No es lo mismo instruir que educar
El Foro de la Educación de Dakar, celebrado los días 26, 27 y 28 de abril, se cerró con la misma promesa realizada 10 años antes en Jomtien (Tailandia): ofrecer para el horizonte de 2015 una Educación para Todos. Sin duda, los 10 años transcurridos no han sido estériles en cuanto a la mejora relativa de los índices de educación en el mundo se refiere, pero el hecho de repetir la experiencia bajo el mismo lema da a entender claramente que las metas propuestas en Jomtien para el 2000 no se han cumplido. Es por eso que las ONG venimos exigiendo metas concretas y objetivos realizables. Nuestra exigencia fundamental, que los Estados destinen un mínimo del 6% del PIB a la enseñanza básica, una idea que Jacques Delors formuló a la Unesco hace ya más de 30 años, ha vuelto a no ser incluida en la resolución del Foro, por lo que parece dudoso que, sin aumentos sustanciales de los fondos destinados a educación, se llegue a esta pretendida educación para todos, tan fácil de formular y tan difícil de conseguir. Educar es caro; instruir, no tanto. Cuando el Banco Mundial y otros organismos internacionales informan de su voluntad de aumentar sustancialmente las cantidades que destinan a la enseñanza básica manejan presupuestos que contemplan sólo escolarizar el tiempo suficiente para aprender a leer y a escribir y a manejarse con las cuatro reglas básicas. Esto no es educación, porque el resultado es una persona estadísticamente alfabetizada y funcionalmente llena de limitaciones. Educar es formar personas libres y ciudadanos y ciudadanas responsables. Algunos dirán que por algo hay que empezar, pero la cuestión es que no se trata de un comienzo. La mayoría de los países con deficiencias graves en sus sistemas educativos tienen ya cerca de 40 años de existencia. La idea de países jóvenes, inexpertos, que están en sus comienzos en la elaboración de estrategias educativas, aplicada al Tercer Mundo, ya no vale. Muchos presentaban índices de educación mejores en sus comienzos que en la actualidad. El número de niños y niñas que esperan recibir una educación, a la que tienen derecho, aumenta incesantemente en estos países, por lo que cualquier presupuesto concebido para un horizonte de 15 años debería duplicarse sólo por el mero hecho de compensar el crecimiento demográfico.
Formular mensajes de esperanza puede crear falsas expectativas si no hay mejoras sustanciales a corto plazo. Por eso, alardear de que hay dinero suficiente y luego congelar, o incluso disminuir, los porcentajes destinados a ayuda oficial al desarrollo es una contradicción. Hay países, especialmente de África, en los que el sector educativo sufre tal estado de abandono que puede hablarse de desastre nacional. Sus necesidades educativas son una responsabilidad de todos, especialmente una responsabilidad nuestra. Exigir que los países receptores cuenten con una estrategia para el desarrollo educativo como condición previa para recibir los fondos parecería lógico, si no fuera porque este tipo de estrategias deben concebirse más allá de la mera instrucción que estamos dispuestos a subvencionar. Crear escuela, es decir, vertebrar un sistema educativo eficaz que conjugue los esfuerzos de autoridades, profesores, padres y madres de alumnos, y de los propios alumnos para revertir en eso que se llama aprendizaje significativo, además de caro, exige voluntad política. La urgencia para encontrar soluciones al problema no se corresponde con los niveles de compromiso adquiridos por los países donantes, que no sólo han mandado delegaciones de segunda fila, sino que se han negado a resolver problemas estructurales, como la deuda externa, que imposibilitarán cualquier tentativa de arranque, o a adquirir compromisos firmes para apoyar estrategias de desarrollo educativo auténticas. Educar no es instruir. No lo confundamos.
Miquel Vilaró i Güell es presidente de Educación Sin Fronteras.
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