De la piedra y el cristal
El edificio del nuevo Ayuntamiento de Cadalso de los Vidrios, con su torreón circular y su linterna, recuerda a un faro. Por su fecha de construcción, 1992, cabe pensar que el arquitecto se inspiró en los fastos quintocentenarios y colombinos para realizar su obra, pero el alcalde de la villa, que ya lo era por aquellas fechas, apunta otra hipótesis irónica: en tiempos muy remotos, esta zona de Cadalso, que forma cuña entre las provincias de Ávila y de Toledo, estuvo ocupada por el mar.El alcalde, Antonio Sibert, descendiente de un maestro vidriero francés que llegó a la villa de Cadalso a finales del siglo XVII, exhibe en una vitrina de su despacho media docena de pequeñas piezas de la vieja fábrica, cuyos orígenes se remontan al siglo XII, que alcanza su apogeo en el siglo XVIII y se extingue en las primeras décadas del XX, después de un infructuoso intento de adaptar su finura artesana a la prosaica y utilitaria fabricación de bombillas y otros artefactos modernos. La modesta colección de la alcaldía tiene como obra más significativa y curiosa un estilizado y polícromo "lagarto", donado por un viejo luchador comunista, El Pelao, que, tras haberla guardado en su casa durante décadas como oro en paño, se la cedió a la primera corporación de izquierdas que sentó en el Ayuntamiento.
Antonio Sibert, alcalde por el PSOE, hoy se preocupa más por la dura piedra que por el frágil vidrio que dio apellido a su pueblo. "Cadalso, capital del granito", dice una pegatina adosada al parabrisas de un coche aparcado en una calle del casco antiguo, mensaje que subraya el importante papel que juega en la economía cadalseña este material, cuya extracción y transformación constituyen la primera industria del pueblo. La de las canteras de Cadalso no es una piedra cualquiera; como corresponde a la tradición del lugar, se trata del granito blanco cristal, un mineral muy apreciado en la construcción, aquí, en Galicia y en Japón.
Gallegos y japoneses están entre los mejores clientes de los granitos locales, lo que dice mucho sobre la calidad de la piedra, porque los gallegos son una estirpe de canteros que saben muy bien lo que se traen entre manos, y los nipones, estrictos y exigentes en sus tratos comerciales. Tan minuciosos, que suelen desplazar sobre el terreno a sus expertos para que examinen las rocas de las que saldrá su pedido.
El alcalde se va, pero nos deja en buena compañía y encaminados hacia un restaurante de confianza, Casa Moncho, donde probamos los recios y personales vinos de la tierra, el peligroso blanco de uva albillo, que bajo su frescura y ligereza enmascara una alta graduación alcohólica, y el poderoso tinto de garnacha. Casa Moncho está a punto de inaugurar un hotel en las plantas superiores de su establecimiento para dar posada a los japoneses o a los turistas de interior que, como esos miles de madrileños que cada verano duplican o triplican la población censada, descubren un día los múltiples y no muy conocidos encantos de Cadalso de los Vidrios.
La buena compañía en la que nos ha dejado el alcalde está en letra impresa, un cuaderno y un libro, respectivamente, redactados por un ilustrado y popular humorista, que en una fecha ya lejana se asentó voluntariamente en el pueblo, y por un no menos ilustrado galeno, capitán médico en el Ejército de la República, que llegó desterrado y degradado y encontró en Cadalso una nueva vida haciendo mejor la de los que le rodeaban.
El Cuaderno de historia de Cadalso de los Vidrios, ilustrado y comentado por Forges, está dedicado al autor del libro Cadalso de los Vidrios, don Antonio Box, como "ejemplo de entrega y esfuerzo como médico e historiador de todos los cadalseños". Desenfadado, aunque riguroso y documentado, el cuaderno sirve de prólogo a la completísima, amena y minuciosa obra del historiador.
Al amparo de la peña Muñana, los orígenes de Cadalso, palabra que en su primera acepción quiere decir simplemente lugar alto, se pierden entre leyendas y crónicas, prehistóricas, ibéricas romanas y sarracenas. Del paso de los primeros pobladores iberos quedan cerca de aquí los famosos toros de Guisando, aunque el primer monumento de la villa de Cadalso sea el palacio, "el chalé" que dice Forges que se hizo construir y nunca llegó a habitar don Álvaro de Luna, artista y guerrero polifacético que se convirtió por sus buenas y malas artes en favorito del rey de Castilla don Juan II en el siglo XV. Cuenta la leyenda que a don Álvaro, que también era supersticioso, una adivina que encontró en el camino le anunció que moriría en cadalso y él creyó que hablaba de la localidad que no volvió a pisar cuando en realidad la vidente pensaba en este caso en la otra acepción de la palabra. El De Luna acabaría decapitado en el patíbulo.
El palacio o "chalé", llamado de Villena, de estilo renacentista plateresco en su fachada, está hoy, cerrado a cal y canto, cercado por bien cuidados setos y almenas más ornamentales que defensivas, asomado a un frondoso jardín. Junto al palacio, en lo que hoy es parque público, se conserva, recientemente restaurado, un estanque de piedra vacío, donde en su día se celebraron simulacros de batallas navales. La sólida iglesia fortaleza de Nuestra Señora de la Asunción, construida en parte con piedras de la antigua muralla, en estilo gótico-plateresco, y las casas blasonadas, como la "de los Salvajes", en restauración, confieren al pueblo una personalidad muy peculiar en un paisaje de pinares, vides, encinas retamas y tomillos.
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