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Malas calles JOSEP MARIA MONTANER

Este título, tomado prestado de la película de Martín Scorsese, quiere llamar la atención sobre la suciedad y la falta de mantenimiento de la mayoría de calles y plazas de Ciutat Vella, de casi todas las que no se corresponden con los circuitos turísticos que pasan por La Rambla, la plaza de Sant Jaume, la catedral o el Palau de la Música.Ello no es irrelevante, ya que para barrios como el Raval los espacios públicos constituyen los equipamientos más vitales, el espacio imprescindible para estar y relacionarse. El distrito de Ciutat Vella se ha transformado con importantes obras de infraestructura y con la renovación de una parte de las viviendas, especialmente en el Pla Central y en Santa Caterina, pero lo que falla totalmente es el mantenimiento, que no por ser lo menos costoso es lo menos importante. La suciedad, el abandono y los destrozos han llegado en estos últimos meses a niveles que no se daban desde principios de los años ochenta, cuando aún pervivía la herencia franquista de una ciudad sucia y descuidada. La iluminación es deficiente, los bancos están rotos o desaparecidos, las mierdas de los perros aumentan, los contenedores de basura y de reciclaje no dan abasto, los derribos y el polvo de las obras inundan el espacio público, y hay muchas calles estrechas, como Tiradors, Fonollar, Escudellers Blancs o Robadors, por las que nunca pasa un barrendero o se pasa una manguera.

No sólo son estos fenómenos coyunturales, sino que hay vicios endémicos, como las plazas mal aprovechadas: por ejemplo, la de Sant Pere, en estado de abandono, a menudo reconquistada por los coches. Uno de los ejemplos más vergonzosos es el de la plaza situada junto al Ayuntamiento: si a la plaza de Sant Jaume le ha correspondido el valor más representativo, a la de Sant Miquel le ha tocado ser el patio trastero y el aparcamiento de los funcionarios municipales; un mal modelo, el de sacrificar una plaza para aparcar los que deberían dar ejemplo recurriendo al transporte público.

Es lo mismo que sucede en el parque de la Ciutadella, en el que se da una de cal y otra de arena. Si la avenida de los tilos ha ganado al cambiar el duro pavimento de asfalto por uno arenoso, mucho más suave, poroso y natural, en cambio es inadmisible que los vehículos, incluyendo los de los parlamentarios, los taxis con pasaje que quiere que le dejen en la misma puerta principal del zoo y el bus turístico sigan entrando hasta el interior, invadiendo la única gran zona verde de la ciudad, llena de paseantes y ciclistas.

Como ya se sabe que políticos y administradores, actualmente muy atareados en cuestiones internas de su partido, difícilmente se patean las calles ni toman el metro para comprobar el estado real de la ciudad, podemos adelantar medidas para hacer más habitable un barrio que es el corazón representativo de toda una región metropolitana, que tiene un enorme desgaste y en el que conviven, por lo menos, tres tipos de cultura: la de los habitantes de más antigüedad, una parte de ellos jubilados y con unas relaciones sociales ya establecidas; la de los inmigrantes, con su propia cultura de disfrute intenso del espacio público, que generalmente viven hacinados y que necesitan las calles y plazas para establecer sus nuevas relaciones sociales, profesionales y familiares, y para irse integrando en la ciudad; y la de los turistas ocasionales que siguen los recorridos intensivos de la denominada ciudad gótica, además de los que van al centro histórico a trabajar, a comprar o a aprovechar sus lugares de ocio y cultura. Ello debería comportar una doble intensidad de limpieza y riego de las calles, un esfuerzo especial en el mantenimiento de bancos y pavimentos, mucha más iluminación, e incluso, agudizar el ingenio para fomentar nuevas actividades urbanas con las que el dominio de las actitudes pasivas y controladoras de los guardias urbanos, vigilantes bancarios, policías y porteros cedan ante nuevas actividades y puestos de trabajo dedicados a la limpieza, a la colaboración en el reciclaje, a la transmisión de información, a la orientación a nuevos ciudadanos, al cuidado de la vegetación, a la atención de ancianos, niños y minusválidos, al fomento de actividades en la calle de todas las diversas culturas e, incluso, a la tolerancia con los indigentes que están abocados a dormir al raso, en vez de hostigarlos eliminando los bancos o instalándolos con diseño anti-homeless, es decir, con elementos que impidan estirarse o dispuestos de manera que no se puedan hacer corros.

Tal como ya nos hicieron ver los situacionistas parisienses y los psicogeógrafos londinenses, quien vive en Ciutat Vella sabe que la realidad no es tan fría y técnica como el plano: la ecología humana es distinta en cada calle y en cada plaza. Mientras los turistas pasean por Princesa y Montcada, los inmigrantes hacen tertulias detrás, en las calles de Carders y Corders. Hay plazas tranquilas, plazas bulliciosas y plazas inseguras. Hay límites, nudos, hitos y plataformas. Hay buenas y malas calles.

Para evitar que siga habiendo tantas diferencias entre las buenas y las malas calles -y, por tanto, entre ciudadanos de primera y de segunda-, se deberían promover los mecanismos urbanos que se resumen en un mantenimiento que corrija el actual desastre. No se trata de una cruzada puritana a favor de la limpieza por sí misma, sino de entender que si las calles y plazas, el espacio público por excelencia, se degradan por suciedad, abandono e inseguridad, se perjudica la calidad de vida urbana y se acentúa la segregación social.

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