El 'efecto llamada' de una vida mejor y un trabajo digno
Ninguno de los magrebíes que llegan a España sabe que existe algo llamado Ley de Extranjería
Ninguno de las 11 personas que viajaban en el monovolumen detenido en Estepona se echó al suelo, se agarró al chasis del camión y pasó cinco o seis horas aferrado a una barra de hierro a un palmo del suelo atraído por las ventajas de la Ley de Extranjería. Ninguno sabe qué es esa ley. Tampoco saben que ahora España les da más derechos que antes. A juzgar por lo que cuentan quienes llegan de Marruecos, el efecto llamada de esta ley, sencillamente, no existe.Yassine Boutaleb, de 28 años y licenciado en física por la Universidad Cadi Ayad, de Marrakech, hizo oídos sordos a los consejos de su padre y hace mes y medio dejó atrás su casa, sus padres, sus 10 hermanos y un porvenir vacío en una aldea de pocos habitantes a 24 kilómetros de Beni Mellal, una localidad en el centro de Marruecos. "Si te vas, encontrarás la muerte", le dijo a su hijo el padre, Said, de 82 años, y que probablemente ha visto a muchos irse del pueblo. Pero Yassine pensó que era demasiado pronto para truncar su vida: quiere seguir estudiando para llegar a ser físico nuclear. Sabe y cuenta que, si siguiera en su pueblo, se vería obligado a realizar algún trabajo manual por apenas 800 dirhams al mes (alrededor de 14.000 pesetas).
Yassine ha dejado atras a su padre, agricultor y "un tipo duro que mantiene a toda la familia", y a su madre, de "sesenta y tantos años" y que se las ha tenido que ver con la miseria a repartir entre sus diez hijos. Cinco hombres: Yassine, ahora en España, Mustafá, Mohamed y Abdellatif, todos sin trabajo, y Ayad, de 47 años y militar de profesión, y cinco mujeres: Samira, Zehra, Najat, Malika y Khadija, todas amas de casa.
Al salir de su pueblo, lo primero que hizo fue irse a otro donde algunos familiares le prestaron dinero. Su destino final era Tánger. Un amigo le había dicho cómo ponerse en contacto allí con un camionero que por 1.000 dólares (170.000 pesetas) haría la vista gorda y le permitiría agarrarse al chasis de su camión. Allí abajo tuvo que pasar alrededor de cinco horas, varias de trayecto en barco y otro tanto de tránsito en carretera hasta llegar a España. Ocho días deambuló Yassine por los montes de Cádiz.
Aquí es donde se unen las distintas historias. El grupo, según cuentan, coincidió por casualidad en la montaña y, como en el caso de los 37 de Mijas, dicen que uno hizo autoestop y el resto prácticamente saltó sobre la furgoneta. Nadie admite mafias ni citas previas con alguien que los recogiera y los llevara a Almería y Murcia, otro de los posibles destinos.
Salir de comisaría fue un acontecimiento. Alguno de ellos echó rodilla a tierra y dio gracias a Alá con efusión. Pocos inmigrantes sin papeles han salido de comisaría con una ruta distinta a la de su país de origen. Además, entrar en Marruecos escoltado por agentes de la policía nacional, dice Mohamed, un hombre de 47 años que ha dejado atrás a Fátima, su mujer, y a sus siete hijos para arreglar "algunos asuntos que tiene pendientes desde hace muchos años", equivale a pasar unos meses en la cárcel y pagar una multa muy alta para quienes han gastado todo en pagar a miserables que se aprovechan de la miseria ajena.
Yassine, Mohamed, Mati, Salin... todos insisten en que llegaron por separado. Los 11, con edades entre los 23 y 54 años, dicen que aprovecharon descuidos de los conductores para escamotearse en los bajos de un camión, la última e igual de peligrosa alternativa a la patera. Sólo Yassine reconoce haber pagado por el viaje. Los otros juran y perjuran que no se han gastado un dirham. Tampoco tienen mucho. Salim, de 28 años, del mismo pueblo de Yassine, y bereber como él, viene con 350 dirhams, poco menos de 6.000 pesetas. No tiene familia ni amigos en España, pero sí un plan para llegar a Almería y rehacer su vida. Tampoco a sus padres, hermano y cinco hermanas les hizo gracia que buscara una nueva vida. Pero él estaba harto de "no tener nada que hacer allí". Salim no se cree su libertad. Es la segunda vez que lo intenta y en la primera ocasión, hace poco tiempo, cruzó el Estrecho en patera; fue descubierto por la Guardia Civil y enviado de vuelta a Marruecos.
Al contrario que Salim, la mayoría de estos 11 magrebíes tiene familia o conocidos en España, sobre todo en El Ejido. Tras dejar la comisaría, lo primero es llamar a sus familiares. Todos traen algún número al que llamar. Por eso, casi todos habrán tomado hoy el autobús hacia Almería. Allí, la mayoría, sin estudios y sin profesión concreta, se dedicarán a la recogida de fruta. O a lo que salga.
El hecho de que la policía hayan estrechado el cerco a la frontera y en el mar no supone que muchos marroquíes renuncien a Europa; sólo les obliga a iniciar el viaje más al sur y a asumir más riesgos, porque ninguno de los 11 ha llegado a España atraídos por una ley que desconocen y que no llama a nadie. El único efecto llamada, el que les hace despreciar los peligros de un viaje endiablado, es la posibilidad de encontrar un trabajo digno y una vida mejor.
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