¿Elecciones en Euskadi?.
El asesinato de dos amigos tan queridos y admirados como Fernando Buesa y José Luis López de Lacalle me hizo pensar, por un momento, que quizá tenían razón los que propugnaban unas elecciones anticipadas para salir del pozo en que se estaba hundiendo la sociedad vasca. Pero fue sólo un momento, y una vez interiorizado el dolor y controlada la ira, volví a la difícil realidad de una sociedad próspera y creadora traumatizada por las muertes, las violencias y las disensiones, y recordé que la propuesta de unas nuevas elecciones era, precisamente, lo que buscaban los dos extremos del arco político, el PP por un lado y ETA por el otro, y que lo que necesitaba Euskadi no era la confrontación de los extremos, sino la suma de todos los demócratas contra la barbarie. Unas elecciones anticipadas en este panorama no sumarían, sino todo lo contrario, y ETA tendría más margen de maniobra que nunca para conseguir su objetivo: la polarización de la sociedad vasca en torno a ella y al PP.Éste es, a mi entender, el fondo del asunto. Después del espantoso asesinato de Miguel Ángel Blanco, el PP decidió emprender la vía de la bipolarización entre él y ETA, vía que ha seguido hasta hoy con gran intensidad. Y ETA, no sólo entró en el desafío, sino que consiguió lo que esperaba desde hacía tiempo, a saber, consolidarse como el auténtico adversario del PP y marcar la línea dura del nacionalismo vasco. Desde extremos opuestos, unos y otros coincidían en poner al PNV y al Partido Socialista de Euskadi contra las cuerdas, impedir su posible alianza para rehacer el pacto de gobierno y convertirlos en simples escuderos de los dos grandes adversarios.
Nada lo explica mejor que los documentos revelados por ETA sobre la trampa de una tregua que no era tal, sino un intento de llevar al PNV a su redil, sabiendo como sabía que el propio PNV se debatía internamente para conseguir dos cosas cada vez más inalcanzables al mismo tiempo: seguir liderando el nacionalismo vasco y someter a la propia ETA. La tregua era, para ETA, una trampa tan evidente como el Pacto de Estella o Lizarra, un pacto en el que ni el PNV ni EA podían creer pero del que pensaban que no se podían distanciar sin romper la única plataforma en la que el nacionalismo vasco se podía mover con posibilidades de mantener su hegemonía y de controlar a ETA. La lectura de los documentos demuestra, en todo caso, el fracaso del PNV en aquel intento de seguir al frente del nacionalismo y la astucia política de una ETA que manejó muy bien los hilos del asunto, tanto por el contenido de los acuerdos como por el momento y la forma en que decidió revelarlos.
El resultado está ahí. Un PNV desconcertado, con unos líderes que han perdido en buena parte la carta de navegar -como lo demuestra la tremenda frase de Xabier Arzalluz sobre los inmigrantes- y, por tanto, poco capaces de recuperar a corto plazo el liderazgo del nacionalismo vasco; un Partido Socialista convertido en víctima principal del terrorismo etarra para ponerlo a remolque del PP e impedirle un acuerdo con el nacionalismo democrático, y un PP encantado de quedarse solo en el extremo opuesto, convencido de que cada confrontación con ETA le da más votos y, por lo mismo, deseoso de unas elecciones anticipadas que conviertan el panorama político de Euskadi en una lucha directa entre ellos dos, el PP y ETA.
Ésta es, hoy por hoy, la situación. Por esto creo que unas elecciones anticipadas serían una auténtica catástrofe, una confrontación suicida entre dos polos incapaces, uno y otro, de estabilizar la sociedad vasca y asegurar la paz, y lanzados a una batalla insensata que provocaría unas fracturas sociales extraordinariamente violentas y muy difíciles de reparar.
Frente a la actual situación bipolar, no creo que exista más salida que el acuerdo entre el PNV, EA y el Partido Socialista, pero, eso sí, un acuerdo que llegue al fondo del asunto y no se limite a una maniobra coyuntural. No es, desde luego, una solución fácil. La dirección del PNV ha cometido en estos últimos meses unos errores brutales que ponen en seria duda la capacidad de sus actuales miembros para dirigir un proceso tan delicado. No sé si estos mismos dirigentes se aferrarán a la dirección del partido, si darán paso a otros más abiertos, si unos u otros serán capaces de abrir un nuevo camino para conseguir el liderazgo auténtico del nacionalismo vasco o si seguirán embarrancados en el fango acumulado en estos últimos meses. Pero no tienen otra salida: o se estancan y siguen a remolque de Euskal Herritarrok y de ETA o abren un nuevo sendero, con una visión más dúctil y abierta de un nacionalismo que tenga en cuenta la perspectiva de la Unión Europea y busque un espacio propio sin meterse en concepciones soberanistas que pertenecen a un pasado remoto.
A su vez, el Partido Socialista tiene ante sí una difícil tarea. Hoy por hoy es el principal objetivo del terrorismo etarra y nada permite suponer que no lo siga siendo si se acerca a un PNV alejado de ETA. A su vez, el PSE está inmerso, como todo el socialismo español, en una reconversión política y organizativa muy compleja. Pero no puede esperar el final de esta reconversión para ponerse en marcha, porque en el panorama político de Euskadi cada día que pasa puede ser un siglo de retroceso.
Éste es el gran reto de las fuerzas democráticas. Un reto que puede convertirse en derrota si el nacionalismo no deja de mirar al pasado y si el socialismo no supera sus traumas del presente. Y nada sería peor para Euskadi que una derrota de estas características, que dejaría el país en manos de un PP y de una ETA lanzados a una batalla insensata que precipitaría a la sociedad vasca en un abismo sin límites.
Jordi Solé Tura es senador socialista.
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