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Reportaje:

Refugiados en el instituto

Laura, alumna del instituto África, de Fuenlabrada, no sabía nada de la enfermedad del cólera hasta hace un mes. Sin embargo, ayer dirigía con soltura la enfermería de un campo de refugiados, de imitación, claro. El que han levantado padres, alumnos y profesores de este centro educativo para festejar el Día de África en el municipio. Cuarenta chavales de primero y segundo de bachillerato querían enseñar a todo el mundo cómo transcurre la vida en un campo de refugiados, sin ocultar nada: letrinas, enfermedades, el agua y la comida escasas, y la convivencia de miles de personas condenadas a compartir la desgracia de tener que abandonar su tierra. Así que han montado varios tenderetes en el patio del instituto, a semejanza de un verdadero campamento.A la entrada del recorrido, Sonia, estudiante-guía, transforma al visitante en un refugiado entregándole un pasaporte como el que las organizaciones no gubernamentales facilitan a quienes recalan en un campamento africano. Luego, Marta, Ana Belén y Eva ilustran al recién llegado sobre las necesidades básicas: un techo, agua y comida. "Los refugiados reciben una manta para todo el año, y una pastilla de jabón al mes, con la que toda la familia tiene que apañarse", explica Marta. También escasea el agua, según Ana Belén. "Consumen cinco litros de agua por persona al día, mientras que cualquiera de nosotros gastamos de 150 a 500 litros", afirma esta estudiante. Y la comida es un lujo en un campo de refugiados: "Hay que alimentar a más de 50.000 personas diariamente y no hay frutas ni verduras, tan sólo unos pocos cereales y una galleta química, la BP5, que asegura un mínimo aporte de calorías y proteínas", detalla Eva. En este punto empieza a cundir la desolación en el visitante. Pero falta lo más sobrecogedor, el área sanitaria.

Los alrededores del consultorio médico siempre están atestados de gente enferma, hasta 3.000 personas esperando una vacuna o una silla donde poder parir. A Alejandro, el único estudiante-monitor entre tanta chica, le ha tocado la zona de partos, y se lo toma con pasión. "Los refugiados no utilizan anticonceptivos, por lo que hay muchos embarazos y la asistencia sanitaria no da abasto. No es extraño ver a mujeres dando a luz en una letrina o en el propio suelo", relata.

La desnutrición infantil y el cólera se tratan en tiendas aparte. María y Margarita cuentan que cada día mueren 35.000 niños por hambre y que los médicos de los campamentos recurren a un brazalete con colores para identificar el grado de desnutrición a falta de historiales.

A las riendas de la iniciativa están los profesores Esteban, Cati y Miguel Ángel, que prendieron la llama de la curiosidad en los chavales llevándoles al campamento de refugiados que Médicos Sin Fronteras montó el año pasado en la Casa de Campo. Centenares de personas pudieron comprobar ayer el resultado.

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