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Tribuna:LA CRISIS DEL PAÍS VASCO
Tribuna
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El bosque de Ibarrola

Antonio Elorza

Una visión simplificada, interesadamente simplificada, de la realidad nos viene ofreciendo una imagen dualista de la situación en Euskadi, con los nacionalistas de un lado y frente a ellos los integrantes del Foro de Ermua y el PP, cuya política españolista sería secundada casi siempre por el PSOE. Blanco contra negro. A partir de ahí, y no sólo en el discurso del PNV, una vez reconocido pro forma el carácter criminal o fascista de la estrategia de la muerte etarra, las críticas se despliegan exclusivamente contra ese supuesto alineamiento de quienes en la cuestión vasca secundan al "nacional-aznarismo", compartiendo una "alienación uniformadora" (Vázquez Montalbán dixit). Nada tiene de extraño que el planteamiento suscite una saludable convergencia con los partidarios desde Lizarra de no incurrir en tan penosa enajenación política y mantener el enlace con el brazo legal del terror; la carta a este diario del subdirector de Deia fue una buena muestra de agradecimiento hacia ese dualismo disfrazado de espíritu crítico.Ocurre, sin embargo, que una mínima disección de ese supuesto monolito antinacionalista permite apreciar que sus componentes son heterogéneos, y como tales se han manifestado y se manifiestan. Lo que el escritor citado y Lapitz califican de "alienación uniformadora" tiene un nombre en la historia política del sigloXX: unidad antifascista. A estas alturas, resulta una trivialización inaceptable reconocer primero que existe en Euskadi una situación de fascismo, con nacionalsocialismo de kale borroka y terror conjugados, y no extraer de ahí la conclusión de que todos los sectores democráticos han de confluir en una acción conjunta de defensa de las instituciones, así como de la vida y dignidad de quienes las encarnan. Poner piedras en este camino es tanto como hacerles el juego a los violentos.

Otra cosa es que las políticas y, por encima de ellas, los planteamientos relativos a la historia y el futuro de la sociedad vasca tengan que ser coincidentes. Algunos podremos aceptar la perspectiva de una autodeterminación sobre la que cabría hablar una vez que se haya disipado totalmente la sombra del terror y exista la presunción razonable de una mayoría democrática por la independencia. Otros serán contrarios a ella. Cabrá censurar o recomendar la insistencia del PP en proponer elecciones a corto plazo. Pero por encima de ello hay que colocar la unidad de los demócratas frente a la muerte y, como acaba de hacer Redondo Terreros, la petición de que se recuperen ámbitos de discusión entre demócratas, no nacionalistas y nacionalistas, en la estela de Ajuria Enea.

Porque lo que está en juego no es la independencia o la españolidad de Euskadi, sino una evolución hacia un exclusivismo teñido de xenofobia y de violencia, a la sombra de Lizarra, o una consolidación de la democracia, en la que cabe una construcción nacional vasca mucho más compleja que la actual utopía irredentista de poner fronteras en el Ebro y en el Adour, convirtiendo el euskera en lengua sagrada de uso obligatorio. Tal vez por eso Agustín Ibarrola se ha convetido en un símbolo cuya obra los violentos pro-ETA intentan destrozar. Profundamente vasco, comprometido desde su juventud con una visión progresista del país, sus creaciones respondieron siempre al intento de proponer una sociedad vasca integrada, donde los trabajadores autóctonos acogieran solidariamente a los llegados de fuera y la especificidad vasca sirviera de matriz al desarrollo de una cultura universalista. Recuerdo perfectamente sus últimos años de militancia en el Partido Comunista de Euskadi, al que dotó de una simbología original, y en momento alguno renunció a una óptica estrictamente vasquista. Vinculado siempre en su acción a las luchas obreras y democrácticas contra el franquismo, y a la muerte del dictador a la búsqueda de una alternativa vasca progresista, Ibarroja dejó en su bosque pintado el emblema de su proyecto: la identidad vasca como soporte de una imaginación y de una comunicación humanas, bajo el signo de la fraternidad. Es tristemente lógico que la barbarie pretenda destruirlo.

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