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A por todas JOAN B. CULLA I CLARÀ

Debo advertírselo al lector desprevenido: lo que sigue es una opinión poco relevante. No, no lo digo por un prurito de modestia, sino en aplicación de la recta doctrina presidencial que José María Aznar impartió el pasado sábado desde Nápoles, y según la cual todas las críticas o discrepancias a su durísima ofensiva verbal contra el Partido Nacionalista Vasco son... "poco relevantes". Pues eso.A estas alturas del drama de Euskadi, con tanta sangre derramada, tantos balazos en la nuca, tanto desgarro social, cabe la posibilidad de que las formas, las buenas maneras, la elemental cortesía política entre partidos y entre dirigentes democráticos no tengan ya ninguna importancia. Por consideración hacia esta hipótesis, me abstendré de comentar desfavorablemente el "vete a tomar por culo" que un diputado del PP lanzó el otro día, en sede parlamentaria, al lehendakari Ibarretxe; o el epíteto de "repugnante" que Aznar ha restregado sobre el rostro del PNV; o el tono del ultimátum con que el mismo Aznar conmina a los nacionalistas vascos a "rectificar" su línea de actuación antes de que, el día 22 de junio, reciba a Ibarretxe en La Moncloa; o las lindezas que Carlos Iturgaiz gusta decir, un día sí y otro también, contra Arzalluz y demás dirigentes peneuvistas.

Da igual. Dejemos todo eso de lado para concentrarnos en el ámbito estricto de la eficacia política. ¿Cuál se supone que es hoy el gran objetivo compartido por el PP y otras muchas fuerzas políticas y sociales ante la situación vasca? Conseguir que el PNV reconozca lo fallido de su apuesta estratégica de 1998, que rompa con Euskal Herritarrok y que, en nombre de la lucha común contra el terrorismo, aparque o aplace sus planteamientos superadores del marco constitucional. Pues bien, siendo tamaña corrección de rumbo algo difícil y doloroso en cualquier caso, el acoso dialéctico del PP trata de convertirla además en una capitulación humillante, con lo que la dificulta y la posterga. No se precisa ser un genio de la política para comprender que, pidiendo poco menos que las cabezas de Arzalluz y de Egibar como prenda de la rectificación peneuvista, Aznar, Mayor Oreja, Iturgaiz y compañía ponen al PNV en un dilema perverso: o seguir donde está, consumiéndose al fuego lento de los atentados, las condenas, los funerales, las manifestaciones, el bombardeo mediático, etcétera, o dar la sensación de que se pliega a los dictados y las amenazas de Madrid. Es tal la evidencia de que la táctica aznarista está cortando al PNV cualquier vía de retirada digna, que permite preguntarse si el objetivo del Gobierno del Partido Popular estriba en resolver el problema vasco o en rentabilizar su enquistamiento.

Pero la agresividad, la suficiencia, el estilo sietemachos que la mayoría absoluta parece haber infundido al presidente del Gobierno no se proyectan sólo sobre el convulso escenario vasco, sino que cubren la totalidad del espectro político estatal y han tenido un nítido reflejo en la entrevista que concedió a La Vanguardia el pasado fin de semana. Que, en vísperas del primer encuentro Aznar-Pujol de la presente legislatura, el anfitrión de La Moncloa se entretuviese leyéndole la cartilla a Convergència i Unió, reconviniéndole la actitud ante el desfile militar de Barcelona, riñéndola por su supuesta radicalización, o por hablar de expolio fiscal, o por sondear el pacto con Esquerra Republicana..., todo eso no son ni torpezas ni excesos retóricos. Son, muy al contrario, señales bien calculadas para transmitir a CiU y a la opinión pública el mensaje de que las cosas ya no son como en el cuatrienio anterior. ¿Los nacionalistas catalanes se equivocaron no entrando en el Gobierno español el pasado mes de abril? Eso lo dilucidarán al tiempo y el cuerpo electoral, pero no parece que, encaramado sobre sus 10,5 millones de votos, José María Aznar buscase entonces ni desee ahora aliados; todo lo más, acólitos o monaguillos.

Después de acorralar al PNV y de poner a Pujol en su sitio, al presidente le han quedado aún energía y tiempo para darle un repaso al PSOE. Eso sí, un repaso condescendiente, casi conmiserativo, que no está "el segundo partido de España" -la expresión es de un Javier Arenas radiante- para muchos vapuleos, el pobre. Sin ensañarse, pues, pero sin perdonar, el jefe del Ejecutivo se declara "preocupado" por si "el PSOE sigue siendo un partido nacional que procure articular un proyecto válido para toda España" o, por el contrario, está a punto de dejarse devorar por las pulsiones centrífugas, las tesis federalistas... y las ideas de Txiki Benegas para desbloquear el conflicto vasco. Es una preocupación lógica y sincera: a Aznar le conviene, en Euskadi y fuera de ella, un PSOE cautivo del fundamentalismo españolista, que esté obsesionado por no parecer menos patriota que el PP; si la confrontación política se plantea en ese terreno, los populares tienen las de ganar por muchos años. El Gabinete de Aznar y el partido que lo sustenta, pues, van a por todas: a derrotar al nacionalismo vasco, a subordinar al nacionalismo catalán, a minimizar al PSOE... ¿Hay alguien ahí que sea capaz de responder con inteligencia política a tales desafíos?

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