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EUROCOPA 2000

35.000 hinchas vitorean a Francia

"Merci, merci, les bleus", corearon magrebíes y centroafricanos, chinos e indonesios

Media Francia se echó el domingo por la noche a la calle en una explosión de júbilo colectivo semejante a la que se produjo hace dos años con la Copa del Mundo. Como entonces, la riada inmensa de 400.000 personas que inundó los Campos Elíseos compuso el mismo paisaje humano multiétnico del equipo nacional. Ayer, unas 35.000 personas se reunieron en la plaza de la Concordia para vitorear a sus jugadores, quienes, asomados al hotel de Crillon, presentaron uno a uno la deseada Copa de Europa a sus seguidores. Anelka fue el jugador que más se resistía a pasear el trofeo mientras Trezeguet, autor del gol decisivo, fue el más ovacionado. También las esposas y compañeras de los jugadores, -entre ellas la modelo Adriana Karembeu- salieron al balcón y alzaron la Copa.El "pueblo" de Francia, por utilizar la expresión del primer ministro, Lionel Jospin, sigue encontrándose en las calles arracimado en torno a esta selección victoriosa que sigue siendo el mejor instrumento de integración social y política. "Viva Francia", gritaron hasta enronquecer, bandera en mano, tantos y tantos ciudadanos que llevan en la tonalidad de sus rostros la prueba de sus orígenes.

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Esta vez, sin embargo, el estallido de alegría resulta menos intenso y fulgurante, pese a que el triunfo llegó fuera de hora. Ocurre, simplemente, que como los franceses llevaban ya dos años instalados en el paraíso, la Eurocopa supone para ellos la prórroga de ese estado de felicidad colectiva. Aunque el destino es caprichoso, la camiseta azul del equipo francés es, decididamente, la capa del invencible Superman que permite a estos mercenarios de las Ligas italiana y británica desafiar la estadística y demostrar que en el deporte no hay ambición desmesurada. "La felicidad del fútbol", titulaba ayer sobriamente el diario Le Monde.

Después de haber obtenido sobradamente el dinero y la gloria, los "Reyes de Europa", el título de portada de Le Figaro, quieren forjar la leyenda de equipo invencible, conquistar y repartir los efectos benéficos de la victoria, responder a esos millones de franceses salidos de la inmigración que se reconocen en ellos. "Merci, merci, les bleus" (Gracias, gracias), coreaban magrebíes y centroafricanos, chinos e indonesios, gentes de medio centenar de inmigraciones distintas. La bleu (azul) es su verdadera camiseta, de la misma manera que los seleccionados son sus verdaderos compañeros, una amistad y cohesión anudada por el anterior entrenador, Aimé Jacquet, y conservada por su sustituto, Roger Lemerre. De los 79 partidos disputados desde enero de 1995, estos tipos sólo han perdido 5. Hoy se sienten invencibles y benefactores de Francia y hasta de Europa porque ya han dicho Jospin y el presidente Chirac, sin aparente pizca de ironía, que "este es el triunfo de Europa". Las radios conectaron con Argel, capital de la antigua colonia, para comprobar si el triunfo hacía reverdecer, también allí, pasados fervores patrióticos franceses.

Pese a la adhesión entusiasta, la adoración, más bien, que despierta este grupo de futbolistas, ricos y famosos, pero no cretinos -la mayor parte de ellos está comprometida en causas humanistas o ecologistas- la fiesta en la Campos Elíseos terminó como el rosario de la aurora. La "más bella avenida del mundo" mostraba ayer por la mañana un panorama desolador de cristales rotos y restos de sangre. Los casseurs (reventadores) provocaron a la gente y a la policía y los enfrentamientos se cobraron un centenar de heridos de poca gravedad y casi otros tantos arrestados.

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