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Reportaje:

La difícil recuperación del padre Coloma

La reedición del cuento 'Ratón Pérez' revive el recuerdo del escritor jerezano

Hermanos Grimm

El farragoso y tenebroso siglo XIX guarda no pocos tesoros literarios bajo inmensas cantidades de polvo ideológico. Quitando unas cuantas joyas seguras (La Regenta, Fortunata y Jacinta, los artículos de Larra, Bécquer...), lo demás anda casi todo envuelto y revuelto entre telarañas costumbristas, novelas de tesis, romanticismos de aspaviento y qué sé yo cuántas miserias de catálogo.Al fondo, un fragor de luchas sociales, hambruna y cuartelazos. La labor de rescate ha de confiarse entonces al puro azar, al rastreo aleatorio o a la rueda de las cronologías. Por un poco de todo eso, la Asociación Española del Libro Infantil y Juvenil ha vuelto a poner en circulación un olvidado cuento del padre Luis Coloma (Jerez, 1851-Madrid, 1915): Ratón Pérez (1902), una deliciosa historia inspirada en la leyenda de este duendecillo popular que compensa a los niños por la pérdida de su primer diente. María Puncel ha adaptado el cuento y Cruz Pintor lo ha ilustrado.

El padre Coloma, jesuita tardío y ultraconservador, es una de esas figuras que duermen bajo la espesura de sus propios mejunjes doctrinales, donde brillan, sin embargo, aquí y allá, algunas páginas dignas de recuerdo, como son muchas de su mejor novela, Pequeñeces (1891), imprescindible relato de costumbres licenciosas de la alta sociedad en tiempos de la restauración alfonsina, con muchas claves que van poco a poco siendo desveladas. (Véase el libro de Ricardo Serna Masonería y Literatura, donde se descubre la presencia de las sociedades secretas en el relato del jerezano).

Fueron muchos los escritores que por esa misma época hicieron adaptaciones y recreaciones de los viejos y sabios cuentos populares (Pedro Antonio de Alarcón, Juan Valera, Trueba...) a partir de las pautas marcadas por la escritora Fernán Caballero, cuya tutela se extendió a todos ellos, pero de un modo particular a nuestro autor. Ella les enseñó el difícil arte de rescatar y tergiversar a la vez lo que el pueblo había atesorado a lo largo de siglos, ajeno a toda norma religiosa y, por el contrario, con muy buenas dosis de varapalo y sarcasmo hacia los valores establecidos por la sociedad burguesa; de modo que hoy no es menuda tarea la de separar la ganga moralizante y los caprichos literarios del verdadero cuerpo narrativo con que las gentes sencillas se divertían en las largas noches de invierno... sin televisión.

Pero qué se le va a hacer. Todos esos autores cultos admiraban rendidamente la obra recopilatoria de los Hermanos Grimm, pero a ninguno le dio por emularla seriamente, con lo fácil que entonces lo tenían. Suerte que muy pronto acudieron los heterodoxos del círculo de Machado y Álvarez, mucho más respetuosos con la tradición oral, y algo se salvó de la quema.Salvemos en primer lugar una distinción antropológica. Ratón Pérez es un mitema popular de doble sentido; por un lado, es un verdadero ratón, que se lleva los dientes de los niños, depositando un obsequio en su lugar -generalmente dinero-, y por otro, es el personaje de un cuento, pretendiente y marido de La hormiguita, que andando el tiempo se convirtió en La ratita presumida.

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De cómo se operó esta transformación, es asunto de lo más curioso: el segundo valor del mitema estaba arropado formalmente no por un ratón, sino por un bichito llamado técnicamente tisanuro, y popularmente "ratoncito Pérez". Se trata de ese pequeño insecto anillado y saltarín que se cría en la humedad de las casas. Con el tiempo, se fundieron los dos sentidos en uno solo, y ya en nuestro siglo se popularizó por la radio una versión muy musical y repetitiva de La ratita presumida.

El motivo de tan sorprendente metamorfosis zoológica fue sin duda la pérdida azarosa del segundo valor (el bichito), y su confusión con el primero (el ratón); ello obligó a su vez a otra evolución rapidísima que hubiera maravillado al propio Darwin: la de hormiguita presumida en ratita presumida, que parecería más lógica, si al cabo habían de casarse los dos personajes del cuento.

La historia de Coloma tomó otro derrotero: convertir en un cuento inventado la leyenda del primer motivo, el del mamífero ratón que trasiega con los dientecitos de los niños. Y la desarrolló, como era de prever, en sus coordenadas religiosas y sociológicas. El niño es nada menos que Alfonsito XIII, quien por un efecto mágico se ve convertido también en ratón que acompaña al duende en sus correrías nocturnas.

Lo malo es el final, donde, también previsiblemente, el futuro rey se topa con otro niño, pero éste pobre y muertecito de frío, que nada más despertarse lo primero que hace es rezar el padrenuestro, igualito que él. Aquí se derrumba toda la historia, por lo demás muy bien escrita y con pasajes de lo más simpático. Es el destino de casi toda la literatura edificante de este siglo tan poco ejemplar. ¿Puede perdonársele tanta moralina, tanta melaza celtibérica? Por qué no, si además resultó tan cándida como inútil a sus objetivos ideológicos.

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