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La Virgen

"Recemos el rosario pidiendo a la Virgen que no se derribe su templo, acudamos todos". Este llamamiento escrito en grandes caracteres saluda a los fieles en el porche de la parroquia de Nuestra Señora de las Fuentes, próxima al barrio del Pilar. La convocatoria está ingenuamente ideada para poner en un compromiso a la Virgen, porque, si los devotos rezan y rezan en el intento de parar la demolición de un templo donde se venera a María Santísima y ella, que se supone tiene poderes sobrenaturales no hace nada por evitarla, pues queda fatal.En esa argucia metafísica anda empeñado el núcleo duro de la feligresía de aquel centro parroquial, que ha encontrado una causa por la que pelear, sin duda alguna más excitante y movilizadora que la formación del coro o la recogida de ropa para la gente necesitada. No son muchos para la densidad de población que acogen los edificios de 12 plantas de la calle de Villa de Marín donde se alza la iglesia, pero los vecinos más comprometidos con la batalla se hacen notar. En sus terrazas y ventanas han colgado grandes pancartas en las que puede leerse "Templo sí, derribo no". Son los mismos lemas que lucen en forma de pegatina en sus solapas y con los que han decorado algún que otro rincón y pared del barrio.

En ese colectivo nadie duda de que la razón les asiste, aunque no todos aciertan a discernir entre los argumentos legales y su fe doctrinal. Son fieles que difícilmente pueden comprender que una norma urbanística marcadamente terrenal pueda enviar las excavadoras a la Casa de Dios. La confusión se eleva en algunos casos a la condición de estupor cuando constatan que ha de ser el Ayuntamiento de Madrid, con un alcalde cristiano de rancio abolengo, el que ordene la ejecución. No pueden explicarse que la España de José María Aznar en el Madrid de Álvarez del Manzano consienta que unos jueces seccionen, cuan salchichón, un templo católico edificado con el dinero de la feligresía. Porque fueron los donativos del vecindario los que sufragaron en su día las obras de aquella iglesia hace 14 años.

En Madrid, pocas parroquias pueden presumir de haber sufrido tantas vicisitudes en tan poco tiempo. Para empezar, el gobierno municipal socialista que entonces presidía Juan Barranco fue en extremo reticente a su construcción, porque consideraba que en el barrio del Pilar ya había bastantes iglesias. Al final, la presión del Arzobispado pudo más y el proyecto salió adelante, aunque con una bomba de relojería colocada en sus cimientos. La gerencia de Urbanismo había otorgado permiso para construir el templo tan cerca de un bloque de viviendas que contravenía las normas que a ese departamento le competía proteger. Era un apaño que trataba de enjugar otro error previo, también consentido al invadir el bloque una parte de la parcela donde se erigió la parroquia. Chapuza tras chapuza, el resultado fue que metieron la iglesia en las terrazas de los vecinos del edificio. La posibilidad de seguir la santa misa casi desde el salón no fue compensación suficiente para los residentes de la primera planta, cuya visión del cielo quedó reducida a la que proclamaba desde el púlpito el señor párroco. Siete años llevan en juicios por este asunto, los mismos que el Ayuntamiento de Madrid, único culpable del desaguisado, ha empleado en dilatar y entorpecer cuanto ha podido la acción de la justicia. El gobierno municipal, que intentó en un pleno legalizar la situación y al que han multado por no ejecutar el derribo que ordenaba el Tribunal Superior, envió en dos ocasiones a sus técnicos para hacerlo, aunque avisando previamente a los parroquianos para que organizaran la resistencia que lo impidiera. Una resistencia que considera desproporcionado el daño que se inflige a la parroquia por el beneficio de sólo dos personas. Sin embargo, esos dos vecinos compraron y pagaron religiosamente sus pisos amparados en una ley que ha sido violada y no hay argumento divino ni humano que les quite la razón ante la ley. Tal vez más de uno de los fieles que rezan el rosario para evitar la demolición habría perdido la fe si les plantan el muro cegando sus ventanas. El Ayuntamiento fue el que erró y el que debe pagar por ello. No sólo derribando, sino también reconstruyendo e indemnizando a la parroquia. La Virgen lo entenderá.

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