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La explicación

El Defensor del Menor ha tomado cartas en el asunto. Era de los pocos sectores que le restaban por tocar a Javier Urra en su cruzada por la protección institucional de la chavalería y ya está en ello. Resulta que en su despacho hay una pila de cartas de padres y madres donde cuentan lo difícil que resulta explicar a sus hijos eso que ven en la Casa de Campo cuando les llevan al Zoo o al Parque de Atracciones.Ni que decir tiene que no se refieren al porte señorial de los pinos y encinas que pueblan el gran pulmón de Madrid, ni tampoco son las barcas del lago las que despiertan la curiosidad de los críos. No, los niños preguntan por las putas. Da igual que vengan desde el Teleférico o que hayan accedido por la puerta de la M-30 o la carretera de Extremadura, cualquier recorrido por corto que sea y a cualquier hora del día garantiza la visión de un amplio repertorio de mujeres de todas las nacionalidades y colores. Mujeres ataviadas de las más variadas formas siempre en el intento de poner de relieve sus encantos corporales. Un gran escaparate de carne y lencería fina que desde luego suscita bastantes más interrogantes en un cerebro infantil que el funcionamiento de la montaña rusa o las evoluciones de quienes habitan la jaula de los monos. Dicen los papás en esas cartas que sus hijos les preguntan enseguida: "¿Quiénes son esas mujeres?", "¿Por qué van así vestidas?", o les interrogan acerca de la causa de su desnudez y resulta muy difícil darles una explicación.

Cuentan que esa dificultad se convierte en auténtico aprieto cuando los críos más espabilados interrogan a sus progenitores sobre los movimientos peristálticos que esas chicas ejecutan con su clientela dentro de los coches que aparcan entre los árboles. Con esa queja ha ido el Defensor del Menor al Ayuntamiento de Madrid para reclamar alguna solución y, según relata, allí no le han hecho ni puñetero caso.

La realidad es que el Gobierno municipal tiene estudiado el tema y hace tiempo que llegó a la triste conclusión de que, a pesar de resultar conflictivo, el espacio que ocupan las meretrices es el menos dañino de los posibles. El Ayuntamiento de la capital ya propuso hace algo más de un año trasladar el mercado carnal a la zona del Cerro Garabitas. Hubo incluso conversaciones con las profesionales, que se manifestaron dispuestas a la mudanza si les garantizaban ciertas condiciones de seguridad. Aquello, sin embargo, no prosperó porque, ante las protestas más que razonables de los grupos ecologistas, los propios munícipes cayeron en la cuenta de que ese cerro era de lo poco que quedaba medioambientalmente presentable en la Casa de Campo. Descartado aquel enclave, no hay al día de hoy alternativa alguna en los planes del Ayuntamiento. Saben que ninguna calle ni avenida de la capital admitiría la presencia de las prostitutas sin el rechazo de los residentes y comerciantes de su entorno.

Para quienes gobiernan la ciudad es más fácil taparse los ojos e incluso la nariz a su paso por la Casa de Campo y aguantar el chaparrón de los padres o el Defensor del Menor que meterse en un fangal de salida incierta. Es cierto que esa gran zona verde nunca estuvo tan degradada como lo está ahora, que el espectáculo diario es simplemente bochornoso, y que la capa vegetal qu antaño tuvo el parque la ocupa hoy una alfombra de preservativos, pañuelos de papel usados y toda suerte de desperdicios.

Dudo mucho, sin embargo, de que los niños de hoy en día, habituados a las escenas eróticas en la pequeña y la gran pantalla, tengan dificultad alguna para comprender lo que allí se ve. Será más difícil que entiendan que todas esas mujeres han abandonado sus países de origen empujadas por la miseria para ganarse la vida prestando el cuerpo a cualquier baboso.

Tampoco será fácil que asimilen cómo ese oficio calificado como "el más viejo del mundo" continúa sin existir en términos legales. Da igual quien proteste, no hay alternativa posible que no pase por acabar con la hipocresía social que supone el mantener en situación de alegalidad una actividad comercial que, nos guste o no, se practica desde tiempos inmemoriales. Entonces resultará algo más fácil la explicación. Los niños son pequeños pero no idiotas.

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