Un libro destaca la labor de los científicos que salieron de Andalucía hacia América
Los puertos de Sevilla y Cádiz fueron en el siglo XVIII centros del conocimiento
La profesora Paz Martín Ferrero ha reunido en el libro Andalucía y las expediciones científicas en el siglo XVIII, editado en la colección Educación XXI, dos docenas de expediciones de carácter científico que tuvieron su punto de salida y llegada en los puertos de Sevilla y Cádiz. "Los viajes con fines científicos que patrocinó la Corona española hacia el Nuevo Mundo fueron los más importantes de ese siglo. Los franceses e ingleses se dirigían más al Pacífico, Asia y Oceanía, le daban la vuelta al globo", explica.
El 26 de mayo de 1735, después de laboriosos preparativos, partió del puerto de Cádiz la fragata Incendio, de 50 cañones, y el navío Consquistador, de 67 cañones. A bordo iban dos expertos en matemáticas, el alicantino Jorge Juan, de 22 años, y el sevillano Antonio de Ulloa, de 19. Eran miembros de la expedición geodésica al Ecuador, que se organizó para medir el grado de meridiano terrestre, pues se dudaba si el globo era completamente redondo o achatado por los polos, como sostenía Newton. Cuando terminaron su aventura, llena de incidentes, los guardiamarinas tenían 33 y 30 años respectivamente. Habían recorrido toda la costa suramericana del Pacífico. Sus trabajos llevaron a la conclusión de que la tierra es achatada por los polos. La medida del grado del meridiano, que efectuaron junto a colegas franceses, daría origen al sistema métrico decimal. Ulloa, además, descubrió el platino. Esta es una de las expediciones recogidas en el libro, que ofrece una visión de conjunto de estas aventuras destinadas al conocimiento de las riquezas más allá del AtlánticoLa obra de Martín Ferrero, doctora en Ciencias Biológicas y catedrática en el Instituto Columela de Cádiz, detalla también los viajes realizados por las comisiones demarcadoras de límites para determinar hasta adónde llegaban los territorios españoles, cuyas lindes estaban en constante discusión con los portugueses desde el Descubrimiento. Entre ellas se encuentra la expedición al Orinoco, al mando de José Iturriaga, en 1754, que incorporó a un grupo de naturalistas y dibujantes. "Por primera vez en la historia de las expediciones, se incluyó un equipo de naturalistas para el estudio científico de la flora, la fauna y los productos naturales. La Corona española tenía un interés especial en el conocimiento de la naturaleza de aquellos territorios, no sólo por una motivación científica, sino también por las repercusiones económicas y comerciales que podían derivarse de descubrimientos de productos como el cacao, la canela o la quina", dice la autora.
Los expedicionarios descubrieron de todo. Minerales como el amianto, la esmeralda o el platino ("los primeros trozos de platino se tiraban porque no sabían para qué servía", precisa) y especies desconocidas de plantas y animales, que reproducían en dibujos realizados con el jugo de las propias plantas. "Se quedaron fascinados con esa naturaleza desbordante y realizaron colecciones de láminas que son una maravilla", señala Martín Ferrero. El español Félix de Azara, que recorrió Paraguay y Argentina, es uno de los naturalistas que realizaron numerosos estudios sobre la flora y la fauna. Encontraron especies acuáticas como el zopilote o aves de rapiña como el taguato, entre otras muchas novedades. Azara envió al Museo de Ciencias Naturales de Madrid el esqueleto de un megaterio (un tipo de dinosaurio) gigante, "uno de los primeros que se vieron".
Las condiciones de viaje de estos científicos aventureros eran muy duras y a veces lo pagaban con la vida. "Sufrieron temporales, temperaturas extremas, fiebres, picaduras mortales de mosquitos. Observar el cielo de noche era para ellos un auténtico calvario, porque los insectos acudían a las luces y los atormentaban, y las ratas se comían los cirios", relata la profesora.
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