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Vacaciones en el mar

De todas las formas posibles de vacación, ninguna más radical que la experiencia del crucero. Entre la vida laboral y la vacación discurre la frontera entre lo cotidiano y lo extraordinario, la normalidad y la excepción, el tiempo regulado y el llamado "tiempo libre". Hay pues un impulso que empuja a pasar de lo controlado a lo incontrolado y de lo vigilado a lo más furtivo. En este sentido, los viajes de aventuras son el modelo máximo de la ruptura: contra la normativa de la cotidianidad, la vida salvaje; contra la previsión del horario y los espacios, la imprevisibilidad de la naturaleza y sus parajes. El crucero, sin embargo, es todo menos la experiencia sin control o la opción vacacional libre de programas. Un crucero representa una opción vacacional donde precisamente se canjea el paquete de acontecimientos repetidos de la cotidianidad por otro paquete de repetidos acontecimientos a bordo. De un primer vistazo, el intercambio parece una decisión trivial, pero acaba siendo todo menos eso.En realidad lo que se transmuta con la vacación en un crucero es el contenido completo de la rutina. Se cambia una rutina por otra rutina, pero lo decisivo es precisamente la variación de sus sustancias. El crucero, que es una reproducción de otra rutina, posee los ingredientes mágicos para transformar lo repetitivo en curación, el confinamiento en salvación y la falta de asombro en un hermoso amparo. En un crucero todo está organizado, supervisado, programado. La tripulación se comporta como un cuerpo de ballet con sus movimientos medidos. No hay lugar para la improvisación y se zarpa o se fondea con una puntualidad castrense. También las medidas que se ensayan para los casos de emergencia comunican un talante militar que acentúa la idea de hallarse gobernados. Pero, por si faltaba poco, quienes deciden las circunstancias de la embarcación ostentan graduaciones de oficiales, capitanes o comandantes. El armazón organizativo de la navegación dista pues de parecer libre y tiende, por el contrario, a procurar la impresión de una estructura fuerte. Pero justamente el pasaje, en estos términos, se siente feliz. Los pasajeros de un crucero son por naturaleza dichosos y el crucero esencialmente es un ámbito de felicidad provisto de todos los adelantos de la psicología, la gastronomía y el arte del entretenimiento. Por añadidura, los empleados del barco han sido instruidos profesionalmente para contentar a los navegantes y en tal grado que nada se parece más a su función que la buena función de un cuerpo de médicos y enfermeras en un hospital idóneo.

El contenido del crucero, más allá de llegar o no llegar a un puerto o surcar los mares, es el contenido de una felicidad elaborada. Entrar en el barco se representa como el paso desde la realidad terrenal que queda en el muelle y la otra realidad que se inaugura más allá de la pasarela. A partir del momento en que el barco suelta amarras, el mundo de acá, reconocido, usado, desgastado, queda atrás y el interior del barco se convierte en un ámbito donde se suspenden el tiempo y el espacio como categorías gravosas. El mar hace las veces de un medio ideal o metafísico que se ha librado del mundo físico y penitencial. El tiempo interior del barco está regulado pero forma parte de un bloque que a su vez, gracias a la ensoñación marina, no existe como coerción, sino sólo como cómplice de una ventura sin defectos. En el crucero se puede comer cuanto se quiera y siempre de una calidad exquisita. En el crucero se puede asistir a fiestas, al casino, a los bailes y espectáculos, se puede beber sin reservas, ligar sin dificultades, dormir o despertar a cualquier hora, trasnochar en cubierta o dormir mientras el barco sigue cumpliendo su destino.

Hay otras maneras de gastar una vacación, pero nadie debería tener la imposibilidad de no probar la fantasía del crucero. La base de una vacación, la clave de un descanso es desaparecer, no sólo ante los demás, sino sobre todo ante uno mismo. Y no hay efecto que logre abolir mejor la existencia que esa continuidad azulada y absoluta entre la concavidad del agua y el cielo.

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