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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Realismo ruso?

Moscú parece asumir por vez primera formalmente su crítica situación interna, y con ella, la disminución de su papel en los asuntos mundiales. Ése es el mensaje que cabe extraer de la nueva doctrina sobre política exterior que fijó el presidente Putin en su discurso ante el Parlamento sobre el estado de la nación y en una larga entrevista con medios informativos internacionales difundida ayer. Dada la confusión que ha presidido la política exterior rusa desde la caída del muro, el paisaje que emerge debe ser tomado con todas las cautelas. Pero en sus perfiles básicos asoma por vez primera un esperanzador indicio de realismo, de situarse en el mundo más por lo que es que por lo que uno querría imaginar que es.Anunciando el flamante credo exterior, primera revisión del aprobado por Yeltsin en 1993, el ministro Ígor Ivanov asegura que Moscú está listo para trazar una raya entre los años posteriores al desplome de la URSS, con sus pretensiones universales, y su nueva actitud concentrada en la recuperación de su agónica economía. El titular de Exteriores ha hablado de "hacer nuestra política más racional, más útil en los sentidos político y económico". Naturalmente que Rusia se sigue viendo como una gran potencia con la que es necesario contar, se trate de su plena incorporación al G-8 o del papel que pretende en el acercamiento intercoreano. Pero más por su tamaño, su localización geográfica y los arsenales de que dispone -al margen de su operatividad- que por su proyección real o su capacidad de influir decisivamente. Conciliador, Putin declara que incluso ve algún asomo de racionalidad en la iniciativa del escudo antimisiles de Clinton, aunque, naturalmente, se opone a él.

El presidente ruso ha sido crudo con sus compatriotas en su mensaje sobre el estado de la nación. Avisa de que su país puede derivar rápidamente hacia un Estado tercermundista si no acelera su reforma política y estructural. Está por ver la convicción de Putin en el desarrollo de su receta para conseguirlo, pero el nuevo jefe del Kremlin habla de la urgencia de medidas liberalizadoras, de la importancia de una prensa y unos sindicatos libres, y critica abiertamente la arbitrariedad de la burocracia, la delincuencia rampante y el enriquecimiento vertiginoso. Y, como aviso a navegantes, ha iniciado el acoso, poco creíble por sus circunstancias, contra algunos de los magnates intocables que han hecho y deshecho en Rusia hasta ahora mismo.

Otros movimientos alimentan un justificado escepticismo. El Putin de ilimitados poderes que predica esta suerte de conversión al evangelio occidental y promete que "Rusia va a moverse hacia la creación de instituciones democráticas" es el mismo que sigue devastando Chechenia, que libra una batalla frontal para hacer de Moscú el absoluto centro de poder de la Federación, que zarandea obsesivamente al único grupo mediático que se le opone o que trata como un prohombre al genocida Milosevic. La alentadora nueva doctrina, pues, espera su concreción en los hechos. El tiempo desvelará el grado de compromiso de Putin con los objetivos y valores que acaba de proclamar.

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