La herencia del Mikeldi
El Museo Arqueológico, Etnográfico e Histórico Vasco de Bilbao alberga un siglo de investigaciones
El Mikeldi, el símbolo por antonomasia del Museo Arqueológico, Etnográfico e Histórico Vasco de Bilbao, se presenta ante el visitante, desde su posición central en el patio del claustro de este edificio del XVII, como el principio y el fin de todo lo que recorrerá a lo largo de tres pisos de salas repletas de recuerdos que rápidamente se hacen familiares. Todo hay que decirlo, familiares más por la ordenación un tanto caótica (heredera de la consideración de museo como almacén de memoria) que por la cercanía de unos oficios, costumbres y creencias muchas veces desaparecidos y sustituidos: en un ejemplo, lo que va de la cerámica de Pasajes al duralex.Porque el Mikeldi puede significar todo o nada. Esa piedra con forma bovina o porcina se apoya sobre un círculo que lo mismo es un recurso del artesano para mantener la figura que una licencia poética para representar el útero universal. Se encontró en las cercanías de Durango, junto al paraje de donde toma el nombre. Y en su indefinición se presenta como un excelente emblema de todo lo que puede ver el visitante a lo largo de su paseo: investigaciones rigurosamente científicas junto a muestras de creencias populares. Todo ello en unas representaciones de la vida tradicional de pastores, pescadores o agricultores que en el centro de Bilbao, la ciudad fabril por excelencia, tienen más de mitológicas que de reales.
Dirección
Cruz, 4. Bilbao. Teléfono: 94 4155423. Web: euskal-museoa.org.Horario. De martes a sábado, de 10.30 a 13.30 y de 16.00 a 19.00; domingos, de 10.30 a 13.30. Lunes y festivos, cerrado. Entrada. Individual: 300 pesetas. Estudiantes y grupos: 150 pesetas. Escolares y grupos de más de 10 personas: sólo visitas concertadas. Menores de 10 años y jubilados: gratuita. Día del Museo: jueves. Fecha de inauguración. El Museo Vasco de Bilbao abrió sus puertas el 3 de julio de 1921, aunque no con la disposición actual, pero sí con buena parte de los materiales, que fueron recogiéndose desde 1908 cuando la Comisión de Monumentos de Vizcaya comenzó a dar los pasos para la creación de este museo.
Escudos y sepulcros
El paseo puede iniciarse alrededor de esa figura, en el claustro del que fue el primer edificio levantado por los jesuitas en el País Vasco, luego Santa Casa de la Misericordia de Bilbao hasta su destino actual. En los pasillos, escudos, sepulcros y otras piedras labradas recuerdan algunas de las grandes familias que habitaron el país.
Ya en la primera planta se ofrecen dos oficios emblemáticos de la vida tradicional vasca: el pastor y el pescador, desde la prehistoria a la actualidad. Ahí está la labor de recuperación etnográfica que varios entusiastas iniciaron a principios de siglo ante el cambio de usos que traía la revolución industrial. Son los dos apartados más modernos del Museo Vasco de Bilbao y eso se nota. Los materiales se presentan de una forma ordenada, el recorrido por el oficio se hace cronológicamente, sin que falten recreaciones de la vida en otros tiempos o recuperaciones científicas de herramientas prehistóricas (por ejemplo, los mangos de madera de las hachas de piedra).
A partir de estas dos salas, el paseo vuelve a la ordenación antigua del museo. Y ahí se ve la necesidad de que el resto de las salas sigan con la modernización que ha tenido el centro: las piezas de cerámica, los muebles, la colección de armería, las fotografías, el apartado dedicado a la confección textil son de una calidad digna de los investigadores que han trabajado durante un siglo alrededor de este proyecto. Nombres como los de Telesforo de Aranzadi, Joxemiel de Barandiaran, Enrique Eguren, Ramón de la Sota o Resurrección María de Azkue están detrás de las miles de piezas que conforman este espacio.
Y ya en la tercera planta, el museo ofrece uno de los grandes atractivos para los que acuden hasta este rincón del casco viejo bilbaíno, sobre todo para los vizcaínos. Una inmensa maqueta que recorre al detalle Vizcaya, con la señalización de todos sus municipios y los principales montes voceros, desde donde se convocaba a las juntas, como Aoiz o Kolitxa. Esta reproducción del accidentado territorio vizcaíno está rodeada de maquetas de algunos de sus edificios emblemáticos como las torres de Ercilla, Muñatones o Martiartu.
El final del museo llega con la sala dedicada al Consulado de Bilbao, institución clave en el desarrollo del comercio que se realizaba a través de sus muelles. Es un espacio con un espíritu evocador, que muestra el esplendor que alcanzó en el siglo XVIII, cuando la capital vizcaína vivió sus mejores momentos mercantiles. Las salas se inauguraron en junio de 1974 y reproducen al detalle los despachos y salones de aquel consulado, con una sofisticación que parece ajena a la vida de los principales protagonistas de este museo, pastores y marinos.
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