El poeta en la isla
Dice el poeta Manuel Padorno en el catálogo de la exposición que abrió ayer el pintor Cristino de Vera en el Museo de Arte Contemporáneo de Lanzarote que no hay nadie que pregunte tanto como Cristino; pregunta de todo y se ha pasado la vida preguntando; luego sus cuadros son respuestas siempre sobre la esencia, como si pintara sólo qué queda y es secreto. Si la pintura es el esqueleto de lo que le queda a uno en la memoria de ver, la pintura de Cristino de Vera es lo que queda mucho después de esa mirada. Sosegado pero místico, transido por una extraña desolación que se le refleja en los ojos desorbitados con los que mira desde niño, este isleño de Santa Cruz de Tenerife se ha pasado la vida ocultándose y el resultado de su desistimiento de la fama y del ruido es esta pintura esencial y poética que responde a aquella ilusión de Lewis Carroll: saber de qué color es la luz de una vela cuando está apagada.Durante años, este preguntón a veces impertinente (no sé si a muchos más, pero a este cronista le suele preguntar por la actualidad de su potencia sexual, a las taquilleras del cine les preguntaba por lo que recordaban al final del día y ellas les respondían "fila doce, fila trece", y a los transeúntes los paraba para preguntarles por su soledad) fue también un ermitaño como los que aparecen en sus cuadros; miembro de la generación de Antonio López, éste le ayudaba a veces a colgar físicamente los cuadros de sus exposiciones y, cuando ni uno ni otro tenían calefacción o aire acondicionado en casa, iban al Museo del Prado a calentarse en invierno y a enfriarse en verano.
Es de una generación de maravillosa bohemia de la que cuelgan anécdotas innumerables, algunas de las cuales contó Juan Benet hablando de Caneja y del propio Cristino; pero en medio de la accidentalidad de esa vida que parece de novela, y que él alguna vez narrará, ha ganado los premios esenciales (no se queja de los que no ha ganado: sabe que no es eterno, pero no considera que la eternidad venga por ese lado), tiene una mujer que le salvó de la inanición y del desánimo y sigue pintando como si nunca hubiera otro viento que el de la inspiración sobre su cabeza.
En esta exposición que acaba de abrir en Lanzarote se da una circunstancia que a los isleños debe llenar de satisfacción, pues hace que se reencuentren precisamente en el espacio de la exposición, el castillo de San José, la memoria de un gran creador lanzaroteño, César Manrique, arquitecto de una ilusión, la isla entera, y la esencia poética de otro isleño, Cristino de Vera. Ese castillo lo redescubrió Manrique para el arte y lo hizo antesala de lo que luego fue su propia divulgación de la capacidad que tiene Lanzarote de ser en sí mismo un centro mundial de arte contemporáneo, pues él hizo que esa isla ancestral y misteriosa fuera, también, una isla contemporánea. Y Cristino de Vera hizo de la isla, como refleja Padorno en su escrito, la plataforma de su ambición artística, animada siempre por la poesía misteriosa de un alma adelgazada y esencial, como veía los esqueletos Miguel de Unamuno. Ese reencuentro, que en cierto modo bautiza ahora el propio Padorno, tiene que ser emocionante para un isleño que los haya conocido a los dos, pues entre el torrente entusiasmado de César y el poder telúrico, vital y silencioso de Cristino, siempre ha habido como una corriente volcánica muy tenue en la que los dos vitalistas se dan un abrazo.
Y hay más en esta exposición y en sus símbolos; Cristino demuestra el valor místico de su poesía, como si Rulfo estuviera pintando, y además junta en un solo acontecimiento a los dos últimos responsables del Reina Sofía, José Guirao, que ha dejado de serlo, y Juan Manuel Bonet, que lo acaba de asumir. Ambos escriben en el catálogo de la exposición: Guirao hace un poema en el que evoca la estancia en el mundo que supone esta recuperación del fuego tranquilo que es la pintura de Cristino, y Bonet explica por qué le admira tanto; cuando asumió su cargo, Bonet recordó tres ausencias del Reina Sofía: Ramón Gaya, Luis Fernández, Cristino de Vera. Luis Fernández tiene un cuadro espléndido, una vela que refulge tanto que se diría que estaría encendida aun en la oscuridad; y Cristino es también un pintor de la luz secreta, esa que sigue mirándonos desde la memoria, como Cristino cuando pregunta. Es bueno que esa luz, esas luces, se conozcan más, para que veamos mejor el centro de la oscuridad.
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