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EUROCOPA 2000La selección

Valió la pena

Los aficionados españoles, que sólo desfallecieron con el tercer gol y los "Viva España" de los yugoslavos, disfrutaron de un final apoteósico

Ramon Besa

El silencio era sobrecogedor en el fondo norte del estadio Jan Breydel. La hinchada española, que se desplegaba de córner a córner, se había quedado muda, y algunos optaron por la retirada, presumiendo de haberlo visto ya todo en el fútbol. Nadie asomaba por el banquillo. La prensa redactaba la necrológica deportiva de cada dos años. Y los yugoslavos, dale que te pego, cantaban: "Y que viva España". Nadie daba un duro por los españoles. Y en eso que el silbato del árbitro, el francés Gilles Veissière, sonó estruendoso. Había dado la chapa durante todo el partido y ahora, justo en el minuto 92, estaba plantado en el área, con el dedo índice señalando el punto blanco. ¿Qué ha pasado? ¿Quién ha caído? ¿De quién es la falta?, se preguntan por igual los periodistas y los aficionados ubicados en el área contraria. Abelardo, un jornalero, había ido a por la que parecía última pelota del partido y en un salto acababa de sacar un penalti. El encuentro recuperó entonces la vida que había perdido desde que Yugoslavia se quedó con uno menos.Mendieta se ofreció para transformarlo y el gol del empate obligó a unos y otros a ponerse de nuevo en faena. Había que seguir mirando a la cancha, era necesario volver a preguntar por el resultado del Noruega-Eslovenia, interesaba conocer sobre todo cuánto le quedaba al choque. Nadie recordaba o había reparado en el tiempo añadido que había dado el árbitro asistente, perdido como parecía todo, en el momento en que se comunicó que habría cinco minutos más sobre los 90 reglamentados. La excitación resultó tremenda. La grada despertó, desde el banquillo se insistía en que quedaban tres minutos todavía y el equipo se entregó sin desmayo en busca de la gloria. Guardiola se ofreció para seguir levantando la pelota, Urzaiz para descolgarla y Alfonso para rematarla con la zurda. Y así hasta que acabó en la red justo cuando quedaban 10 segundos para que expirase la contienda, aunque la UEFA escribió que el gol llegó 7 minutos y 2 segundos después de lo que se considera reglamentario.

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Fueron minutos para el recuerdo, propios del mejor de los partidos coperos, de una tarde como aquella noche que protagonizó el Manchester United en el Camp Nou cuando le arrebató la Copa de Europa al Bayern Múnich. Los jugadores se estrujaron frente al banquillo, amontonados, tirados al suelo, festejando la remontada. A Camacho se le vio pidiendo calma, que por eso quedaban 10 segundos, y la hinchada volvió a desplegar las banderas, mientras los yugoslavos, impotentes, se rendían. Hubo uno que, justo cuando el colegiado pitó el final, saltó al campo y se iba para el árbitro cuando el seleccionador español advirtió a los demás de la amenaza. Fue Alfonso el que se interpuso entre el hincha y el colegiado. Ya con anterioridad, cuando expulsaron a Jokanovic, otro aficionado yugoslavo se presentó en un córner para liarla. Entonces fue Guardiola el que apaciguó al aficionado mientras el árbitro, asustado, se escondía detrás del azulgrana.

Los diez segundos parecieron diez horas tal y como había quedado parado el partido. Hubo tiempo de sobra para que la afición saboreara el triunfo. Fueron momentos inolvidables, instantes que la televisión nunca conseguirá retransmitir, porque en la lejanía todo parece más claro, más nítido, menos pasional. Valió la pena pasarse por el estadio Jan Breydel. Desapercibida en Rotterdam, donde fue absorbida por el gentío noruego, afición tan serena como bella, y en franca minoría en Amsterdam frente a la orgullosa Eslovenia, la hinchada española fue ayer mayoría en la seductora Brujas. Jugó por un día España con el aire a favor, con superioridad en la grada.

Los aficionados yugoslavos eran menos y, sin embargo, armaron mucho jaleo en el campo, saludando cada uno de sus goles con bengalas. Una y otra afición, en cualquier caso, mantuvieron buenas relaciones por las calles de Brujas y una vez dentro del estadio. El nombre de Mijatovic fue un punto de encuentro, pues había mucho madridista que recordaba el gol que le dio al Real Madrid la Séptima. Los emigrantes españoles suspiraban por un triunfo reparador recordando su condición de trajabajadores. "No hay nada más gratificante que acudir al trabajo y presumir de un triunfo", apuntaba un extremeño que vive hace años en Bruselas. "El fútbol nos da vida y nos recuerda de dónde somos".

En el estadio Jan Breydel se citaron varias generaciones de españoles, y entre ellas también la de los hijos de emigrantes, que se expresaban en francés, y la de los profesionales que han sido requeridos por multinacionales. "Para mantener mi puesto de trabajo no me dieron otra alternativa que faenar en Bélgica, y ahí vivo, aunque ahora sigo a la selección", anunciaba un canario, hincha del Las Palmas. Acostumbrados a ser minoría, generalmente indefensos ante el ritual de otras selecciones más vertebradas, los aficionados españoles se sintieron por un día mayoría, y a falta de cánticos no cesaron en sus gritos de "este partido lo vamos a ganar". Únicamente desfallecieron cuando Yugoslavia marcó el tercer gol y sus hinchas exclamaron: "Que viva España". No sabían los hinchas que los futbolistas querían reivindicar igualmente su trabajo. Abrazados en la victoria, desfilando los jugadores uno tras otro frente a los aficionados, se prometieron que el domingo volverían a encontrarse en Brujas.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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