Jesús López Cobos vive en A Coruña su primera experiencia escénica en España
Apoteosis del director zamorano en 'Las bodas de Fígaro' durante el Festival Mozart
Ha sido una larga ausencia. Excesiva. Jesús López Cobos, director musical de la Ópera de Berlín durante dos décadas, ha bajado por primera vez a un foso de ópera en este país, y no lo ha hecho en un teatro de los que pueden considerarse políticamente correctos, como el Liceo de Barcelona o el Real de Madrid, sino en el marco del Festival Mozart de A Coruña, uno de esos espejismos musicales que ocurren en nuestro país -como la Sociedad Filarmónica de Bilbao o como el ciclo de lied en la Zarzuela de Madrid- que rozan con frecuencia el milagro.
Fue más que simbólico el título elegido, Las bodas de Fígaro, para acompañar la ceremonia del emotivo encuentro. Las bodas, como dice José Luis Téllez, es "la primera ópera concebida con una economía de relato indiscutiblemente moderna", y también es la más "optimista" de las que conforman la trilogía de Mozart con Lorenzo da Ponte. López Cobos se sintió arropado en su experiencia coruñesa: fuerte ovación a la recepción, griterío de bravos al comparecer después del descanso y apoteosis en los saludos finales. Él sonreía como un poco asustado. Estas cosas, de verdad, emocionan.El director zamorano dirigió desde la sensibilidad, desde un sentido ordenado en la planificación y en los contrastes, desde un gusto por el detalle casi camerístico, desde una transparencia meridiana. Un lujo. Respondió admirablemente la Sinfónica de Galicia, otro lujo, plegándose a sus más mínimas indicaciones, con flexibilidad, con un sonido cálido e increíblemente en estilo. Qué cosas.
Hace unos días presenciaba Las bodas de Fígaro en el Liceo. Sé que las comparaciones son odiosas, pero en materia orquestal Barcelona parecía A Coruña y al revés, simplemente si atendemos a cuestiones de tradición. Claro que la tradición, a veces, se rompe, y ahí está todavía viva en la ciudad la resaca de la Liga de fútbol con el Deportivo disfrutando su luna de miel con la gloria. Pues algo así ocurre a veces con esto de las orquestas en los teatros de ópera.
Otro lujo en A Coruña es el público. De todas las edades, es decir, con un porcentaje alto de gente joven. Jóvenes, sí; pero no tontos, sino más bien intuitivos, listos e ilusionados. La gradación de los aplausos en las áreas vocales fue un prodigio de exactitud con la calidad de lo que estaba ocurriendo. Las aclamaciones más encendidas fueron para Isabel Rey en su aria de Susanna del último acto, lo mejor de su actuación y lo mejor de la noche; a continuación, el Voi che sapete de Cherubino, con la deliciosa Mónica Groop, y, en tercer lugar, el aria Dove sono de la Condesa, con una Véronique Gens de la que aún es posible esperar más de lo que ha dado en sus Mozart de Madrid y Galicia. El público en A Coruña arropa, se enciende, manifiesta una tensión acorde a lo que está viendo y escuchando. Quizá en esta atmósfera espontánea tengan bastante que ver los nada prohibitivos precios: 7.500 pesetas en la localidades más caras de las óperas más caras, y de ahí hacia abajo hasta 2.000 pesetas.
La producción escénica venía del Teatro de la Maestranza. Con ella se inauguró la temporada sevillana. Se han eliminado algunos detalles que inducían a la confusión. Ha mejorado. Lo más sugerente es el tratamiento de la luz exterior a través de los ventanales: una poética definición del tiempo que pasa.
Las escenografías y vestuarios de Ezio Frigerio y Franca Squarciapino son seguras y rotundas, qué duda cabe, pero tienen algo de rigidez, de monumentalismo. Su visión de Las bodas de Fígaro es excesivamente convencional: mucha geometría, mucha ilustración y un poquito de distancia. Cristina Hoyos revalidó su éxito sevillano con su excelente coreografía para el fandango, y José Luis Castro dirigió la escena con más soltura que en su ciudad, aunque sin rematar del todo la faena.
De las voces resultaron más lúcidas las femeninas. Bueno, estamos en una ópera en que las mujeres son más espabiladas y se agradece que sus papeles sean defendidos con firmeza. O que se dé a Cherubino ese aire ambiguo y malicioso como hizo excelentemente Mónica Groop. William Schimell, Umberto Chiummo y Stefano Palatchi defendieron correctamente los personajes de El Conde, Fígaro y Bartolo, respectivamente. Se lució Francesc Garrigosa como Basilio y estuvo gracioso Miguel López Galindo como jardinero. Un trabajo asimismo estimable es el que desempeñó el coro del Festival Mozart, que estuvo dirigido por Joan Company.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.