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Pataleo

El razonamiento es tan sencillo que asusta un poco. Vivimos tiempos de una estabilidad social tan exagerada que hasta para intentar una reforma moderada es necesario que se produzca antes algún tipo de escándalo o de alarma social. Dicho de una forma más tosca, es necesario que se alteren un poco los ánimos del ciudadano para conseguir que acepte alguna modificación o cambio en su forma habitual de vida.Por ejemplo, para cambiar el sistema sanitario español, para introducir las fundaciones médicas o el uso de tecnología privada para la salud, se necesita antes divulgar y emocionar con errores en el sistema, con tragedias en las listas de espera, con situaciones límite que obliguen a soluciones inmediatas. Para modificar el sistema educativo hay que sobresaltar primero con índices de fracaso, erratas incomprensibles y adolescentes despistados. La opinión de los expertos también es útil para conmover, como ocurre con el informe sobre la enseñanza de la historia realizado por la Real Academia correspondiente.

Sin embargo, es un error político frecuente pensar que unos ánimos alterados son suficientes para garantizar el éxito de la reforma que se pretende. A veces ocurre todo lo contrario. Molestos y enfadados por el fracaso del sistema, los ciudadanos defienden el modelo existente, rechazan las reformas y reclaman un cambio de los gestores actuales. Y esto es lo que puede ocurrir con el informe de la Real Academia de la Historia, que en lugar de ayudar a solucio-nar problemas está consiguiendo atrincherar posturas.

El comentario más amable que se puede hacer sobre el mencionado documento es que está realizado por respetables eruditos, pero que parecen estar ya fuera de su tiempo histórico y alejados de la sensibilidad social de su entorno. Algo que se palpa con facilidad por su fino desprecio hacia el análisis sociológico, las técnicas pedagógicas y las valoraciones políticas. Confunden sistemáticamente la mediocridad actual en la enseñanza de la historia, algo en lo que muchos estaríamos de acuerdo y no sólo en referencia a esta disciplina, con la percepción plural de los acontecimientos. Toynbee, por ejemplo, entiende la historia desde la teología pero no es mediocre, mientras que algunos de los libros que critican estos académicos son mediocres al margen de la perspectiva que adopten. No es correcto denunciar los errores de unos para deslegitimar la interpretación de otros.

En pocas ocasiones me he sentido tan identificado con los editoriales de este periódico en el que escribo como el jueves pasado, cuando se señalaba que España no ha producido todavía una visión de sí misma a la luz de la democracia, que no tenemos una teoría de la España democrática y así se facilita la multiplicidad de interpretaciones. Y eso es algo, añado por mi cuenta, que no se soluciona sumando porcentajes en los contenidos educativos, ni mediante consentimientos a mano alzada.

Sin duda alguna, vivimos tiempos psicológicos y se hace necesario atizar los ánimos para modificar las conductas pero, además, se necesita un argumento social para el cambio, una justificación, algo que no se puede confundir con el pataleo emocional ya sea de tipo académico o político.

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