_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La desprotección legal de las mujeres

De un reciente estudio, sobre la violencia doméstica que padecen las mujeres en la Unión Europea, presentado por la francesa Nicole Fontaine en Madrid, cabe destacar que casi el 50% de tales europeos piensa que la violencia que padecen las mujeres se debe a que ellas provocan a sus maridos. Es lamentable que, según los datos de esa encuesta, tantos millones de europeos achaquen la culpa del delito de malos tratos a las víctimas. Desde luego, por poco que uno medite en el asunto se comprende que, en la mayoría de los casos, son los hombres los culpables; pues a parte de que ejecutan el delito de ejercer violencia física o psíquica contra su cónyuge, es evidente que innumerables hombres son violentos sin necesidad de que nadie los provoque. Una prueba palpable se halla en la circulación de vehículos de motor y perdonen que personalice: en mi vida ninguna mujer me ha insultado o me ha retado por mi forma de conducir o por cualquier lance de la circulación; sin embargo, en varias ocasiones, me he librado de algún que otro altercado grave al no responder a las provocaciones e injurias de algunos conductores que se creen más hombres imponiendo su criterio no con la fuerza de la razón, sino con la fuerza zafia de la sinrazón.En la reforma del año 99 del Código Penal español (art. 153) se ha perdido la oportunidad de mejorarlo en lo respectivo a crear las suficientes medidas legales contra el maltrato que padecen demasiadas señoras, y solamente se ha equiparado la violencia física a la psíquica -lo cual mejora en ese aspecto el Código Penal del 95-. Lo más absurdo del tema consiste, en mi opinión, en que paradójicamente una mujer denuncia a su agresor (el marido, generalmente) y puede que no consiga del juez el alejamiento del atacante. No toda la culpa de este atropello se ha de poner en el haber de los jueces: los legisladores españoles han desperdiciado varias oportunidades de reformar el Código Penal como en los países con una legislación más avanzada en la protección de malos tratos, donde sus respectivas leyes prevén el alejamiento inmediato del agresor de la casa de la víctima, que suele ser su esposa. En España, si deseamos ser un poco justos con las mujeres, los señores diputados debieran legislar de tal forma que no faciliten la puesta en libertad de los violentos y, mucho peor aún, obligar a las pobres denunciantes a convivir con el denunciado, con quien les ha partido la cara u otras vejaciones más o menos denigrantes. A lo que no hay derecho es que un juez en España, amparándose en la legalidad, pueda denegar el alejamiento del agresor. En tanto que el juez tiene en cuenta la salud del inculpado, su situación laboral y familiar, van pasando las semanas y la mujer ha de convivir con su atacante. En fin, que muchas veces las leyes únicamente las entienden quienes las hacen, si no ¿cómo se concibe que frecuentemente un hombre que pega a su mujer sólo ingrese en prisión si la mata? Lo lógico sería que por el delito de malos tratos se vaya a la cárcel directamente más o menos tiempo según el grado y la habitualidad de la violencia ejercida. Lo demás es reforzar, encima, la conducta del facineroso.

Muchas integrantes del denominado sexo débil lo tienen muy mal mientras ellas mismas no se mentalicen de que no han nacido para sufrir, ni sacrificarse y ser indispensables para su familia. Las casadas han de aportar su trabajo al hogar, pero la misma carga es exigible a sus maridos y paulatinamente a los hijos (art. 155.2º del Código Civil). Sin embargo, la mujer suele ser la integrante de la familia que más se sacrifica por lograr el bienestar de los demás miembros de su hogar, convirtiéndose, en demasiadas ocasiones, en criadas o esclavas más que en compañeras. Muchas de ellas asumen ese papel tan perfectamente -impuesto por el machismo pertinaz- que se conforman con que su marido y sus hijos les ayuden un poco en los quehaceres domésticos: con una ayudita ya se sienten satisfechas, cuando en justicia habrían de exigir compartir las cargas y responsabilidades al 50%, pues "el marido y la mujer son iguales en derechos y deberes" (art. 66 del Código Civil). El problema se encuentra en que innumerables hombres tienen un sentido de la propiedad sobre su mujer como si de su coche se tratara; por lo cual exigen a sus esposas las mayores prestaciones; mientras ellos a cambio sólo les conceden una parte de su sueldo para los gastos; de manera similar a como se gastan el dinero en gasolina o en el mantenimiento de su automóvil; mas en ambos casos se sienten los auténticos propietarios. Tal tiranía es tan milenaria que muchos piensan que el orden de la naturaleza lo determina así, siendo que sólo lo ha predispuesto la fuerza bruta y las deficiencias legislativas y sociales de todos o casi todos los países, lo mismo pretéritos que actuales.

La mayoría de las mujeres que perviven en el Tercer Mundo, bastante tienen con sobrevivir; sin embargo, las europeas, debido al mayor nivel cultural, económico y legal que se disfruta en sus países, sí que pueden rebelarse contra el sino de preocuparse más por hacer feliz a los demás que por ser felices ellas mismas. No se debe actuar contranatura: si todo animal busca prioritariamente su bienestar personal, lo mismo han de intentar las señoras; puesto que lo contrario es la institucionalización de una de las injusticias más vergonzosas que ha practicado el género humano: la violencia y la marginación institucional y de género contra las mujeres.

Algún día, espero, muchas féminas se cansarán de su oficio de madres salvadoras de su familia, de hábiles trabajadoras dentro y fuera del hogar y llegarán a esta sabia conclusión: o encuentro un compañero no machista, que comparta las cargas y los beneficios al 50% o mejor me quedo soltera, libre y feliz de por vida.

Raimundo Montero es profesor de Filosofía.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_