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EUROCOPA 2000

Una volea para la historia

Un sensacional remate de Alfonso a diez segundos del final clasifica a España para cuartos tras un partido loco

Santiago Segurola

Esa maravillosa volea de Alfonso, entrando al balón de zurda en el último minuto del partido, quedará para la historia no sólo por lo que representa para la selección española, sino por lo que tiene el fútbol de impredecible y misterioso, de gigantesco motor de emociones. Y pocas como las que se vivieron ayer en Brujas, escenario de un partido desgarrado que se decidió fuera de hora de manera heroica. España había estado por detrás durante todo el partido, en la primera parte y en la segunda, frente a once y contra diez.Venía de cubrir todo el arco posible. Desde algunos momentos espléndidos en el primer tiempo a un periodo de ofuscación cuando todo le pintaba favorable. Acababa de empatar Munitis, con una hermosura de gol, y Jokanovic había salido expulsado. Soplaba el viento de cola, pero Camacho se equivocó. Cambió a Paco por Urzaiz, retrasó a Helguera al centro de la defensa y, de repente, se produjeron dos efectos devastadores. Se vació el medio campo -donde se tenía que ganar el partido- y se amontonaron demasiados delanteros, con la ventaja añadida de servir como referencia a los defensas yugoslavos. El partido se atascó inmediatamente, lo que menos necesitaba un equipo que había comenzado a funcionar con naturalidad.

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Yugoslavia aprovechó la concesión, marcó en el minuto 75 y pretendió dar carpetazo al partido. No lo consiguió. España, sometida a durísimas críticas durante todo el torneo, tuvo el coraje para resistirse a la fatalidad. Aprovechó un penalti a Abelardo en el último minuto para empatar, lo que se tomó como un premio menor porque la selección continuaba eliminada. Parecía escrito el epitafio: reservaron su mejor partido para la despedida. Como siempre. Pero si algo sirve contra la fatalidad es la obstinación para no aceptarla. Ya muy fuera de tiempo, Guardiola recogió la pelota en la posición de interior derecho y cruzó el último centro al área. Urzaiz se elevó, ganó la disputa al central y dejó el balón franco para el remate de Alfonso, que entró de aire y marcó con la zurda. Contra todas las previsiones, después de un torneo que había provocado el desconsuelo por el mal juego del equipo, España estaba en los cuartos de final.

De la intensidad del partido hablan los siete goles. Del carácter del equipo español habla su feroz resistencia a aceptar la derrota. De su categoría como futbolistas hablaron Guardiola, Raúl y Mendieta, los tres jugadores que jamás se resignaron. Guardiola jugó a lo grande y transmitió como un caudillo. Su liderazgo quedó establecido por las decisiones que tomó y por el compromiso con el equipo en los peores momentos. Había que verle conmocionado por la proeza después del partido, con el rostro desencajado por la felicidad y también por el sufrimiento, con la mirada perdida, buscando a alguien a quien abrazar, alguien que supiera lo que significaba ese partido y esa victoria. Todavía en los últimos minutos, cuando algunos jugadores comenzaban a flaquear por la desesperación, Guardiola pidió la pelota y dio órdenes en todas las líneas. El milagro era posible. El milagro sucedió.

El partido escondió varios partidos. Hubo uno, el que mejor jugó España, que se saldó con un empate. Durante todo el primer tiempo, la selección se movió con velocidad y criterio. Por primera vez en todo el torneo, funcionó la sociedad Guardiola-Raúl. El delantero se tiró varias veces atrás y conectó con Guardiola con paredes y pases cortos que luego derivaban en aperturas a los lados, especialmente a la banda izquierda, donde Sergi y Mendieta provocaron el caos en la defensa yugoslava. Sergi fue decisivo por su rapidez y por su pujante condición física. Mendieta multiplicaba por dos el impacto de la banda izquierda. No había comenzado allí. Camacho lo ubicó de salida en la derecha, pero el técnico aprovechó una leve lesión de Fran para sustituir al interior izquierdo. Fran había vuelto a quedar aplastado. En la primera jugada del partido sufrió un ataque de pánico. No se recuperó. Su sustitución obró maravillas en el equipo español, que alcanzó media docena de ocasiones. Alfonso falló un remate sencillo, Helguera no pudo encontrar la portería en una excelente media vuelta, Kralj sacó un taconazo de Raúl, un cabezazo de Abelardo se escapó por centímetros, Raúl no llegó a un excelente centro de Mendieta y Etxeberria no consiguió aprovechar en el segundo palo un envío de Mendieta desde la izquierda.

La selección había dado tantos signos de vitalidad que se hacía extraño su desánimo en los dos partidos anteriores. Pero como este encuentro ocultaba varios por dentro, también había sombras. Un colosal error de Salgado, que apareció inopinadamente por el callejón izquierdo y perdió la pelota, dio carta de naturaleza al primer gol yugoslavo. Contestó poco después Alfonso, tras una jugada que comenzó con una intercepción de Guardiola y siguió con un regate frustrado de Raúl. Alfonso se hizo con el rechace y marcó. Por juego, Alfonso tuvo una actuación desafortunada. Se equivocó demasiado en los controles y en los regates. Y, sin embargo, terminó por consagrarse como el héroe de la tarde. Otro curioso guiño del fútbol.

Camacho siguió tomando decisiones. Retiró a Salgado, colocó a Mendieta en su puesto y puso a Munitis en la banda izquierda. Boskov reaccionó con inteligencia: trasladó al zurdo Drulovic a la banda de Sergi para controlar sus cabalgadas y para comprometerle defensivamente. De una de sus diagonales nació el segundo gol yugoslavo, contestado inmediatamente por un delicado remate de Munitis.

Poco después, Jokanovic fue expulsado, lo que situaba a España en un escenario inmejorable. Sin embargo, la reacción de Camacho resultó más que discutible. Entró Urzaiz por Paco, se retrasó Helguera y Raúl pasó al medio campo. El efecto fue pésimo para el equipo español. Se desconectó del partido y entró en crisis, tanto que Yugoslavia tuvo tiempo para marcar el gol que se suponía letal para España. No ocurrió así porque el duelo llamó a la heroica, que se consumó fuera de hora en una volea de Alfonso que quedará para la historia.

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