Carta a la concejal de Ciutat Vella ORIOL BOHIGAS
Estimada Cati:Me atrevo a escribirte esta carta abierta porque conozco tus afectos y tu inteligencia y sé que la interpretarás en una línea de diálogo cordial. Y sé que este diálogo no será inútil porque eres una autoridad que escucha y resuelve afectuosamente la opinión de los ciudadanos.
El aumento de turistas en Barcelona ha logrado un ritmo alucinante con una concentración espectacular en Ciutat Vella. Es una noticia doblemente positiva porque indica mejoras sustanciales en la apreciación internacional de la nueva Barcelona -con consecuencias culturales y económicas- y explica la persistente vida activa en la ciudad histórica que hace algunos años parecía haber menguado. Y, por lo visto, las atracciones turísticas van multiplicándose -aunque con peligro de aberraciones catastróficas- según me enteré hace pocos días.
Por las mañanas, la plaza Reial se llena de grupos de turistas dirigidos por un guía que les explica con una buena fe a veces aberrante los valores históricos y artísticos del sector mientras la paciente grey va agotando el contenido de sus cámaras con aquel fervor al que los japoneses nos han habituado. Hace pocos días me entretuve escuchando uno de estos grupos. El guía hizo un resumen convencional de la arquitectura y de la vieja imagen aristocrática de la plaza, suficientemente ambigua para consensuar unos comentarios asimismo ambiguos pero aparentemente admirativos. Al final, el guía añadió lo más interesante: advirtió que la plaza no tiene siempre este aspecto tranquilo y civilizado de las mañanas primaverales. Que había que visitarla por las noches, preferentemente los fines de semana. Entonces podrían ver un espectáculo mucho más atractivo, más pintoresco, incluso más fotografiable. Se refería a la animación de bares y discotecas, al jolgorio más o menos gastronómico y a algunos espectáculos socialmente insólitos. "Pero", dijo el guía, "lo más interesante es ver cómo se convierte en el espacio más sucio, más degradado de Europa". Les explicó que la suciedad y el desorden social de la plaza pueden llegar a ser de los mejores atractivos turísticos del mundo. Que no hacía falta pagarse un viaje a Calcuta para extasiarse ante un paisaje caótico de detritos urbanos. Les explicó que el Ayuntamiento, para fomentar la atracción de forasteros, había decidido hace un par de años suprimir los contenedores de basura e incitar la colaboración de los comercios, los vecinos y los turistas para dejar toda la basura repartida con libertad pintoresca por la plaza y sus calles adyacentes. El Ayuntamiento redondeaba la operación tardando muchas horas en recoger los sacos desvencijados supurando líquidos y residuos sólidos de variada composición. Incluso les aconsejó que se fijaran en la calle de Zurbano o la del Vidre, donde las basuras se acumulan hasta tres metros de altura y llegan a interrumpir la circulación. La barrera de basuras es eficazmente utilizada como cómodo parapeto de meódromo y el espectáculo se suele completar con un grupo de adolescentes que se inician en la práctica del montañismo hasta alcanzar la cumbre de los pestilentes sacos negros. Con esta explicación me di cuenta de que Barcelona está ampliando eficazmente los objetivos turísticos. Ya que el turismo cultural no acaba de avanzar -del MNAC, por ejemplo, y de la gran biblioteca ya nos olvidamos-, hemos encontrado atractivos más especiales: el deporte sobre el pintoresquismo de las basuras.
Hay que reconocer que Barcelona es una ciudad considerablemente sucia si la comparamos con París, Milán, Londres, Lyón, Salamanca, Módena, Girona o Peñafiel. Pero es una suciedad -basuras acumuladas y deterioro del suelo y el basamento de las fachadas- que, repartida homogéneamente, no sería tan ingrata. Lo sorprendente es que todas las desdichas se acumulan en Ciutat Vella, y muy especialmente en el rectángulo delimitado por la calle de Ferran y la calle Ample, a la izquierda de La Rambla, que es precisamente el más frecuentado por el turismo bullicioso. Ya sé que los contenedores no son la solución ideal y que hay que introducir sistemas mecánicos de cierta autonomía y de higiene garantizada. Pero no me explico por qué, mientras se han ampliado y mejorado estética y técnicamente los contenedores de buena parte de la ciudad -la ciudad norte, con su confort social y económico-, se han suprimido en ese rectángulo-basura. ¿Ha sido el castigo por tres meses de exhibir pancartas de protesta contra el Ayuntamiento por la suciedad, el ruido y la delincuencia?
Después de la inutilidad de aquella protesta, los vecinos empiezan a pensar en otros sistemas más contundentes; por ejemplo, trasladar diariamente toda la basura a las plazas que el Ayuntamiento mantiene con algún esmero, seguramente porque son escenarios más representativos. Atendiendo a esta representatividad, estaría bien, querida Cati, que nos indicaras si prefieres que esta operación culmine en la plaza de Sant Jaume o en la del Bon Succés; es decir, frente a la alcaldía o frente al Consejo del Distrito.
Pero, como decía el general, no hay mal que por bien no venga. Estábamos orgullosos de haber situado cualitativamente Barcelona en el mapa de Europa gracias a la reconstrucción urbana y social que culminó con los Juegos Olímpicos. Ahora esta cualidad se está deteriorando, pero el Ayuntamiento ha encontrado otra línea de significación universal. Quizá se diluya nuestro europeísmo, pero lograremos entrar con todos los honores en el mapa del Tercer Mundo.
Perdona, querida Cati, esos exabruptos y espero que los interpretes en su clave irónica y afectuosa. Los vecinos de la plaza Reial confiamos en tu entusiasmo y en tu eficacia.
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