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Sobre la 'rudezza' política e informativa JORDI SÁNCHEZ

A menudo las denuncias de manipulación informativa son apreciaciones que el ciudadano de a pie no percibe como tales. En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a un sinfín de denuncias contra la supuesta manipulación, denuncias mayoritariamente dirigidas contra los organismos públicos de radio y televisión. Hay que decir, ante todo, que la manipulación no es un mal que afecte única y exclusivamente a las empresas públicas de comunicación. Tenemos multitud de ejemplos, algunos de ellos incluso inconcebibles en un medio público, de manipulación informativa parapetada tras la supuesta libertad de empresa. La dificultad de diferenciar en muchas ocasiones el enfoque informativo, la línea editorial y la libertad de empresa de la veracidad de la información ofrecida (que a mi entender incluye también el contraste informativo) se resuelve a veces en detrimento de la veracidad y la pluralidad. La realidad, pues, nos deriva en la mayoría de las ocasiones a ejercer la crítica sólo contra los medios públicos. Estas denuncias, sin embargo, quedan en muchas ocasiones sólo en la mente de unos cuantos individuos que ven impotentes como su realidad y su entorno son silenciados cuando no abiertamente tergiversados. Son denuncias que nacen en la mayoría de las ocasiones de entre los grupos políticos de la oposición, que son los que a la vez disponen de mecanismos eficaces para denunciar, ya sea en el Parlamento o fuera de él, las supuestas irregularidades. La gran dificultad está en que la ciudadanía en general no suele percibir dicha manipulación, entre otras cosas porque nadie la ha educado para cuestionar razonablemente lo que la pequeña pantalla o el transmisor emite. En clave política, el arte máximo de la manipulación es convertir ante los ojos de los ciudadanos a la oposición en inexistente y al Gobierno en omnipresente. En este sentido, son famosas por su elaboración las informaciones sobre las sesiones de preguntas parlamentarias al presidente de la Generalitat, donde el telespectador es informado de la posición que tiene el Gobierno en tal o cual asunto sin que muchas veces se pueda tan siquiera apreciar con claridad que la intervención de Pujol responde a una interpelación previa de algún grupo de la oposición. Éste es un ejemplo cercano para los lectores, pero sin lugar a dudas no es ni el único ni, posiblemente, el mejor de los ejemplos.El arte de la manipulación informativa ha desarrollado con los años una finezza digna de elogio. Un arte, dicho sea de paso, que con la digitalización de las comunicaciones puede aspirar a su cenit. Muchos gobernantes quisieran para sí -y para los suyos- el arte de la finezza para el ejercicio de sus quehaceres informativos. Finezza, precisamente, es lo que faltó a los informativos de Televisión Española (TVE) el pasado sábado para dar cuenta de lo acaecido en la gloriosa jornada del 27 de mayo en Barcelona. Alguien debería instruir al señor Ferrari para evitar excesos de rudezza en sus informativos, a no ser que quiera convertirse en pocas semanas en muñeco de feria de pimpampum. Nadie duda que la noticia estaba en Montjuïc. La noticia, y más en una televisión pública, está donde se encuentra el poder. Y ante las fuentes de Montjuïc había una concentración tal de poder por metro cuadrado que ni un concentrado para el caldo lo supera. Pero alguna pequeña noticia sobre lo que sucedía paralelamente en el parque de la Ciutadella no hubiera roto para nada la imagen de esa cálida jornada que los barceloneses brindaron (a pesar de las nubes) al Ejército español y a sus Majestades. Incluso esos 20 segundos de imágenes en el telediario de las tres mostrando jóvenes con caras pintadas con señas pacifistas, cantautores en el escenario y estatuas ecuestres de generales con vestimentas hippies hubieran permitido a TVE esa pretensión de informativos plurales y veraces con la realidad que hoy ya no pueden tener. Alguien (¿quién fue?) prefirió dedicar esos 20 segundos a los altercados provocados por policías y algunos jóvenes. Alguien puede argumentar que estas imágenes podían ser mas impactantes. Sin embargo, la comparación entre unos 300 jóvenes enfrentándose a la policía y 40.000 personas expresando pacíficamente su protesta contra el desfile a unos cuantos kilómetros de Montjuïc no resiste si se trata de ofrecer información. En el fondo de la cuestión nos encontramos nuevamente ante el debate de la profesionalidad de los medios públicos y su tan codiciada independencia. Mientras éstos continúen siendo gobernados, directamente o por persona interpuesta, por el Gobierno de turno no hay solución posible. La credibilidad que todo medio de comunicación necesita y los esfuerzos que se deben hacer a través de los presupuestos generales (todos los contribuyentes, al margen de sus opciones políticas) para mantener a flote estas empresas justificarían un gran pacto en pro de ellos y de su compromiso en la neutralidad, pluralidad y veracidad informativa.

Es posible que tanta rudezza informativa se deba a una indigestión de decenas y decenas de escaños juntos. Si atendemos a otros aconteceres de las últimas semanas, podremos concluir que hay más indicadores que avalan esa posibilidad. Así pues, es lícito pensar que la mayoría absoluta puede provocar en determinados grupos políticos (¿o quizá en todos?) una tendencia a la rudezza. Que, dicho sea de paso, no se expresa sólo en la política informativa y que en cualquier caso y a largo plazo no debe ser buena ni para los que la practican. La única esperanza que a algunos nos queda es que mientras esas mayorías no se relativicen la rudezza puede despertar algunos espíritus colectivos que ante tanta finezza se habían adormecido. No hay mal que por bien no venga.

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