_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Putin

Rosa Montero

No hay nada como una visita de Estado para poder asistir, en primera fila, al soterrado juego de los intereses y los miedos, de la hipocresía y el cinismo. Sobre todo cuando el visitante es un pez gordo y tiene detrás de sí prebendas y amenazas. Como es el caso de Putin, el helador presidente de la Federación Rusa, a quien estamos recibiendo en España en estos días como si fuera un estupendo coleguilla, una noble eminencia, todo un caballero.Y, sin embargo, es el mismo Vladímir Putin que destrozó Chechenia, que borró Grozni del mapa con crueldad asiria, como quien siembra sal sobre el terreno devastado para que nada crezca; es ese Putin intolerante que persigue la libertad de prensa en su propio país y que acaba de convertir Chechenia en una especie de colonia militar rusa, terminando con cualquier esperanza de autonomía política o elecciones democráticas. Estamos hablando de masacrar a un pueblo para lograr votos (la guerra coincidió con las elecciones a la presidencia) y de acaparar, mediante la fuerza bruta, el suculento negocio del oleoducto del Cáucaso. Estamos hablando, en fin, de imperialismo puro y duro, de imperialismo clásico, siempre expansivo, siempre abusivo, siempre violento.

El político griego Alcibíades, feroz partidario de los oligarcas y del poderío absoluto de Atenas, ya definió a la perfección hace 2.500 años lo que es el talante imperialista: "Así hemos conseguido nosotros el imperio", decía, refiriéndose a Atenas, "ayudando animosamente a los que en cada ocasión, bárbaros o griegos, han pedido nuestra ayuda; puesto que, si todos se mantuvieran en paz, o juzgaran por afinidad ética a quienes deben ayudar, al aumentar escasamente nuestro imperio lo pondríamos en peligro... No nos corresponde matizar hasta qué límite queremos mandar, sino que, puesto que tenemos un imperio, es una necesidad para nosotros atacar a unos y no dejar en paz a otros, puesto que corremos el peligro de ser dominados por otros si no los dominamos nosotros a ellos". Ése es el problema de los imperialistas: necesitan estar en perpetuo y agresivo movimiento para no colapsarse. Un poder de este tipo, sin una base democrática que lo neutralice (y Rusia no la tiene), resulta espeluznante.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_