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Misterios ocultos en 382 kilos de Luna

Poco más de 382 kilos de la Luna están en la Tierra. Son trozos de roca y muestras del suelo de nuestro satélite que los astronautas de las seis misiones Apolo que llegaron a alunizar recogieron y se trajeron de vuelta al planeta entre 1969 y 1972. Su tamaño varía entre el de un grano de arena y el de una pelota de baloncesto, y han permitido conocer mejor la historia de la Luna. Y si toda historia tiene tantas versiones como testigos, ésta no es una excepción. Cada uno de los 2.415 fragmentos esconde un capítulo distinto, una visión diferente de la evolución lunar, por lo que exige un estudio minucioso e individualizado. Una investigación que no ha terminado, porque estas rocas aún no han desvelado todos sus secretos.En el Lunar and Planetary Institute (LPI) de la NASA en Houston (Tejas) llevan treinta años trabajando con ellas y facilitando pequeñas muestras de las rocas lunares a otro medio centenar de centros de investigación de todo el mundo para analizar la composición y la microestructura de cada uno de estos fragmentos, para determinar su edad, procedencia y vicisitudes e inferir los procesos que han modelado a nuestro compañero de viaje espacial.

"Hay todavía muchas respuestas encerradas en estas rocas y estamos encontrando cosas continuamente", dice Graham Ryder, geólogo del LPI que lleva trabajando con estas muestras desde 1978. Aunque reconoce que cada uno de estos hallazgos no es espectacular, como la edad, origen o modificaciones que presenta una roca, la información permite ir formando una imagen global. "El problema es que todas ellas proceden de diferentes puntos, pero dentro de una misma zona, en torno al ecuador lunar", dice Ryder, por lo que la información que proporcionan está limitada a un pequeño porcentaje del total de la superficie lunar.

Habría sido interesante, por ejemplo, contar con muestras de las zonas polares, donde se sospecha que hay grandes cantidades de hielo. En las muestras disponibles, según Ryder, "no se han encontrado moléculas de agua, no están oxidadas y no contienen hierro. Por eso son fácilmente distinguibles de las rocas terrestres". Pero si tuviéramos muestras polares quizás la cosa sería diferente.

Una de las primeras conclusiones deducidas del estudio de estas rocas, obtenida hace ya muchos años, es que la Luna está compuesta por los mismos elementos que la Tierra, aunque en diferentes proporciones y formando rocas mucho más antiguas. Su edad oscila entre 3.200 y 4.200 millones de años, muy cercana a la edad de la propia Luna, que conserva en gran parte su composición original al no estar sometida a los ciclos geológicos de erosión (no hay atmósfera ni agua superficial) ni de la tectónica de placas. Sólo los meteoritos, cuyo impacto ha formado los vistosos cráteres de su superficie, y las erupciones volcánicas primitivas han alterado sus rocas originarias. En la Tierra, en cambio, la mayor parte de las rocas actuales se han formado en los últimos 600 millones de años.

Entre los minerales encontrados en las rocas lunares tres eran desconocidos en su momento, aunque posteriormente fueron encontrados en la Tierra, si bien en cantidades mínimas. Se trata de la armalcolita, llamada así en honor de los tres astronautas del Apolo XI (Armstrong, Aldrin y Collins), la tranquilitita, por el cráter denominado Mar de la Tranquilidad, donde alunizaron, y la pyroxferrita.

Durante mucho tiempo, las rocas lunares se mantuvieron completamente aisladas para evitar la propagación de algún posible microorganismo extraterrestre que pudieran contener. Hoy esa prevención no existe, pero se siguen manteniendo en condiciones especiales, sumergidas en nitrógeno líquido (92º C bajo cero) para evitar su contaminación y su alteración. "Para manipularlas se utilizan guantes cubiertos por una capa de aluminio, acero inoxidable o teflón", explica Ryder. No obstante, quien quiera tocar la Luna directamente puede hacerlo en el Museo Nacional del Aire y el Espacio en Washington, donde se conserva una de estas rocas a disposición de los visitantes.

Para las investigaciones, las rocas son cortadas en láminas, cada una de las cuales apenas pesa unos pocos miligramos, con un aparato especial cuyo filo es de diamante. Algunas de estas muestras son enviadas a científicos de otros laboratorios de todo el mundo, tras un complejo proceso en el que deben explicar cómo las van a utilizar y qué esperan aprender de ellas. Una vez aprobada la cesión se envían por correo especial perfectamente embaladas en teflón.

Algunas de las técnicas analíticas utilizadas para estudiarlas suponen la destrucción de la muestra, aunque en total tan sólo se han consumido hasta ahora unos tres kilos de roca.

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