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Entrevista:SHERRIL MILNES - BARÍTONO

"La diplomacia es fundamental para moverse en el mundo de la ópera"

Una carrera de 40 años ha convertido al barítono estadounidense Sherril Milnes (Chicago, 1935) en una leyenda viva de la escena operística que ha compartido noches de gloria con tres generaciones de divos. Adora los personajes malvados, a los que recrea con su voz firme, su dicción incisiva y su poderoso instinto teatral, y en su regreso al Liceo, donde debutó en 1970, se mete en la piel del Conde de Westmoreland, el villano de Sly, la ópera de Wolf-Ferrari con la que el tenor José Carreras ha vuelto al coliseo barcelonés. "La diplomacia es fundamental en esta profesión", asegura Milnes con la mejor de sus sonrisas. "Cuando un divo se pone como una fiera, debes evitar el enfrentamiento y llevarlo a tu terreno con diplomacia", añade. Con Sly, título que el Liceo estrenó en España el pasado día 7 en una producción de la Ópera de Zúrich que permanecerá en cartel hasta el día 19, Sherril Milnes añade un nuevo papel a su repertorio, que abarca más de 70 títulos. "Sly tiene grandes momentos, pero también muchos puntos débiles. Mi personaje está muy poco desarrollado y debe hacerse crecer buscando motivaciones en el aspecto teatral", explica Milnes, que actuó por última vez en el antiguo Liceo en 1991, con Tosca, de Puccini.

Verdiano de pura cepa, en la mejor tradición de los grandes barítonos estadounidenses, y gran defensor también del repertorio francés, Milnes reconoce una especial predilección por los papeles de villano. "Me encantan los malos, como Scarpia, en Tosca, que es el personaje que más he cantado en mi carrera, en más de 200 ocasiones, o Yago, en Otello, que he interpretado unas 150 veces. También he cantado mucho Rigoletto, el papel vocalmente más dificil de Verdi, que, en mi caso, como soy muy alto, siempre me acaba produciendo dolor de espalda", dice encogiéndose para adoptar la postura del desdichado jorobado.

En 1965 debutó en el Metropolitan Opera House en la producción de Faust, de Gounod, con la que también debutó Montserrat Caballé. Rudolf Bing, director del famoso coliseo neoyorquino, apostó por Milnes como sucesor de Leonard Warren, muerto cuatro años antes en plena representación de La forza del destino, y el joven barítono, que entonces tenía 30 años, se convirtió rápidamente en toda una estrella. "Tras la trágica muerte de Warren, el teatro necesitaba una estrella norteamericana que compartiera cartel con los famosos cantantes extranjeros invitados. Debuté en el momento adecuado y tuve mucha suerte", comenta.

Antes de su vertiginoso ascenso, Milnes pasó cinco años enrolado en la Boston Opera Company, de Borís Goldovski, un grupo itinerante con el que recorrió más de 160.000 kilómetros en un autobús actuando en unas 300 representaciones. "Mi etapa con Goldovski fue decisiva en mi formación como cantante. Al principio era muy tímido en escena, me costaba actuar, y en este oficio es necesario dar vida a los personajes, hacerlos tuyos, de forma que cuando sales a escena seas Scarpia o Rigoletto, y el público lo crea", señala el barítono.

Acostumbrado a trabajar con artistas famosos -ha colaborado asiduamente con los cantantes Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, Montserrat Caballé y Joan Sutherland, y con los directores Karl Böhm, Carlo Maria Giulini, Riccardo Muti y James Levine-, Milnes asegura que la base para que todo funcione bien es el respeto entre los artistas. "La ópera no es una competición deportiva, y cuando los artistas se respetan mutuamente y comparten la pasión por la música, nadie sale a escena dispuesto a ser el ganador de la velada, porque el verdadero ganador será siempre el compositor y su genio para impactar al público", dice.

Al igual que Plácido Domingo, con quien ha cantado en muchas veladas y en muchas grabaciones, Milnes posee una gran formación musical: toca el violín, la viola, el contrabajo, el piano y el clarinete y, como el famoso tenor español, de vez en cuando dirige orquestas. "Con Domingo todo es especial, somos grandes amigos y disfrutamos analizando hasta el último matiz de cada partitura. Mantenemos una absoluta comunión artística", explica.

Milnes, que cada vez dedica más tiempo a la enseñanza del canto, debutó en el Liceo en 1970 con El barbero de Sevilla, de Rossini; al año siguiente cantó I pagliacci, de Leoncavallo, y no volvió al teatro barcelonés hasta 1991. "Apenas recuerdo mi debut liceísta. Estaba comenzando mi carrera europea y me impresionó mucho la belleza de la sala. Por eso me parece maravilloso que el nuevo Liceo conserve esa atmósfera histórica añadiendo las ventajas y comodidades de un gran teatro moderno. Me encanta especialmente disponer de aire acondicionado en los camerinos. La mayoría de mis colegas no lo soportan y algunos, como Carreras, hasta tapan las rejillas de su camerino. Pero yo lo adoro".

Aunque en sus cuatro décadas en activo ha visto numerosos cambios en el mundo de la ópera, Milnes opina que en el fondo lo que sigue cautivando al público es la emoción que produce la voz. "Hoy como ayer, una voz como la de Montserrat Caballé volvería loco al público porque el canto es emoción", comenta el barítono, que entre sus grabaciones predilectas destaca dos títulos verdianos grabados junto a la gran soprano catalana, Luisa Miller y Don Carlo, bajo la batuta de Carlo Maria Giulini.

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