Y tuvo éxito, al menos durante algunos años. Pero luego empezó a mostrar sus defectos (probablemente, cualquier estrategia, con el paso de los años, es ineficiente, aunque sólo sea porque el equipo se acostumbra a ella). El lema se convirtió en "Todos para mí, y muchas gracias". Y, claro, nadie empujaba.

La estrategia americana parece mejor. Su sociedad está bien equipada para los retos de la nueva economía: innovación, bajos costes de fracaso (si no, uno no se arriesga), apertura (en España, las pateras son noticia; en California, los que pasan la frontera a nado son una oportunidad), flexibilidad, etcétera.

Y en este lado del Atlántico hemos tomado nota. España, por ejemplo, ha tenido excelentes oportunidades en los últimos años, y las ha aprovechado: hemos sabido innovar, invertir, crear empleos, flexibilizarnos, desregular. ¿Significa esto que el modelo americano es, decididamente, mejor?

La estrategia europea no era mala: la solidaridad es un valor importante, si se define bien. Pero aquí creímos que consistía en garantizar al parado varios años de un generoso seguro, en vez de ayudarle a volver pronto al trabajo, que hubiese sido lo realmente solidario.

-Es lo que intentó el capitalismo sueco...

Con mucho éxito al principio, y con fracaso al final, cuando cada día, uno de cada cinco trabajadores estaba de baja por enfermedad, aprovechándose del generoso Estado de bienestar. Aquí es oportuna la comparación entre sistemas: en Estados Unidos, el seguro de enfermedad es un lujo, que no está al alcance de muchas familias. Esto nos escandaliza: no es solidario. En Suecia, la gente fingía enfermedades para quedarse en casa, porque, económicamente, le salía muy a cuenta: el exceso de solidaridad -mal entendida- dio pie a la insolidaridad.

Pero la carrera continúa, y hay que sacar alguna moraleja. Primera: copiar lo que otros hacen tiene poco sentido; estudiar sus ejemplos y aprender de ellos puede ser muy bueno. En lugar de descalificar a americanos -o japoneses, o alemanes-, aprendamos de ellos.

Segunda: los modelos, probablemente, se deterioran con el tiempo. La reforma no ha de ser permanente (eso es el caos), pero sí frecuente. Renovarse o morir.

Tercera: la solidaridad consiste en ayudar al otro a solucionar su problema, no en quitárnoslo de encima con unas monedas. Vale le pena tenerlo presente, ahora que queremos reformar nuestro mercado de trabajo, ¿no?

Antonio Argandoña es profesor del IESE, Universidad de Navarra.

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